jueves, 29 de junio de 2017

"Adiós Miss Venezuela"


Qué gusto nos ha dado leer Adiós Miss Venezuela (2016), la última novela de nuestro querido profesor Francisco Suniaga, una historia que nos ha llenado de suspenso, risas, suspiros y, sobre todo, nos ha recordado que la Isla de Margarita, pese a todos sus problemas (ya que el autor no solamente nos muestra el lado bonito de ésta), es un lugar único, en el que abunda la magia.

Sintiéndonos muy orgullosos de que Margarita sea cuna de escritores como el profesor Suniaga, a continuación transcribiremos parte de esta obra, invitándoles, de corazón, a leerla en su totalidad:



"Bajó de la aeronave con la vieja sensación de alivio que lo invadía siempre que completaba un vuelo sano y salvo. Cuando era más joven nunca sintió temor a viajar en avión, pero a lo largo de sus dos últimas décadas había desarrollado un miedo que se aproximaba al terror. Solo por razones muy especiales, José Alberto Benítez era capaz de tomar un vuelo para ir de Margarita a Maiquetía. Los treinta y cinco minutos de viaje entre la isla y el aeropuerto 'que sirve a la ciudad de Caracas' le parecían eternos. Esta vez no había sido la excepción. Le había sobrado tiempo para inventariar los desperfectos de la aeronave en su entorno inmediato: su asiento no se reclinaba; la cortina plástica de la ventanilla se obstruía y no bajaba por completo; desde las rejillas del aire acondicionado, con intervalos de unos segundos, caían gotas de agua helada que mojaban el apoyabrazos de su asiento, y su cinturón de seguridad estaba tan gastado y liso que la correa se deslizaba dentro de la hebilla cerrada y, para sentir que de verdad estaba asegurado, tuvo que improvisar un nudo" (página 51).



"...Te adelanto algo más, es muy probable que, para el año que viene, la elección de Miss Venezuela se haga parte aquí y parte afuera. El concurso se va a internacionalizar y la idea es que la noche final de la elección sea en otro escenario, más global, Miami, seguramente, o Las Vegas, no sé, según convenga, que la vaina se parezca a la entrega de los premios Oscar, una gala arrechísima. El Poliedro, los estudios de la planta, eso se acabó para nosotros. En cuanto a la idea tuya, que el Jefe compartía, de usar Margarita como plataforma para proyectarnos internacionalmente, coño, no pudo salir peor, mataron a la Beba Herrera, nada más y nada menos. Así que se hará aquí solo por este año y porque ya estamos en fase de ejecución. Con el Miss Venezuela, Diego y el equipo gerencial tienen otros planes que no pasan por esta isla. Hicieron venir a un equipo de producción de Hollywood a evaluar en secreto Margarita y, según los resultados, a esto le falta mucho, infraestructura hotelera y comunicacional, agua, electricidad, lo que hay es basura por coñazo, perros callejeros, etcétera, y encima, viene y pasa eso del asesinato de Beba Herrera, con la mala prensa que trajo, que hizo que también la consideraran insegura. ¿Tú te imaginas lo que significaría hacer desde aquí un show con estrellas mundiales del espectáculo? ¿Dónde las vamos a hospedar, en este hotel de los cincuenta que ya no aguanta una reforma más? ¿Cómo las convencemos de que vengan para acá si van a tener que moverse en carros blindados para que no les pase como a la Beba Herrera? ¿Cuánto vamos a gastar en pólizas de seguro? En eso Diego tiene razón, hacer del Miss Venezuela un evento y una marca internacional requiere un escenario mucho más glamoroso y seguro, y eso es afuera, aquí en Venezuela ni siquiera Margarita califica ya" (páginas 108-109).


"En Margarita, la naturaleza marca la pauta de la vida. Quienquiera que logre captar su ritmo y armonizar con él, conecta con la gente y eso es, digámoslo así, un paso fundamental. Para quedarse a vivir en Margarita, una persona debe percibir que allí existe una magia singular y sentir luego que forma parte de ella. Quien lo consigue, queda sujeto a una suerte de encanto y le parecerá que no puede estar fuera de la isla" (página 121).

"Las tardecitas de La Asunción también tienen su qué sé yo, lástima que Astor Piazzolla nació en Buenos Aires y a nadie de acá se le había ocurrido decirlo antes, pensó José Alberto Benítez mientras esperaba a su amigo Pedro Boadas. Eran las cinco de la tarde y los cerros del oeste limitaban el paso del sol a la vieja ciudad enclavada en el valle de Santa Lucía, ni siquiera los altos robles centenarios que circundaban la plaza Bolívar recibían sus rayos en forma directa. No obstante, a través y por encima de sus frondas, el cielo brillaba con un azul claro de infinita transparencia. El día asuntino, como era tradición de siglos, moría con un silencio que solo interrumpían los trinos de los pájaros que buscaban dónde pasar la noche, el alegre y esporádico tropel de muchachos que regresaban del liceo y los acordes, asordinados por la distancia, de la banda municipal que ensayaba las piezas de la retreta de los jueves en un caserón aledaño. Para completar el cuadro, la catedral había abierto sus puertas y ya se congregaban en ella los primeros feligreses. No conocía Buenos Aires y no sabía cuán qué se yo podían ser sus tardes, pero le costaba creer que alguna pudiera competir con la que contemplaba sentado en su banco de siempre" (página 215).

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viernes, 23 de junio de 2017


Acabo de enamorarme. Hace no más de cinco minutos, entró José, un hermoso niño, muy serio, bien peinado, que cursa el último año de primaria.
-Vendo chocolates, a 10 bolívares, para poder pagar mis estudios -dijo, con tanta pasión, como recitando un poema.
-A ver, ven. Ten los 10, pero quédate con el chocolate, para que se lo vendas a otro.
-No, yo se lo tengo que dar a usted, y se lo tiene que comer, porque es muy bonita y es bueno que coma chocolate. Si no le gusta, le puedo dar otro que tengo por acá...
-Bueno, me lo llevo, pero me aceptas estos caramelos.
-No, no, de verdad, no me los dé.
-Tenlos, por favor, aquí los regalamos.
-Bueno, me los llevo si usted me da un beso.
Me dio un sonoro beso en mi mejilla y se fue, ¡y mi corazón se ha ido con él!
¿Así o más bello?



*Porlamar, 21 de junio de 2013.

Consejos de un padre



En honor al Día del Padre, compartimos las palabras del gran Orhan Pamuk, tomadas de “Estambul. Ciudad y recuerdos”, su inolvidable autobiografía, dedicada precisamente a su progenitor:
            "Ni se me pasaba por la cabeza irme de Estambul. Y no porque la ciudad me encantara ni porque la amara consciente o apasionadamente, sino porque soy una persona que, por instinto, abandona a duras penas sus costumbres y los lugares en los que vive y especialmente perezosa a la hora de cambiar de espacio, entorno, casa o barrio. Ya por aquellos tiempos empecé a descubrir que yo era alguien que podría vivir siglos vistiendo y comiendo todos los días lo mismo sin aburrirse mientras pudiera forjarme fantasías salvajes.
            Las cuestiones básicas, como las de qué sería en el futuro, cuál era el sentido de la vida y cuál debía ser, las hablaba con mi padre durante los paseos en coche que por aquella época dábamos juntos los domingos por la mañana. Todos los domingos mi padre me subía al coche (un Ford Taunus modelo de 1966), encendía la radio y pisaba el acelerador con cualquier excusa, visitar las obras de algún depósito o una estación que la compañía Aygaz, de la que era director, estuviera construyendo cerca de Büyükçekmece, en Ambarh, dar un paseo por el Bósforo, salir a comprar cualquier cosa o pasar por casa de la abuela.
            Mientras avanzábamos por las calles y avenidas, desiertas los domingos por la mañana, del Estambul de finales de los sesenta y principios de los setenta, por barrios a los que nunca habíamos ido antes, escuchando las canciones de 'música ligera occidental' que sonaban en la radio (los Beatles, Sylvie Vartan, Tom Jones y demás), mi padre me contaba alegre que lo más importante en la vida era que uno se comportara como le salía de dentro, que el dinero no era un fin en sí mismo sino un medio que había que utilizar si era necesario para ser feliz, o cómo había escrito poesía en habitaciones de hotel en París, adonde se había ido en tiempos abandonándonos, cómo había traducido al turco los poemas de Valéry y cómo un tironero le robó la maleta llena de poemas y traducciones durante un viaje a América que hizo años después. Sabía que nunca olvidaría nada de lo que me contaba saltando de tema en tema adaptándose a las subidas y bajadas de la música, a la continua sucesión de calles o al propio fluir de las historias: cómo en los cincuenta veía a menudo a Jean-Paul Sartre por las aceras de París, o cómo se había construido el edificio Pamuk en Nişantaşi, o el relato de alguna de sus primeras bancarrotas. Mientras escuchaba aquellas historias y aquellos consejos sobre la vida que mi padre me soltaba con toda tranquilidad y sin insistir en exceso señalándome a veces la belleza del paisaje y a veces la de las mujeres que pasaban por la acera, yo contemplaba las imágenes plomizas de Estambul que se sucedían a través del parabrisas en aquellas mañanas de invierno. Observaba los vehículos que pasaban por el puente de Gálata, los suburbios bordeados por casas de madera aún sin derruir, las calles estrechas, la multitud que acudía a algún partido de fútbol o cómo un remolcador de estrecha chimenea avanzaba por el Bósforo tirando de gabarras cargadas de carbón, pero también escuchaba atentamente los sabios consejos que mi padre me daba sobre la vida como, por ejemplo, que uno debe seguir con mucho cuidado sus propios instintos, sus manías y sus obsesiones, o que la verdad era que la vida pasaba muy deprisa y era mejor que uno supiera lo que quería hacer, o sus insinuaciones de que en realidad uno solo puede conseguir una vida de cierta profundidad escribiendo, dibujando o pintando, y notaba que las imágenes se fundían con sus palabras en mi mente. Al poco rato todo se unía en mi cabeza, la música que estábamos escuchando, las imágenes de Estambul que fluían por las ventanillas del coche, el ambiente de algunos callejones adoquinados y sus aceras, por los que mi padre se desviaba sonriendo con un '¿Doblamos por aquí?', y me hacía sentir que nunca encontraremos una respuesta a las preguntas fundamentales que nos hacemos en la vida, pero que es bueno que nos las preguntemos, que el objetivo de la vida y la felicidad están en lugares que no percibimos o no queremos percibir, y que hay otra cosa tan importante como todos esos problemas, y son las imágenes que vemos por las ventanas del coche, del barco o de nuestra casa mientras estamos obsesionados con ellos o persiguiendo el placer o la profundidad en la vida; porque con el tiempo la vida, como la música, la pintura o las historias, llegará a su fin con todas sus subidas y bajadas, pero las visiones de la ciudad que pasan ante nuestros ojos permanecerán con nosotros durante años como recuerdos surgidos de un sueño".
            Felicidades a todos los padres.

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sábado, 17 de junio de 2017

Me llamo José*

Me llamó José, pero todos me dicen Pepe. Tengo treinta y ocho años. Estoy aquí porque no tengo a nadie con quien hablar. Sucede que creo que estoy enloqueciendo. Hoy, a la misma panadería, volvió el mismo hombre. Como cada mañana, él entró sonriente y dio un paso a su derecha para saludar a la cajera. De inmediato dio dos pasos hacia delante y se detuvo a conversar con la encargada, mientras le pedía al cafetero un marrón claro grande. Al dirigirse a su asiento con su bebida, apenas sentándose, empezó a rascarse el brazo izquierdo, luego la pierna izquierda, luego la pierna derecha, luego el brazo derecho. Tomó un poco de su café, hizo el mismo gesto que cada mañana hace en su boca, como diciéndose que el café estaba frío y lamentándose porque sabía que no iba a pedirle al joven que se lo cambiara.
      Volvió a tomar y repitió el mismo gesto y, sin cambiar su semblante, se llevó la mano derecha a su corto aunque abundante pelo gris, se rascó con mucha fuerza su cuero cabelludo, para volver a rascarse los brazos y las piernas con el mismo orden que les conté. Tomó un poco más de café y se llevó una servilleta a la boca, para escupirlo en ésta, como cada mañana. Se rascó la mano izquierda, luego la derecha. Levantó la taza, pero se dio cuenta de que ya estaba vacía. Y volvió a rascarse las piernas y los brazos con el mismo orden que les conté. Dejó la servilleta sobre la mesa y se llevó a la nariz el dedo índice de su mano derecha, al mismo tiempo que con su mano izquierda se rascaba la pierna derecha y el brazo derecho. Y antes de irse, como cada mañana, se paró, le quitó la tapa a la papelera que está al lado de la caja, y todo ese olor llegó a sus axilas, a las mías, a las de todos. Con la tapa de la papelera en la mano, escupió sobre la basura lo que le faltaba escupir.
      Estoy aquí porque no tengo a nadie con quien hablar. Sucede que creo que estoy enloqueciendo. Ese hombre todos los días hace lo mismo, y yo, mientras preparo los batidos, no puedo dejar de observarlo, por esto en lugar de hacer un batido de piña, preparo uno de mango, o en lugar de uno de mango, preparo uno de piña, mientras lo veo y también me rasco los brazos y las piernas con el mismo orden que les conté, y también me rasco, con mucha fuerza, el cuero cabelludo escondido debajo de la gorra de trabajo. Cuando cada mañana él destapa la papelera para terminar de escupir, a los batidos de mango que tienen que ser de piña, o a los de piña que tienen que ser de mango, también les llega el olor, lo que se confirma en el sabor. Lo peor del caso es que la encargada ya me ha visto y ya le fue con el chisme al dueño. Creo que podrían disculparme todo menos el haberme visto ella hoy con el índice de la mano derecha metido en mi nariz. Seguro mañana me despiden y no sé qué será de mí sin trabajo y loco. Estoy aquí porque no tengo a nadie con quien hablar...

*"Me llamo José” aparece en el libro De aquí y de allá (de ensayos y relatos), de Dalal El Laden.

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viernes, 9 de junio de 2017

Solicito secretaria*

Los sopes y las cervezas han acabado con la última quincena de Carina. Poco antes de las nueve de la mañana, ella entra al consultorio; viernes, uno: la recibe el calendario -sobre la rústica mesa de madera, que hace juego con los ventanales- con la imagen de la Virgen de Guadalupe; ¡qué rápido llegó junio! 
      Un niño, tras darle la espalda a su hermana quinceañera, toca el reloj de Carina y, a punto de lamerlo, a esta última le acerca un dibujo -en blanco y negro- de lo que parece ser un elefante, rodeado de enormes árboles y de caras sin labios.
      Collares, medicinas, camas, huesos bañados en químicos con sabor a tocino, trajes, pelotas, jaulas, gatos y perros en la portada de una revista -por medio de la que se intenta crear conciencia en sus lectores, animándoles a adoptar y a esterilizar-, todo se une al conductor del programa televisivo, al llanto del pequeño que se ha caído de la silla, y al carro que pasea por la empedrada y no muy transitada calle.
      -¿Señorita Alvarado? -pregunta un joven con uniforme de secundaria-. Adelante, por favor.
      -Doctor, necesito el trabajo, para poder pagar mi escuela y colaborar con los gastos de la casa; tengo tres hermanos, yo soy la mayor -afirma Carina, sentada, tambaleando sus piernas; le sorprende un agujero en el cuello de su blusa.
      -Cuéntame más de ti -propuso el veterinario, rozando el bolsillo de su bata.
      -He sido mesera, cajera, vendedora; esta sería mi primera experiencia como secretaria; adoro a los animales, también podría bañarlos, cortarles el pelo -en la pared recién pintada, el retrato de un hombre ensimismado entre la nieve, le ahuyenta las palabras.
      -¡Ah! El de la foto soy yo, obviamente, sin canas -ríe al ritmo del paciente ventilador; su escritorio, intacto, reluce al igual que sus manos, que cada una de sus uñas. Carina rememora la mesa de su habitación (que alguna vez usó para hacer sus tareas escolares), cubierta de playeras, pantalones y vestidos empolvados-. ¿Qué estudias?
      -Pronto seré chef -el intruso televisor de la sala de espera apunta su sien.
      -¡No me digas! Justamente en estos días le comenté a mi madre que, además de una secretaria, necesito a alguien que se encargue de tener lista la comida; sabes, en mi situación, médico, viudo, con tres hijos, no resulta muy fácil organizarse -se rasca la nuca al percatarse de la telaraña en el techo-. A estas alturas lo que más deseo es una vida estable -su asiento empieza a quemarle el pantalón. Suena el teléfono.
      -Sí, mamá, al salir del consultorio te compro las medicinas -afirma con voz arrulladora; termina la llamada, toma su bastón y, sin cambiar el tono, le dice a Carina:
      -Ven, quiero mostrarte algo -al caminar y subir las escaleras, ella nota su cojera en la pierna derecha, que le ha acompañado desde sus primeros pasos-. Aquí está la cocina; podrías venir cada día, trabajar a tu ritmo, nadie te molestaría; cada semana iríamos juntos a comprar los ingredientes -las mismas caras (alrededor del mismo elefante) le sonríen, ahora sobre el comedor revuelto de huevos con jamón-. Carina, ¿crees en el matrimonio?, ¿crees en el amor?

*"Solicito secretaria", del libro "De aquí y de allá" (de ensayos y relatos), de su servidora.

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sábado, 3 de junio de 2017

Doce de mayo

Verte es recordar aquella noche ante la mesa,
tu corazón protegido
por tu camisa blanca y fresca,
tu mano cariñosa al sentir mi mano cerca,
tu mirada sobre el vaso
protegida por la lágrima que siempre
al escribirte
sale de mis letras.

***

Doce de mayo

Caminar en La Asunción
detiene mis pasos,
me sienta en el banco,
me acerca un café marrón claro,
me lleva a sonreírle al gato en el árbol,
me dibuja en la rama tu corazón que extraño,
regresa mi andar que hoy también canta
que de verdad he amado.

***

                                                                A mis sobrinos: Ali y Amín.

Tomemos lápices de colores,
para volver a la canción con la que nuestra madre

cada tarde nos arrullaba;
para saborear la cena con el batido de chocolate
que tanto nos gustaba;
para escuchar las olas desde esa playa
a la que cada domingo nos llevaban.
Tomemos más lápices de colores:
una y otra vez
volvamos,
saboreemos,
escuchemos
hasta llegar a la última página de este cuaderno
en honor a la infancia.

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