jueves, 25 de febrero de 2016

Todos por nuestro idioma español



Muchísimas gracias, María Millán, Luis Fernández, Alma Gómez, Vanesa Marcano y Pablo Luna, por sus preguntas que hacen posible este espacio.

            -“¿Es ‘status quo’ o ‘statu quo’?”.
      “Statu quo” (locución latina: “en el estado en que”) se emplea con el sentido de “estado de un asunto o cuestión en un momento determinado”. En plural se dice: los “statu quo”. No es correcta la forma “status quo”.

            -“Si hablo de alguien que nació en Brasil, ¿debo decir brasileño, brasilero o brasileiro?”.
       El gentilicio recomendado y mayoritario en todo el ámbito hispánico es “brasileño, por ejemplo: La selección brasileña. Esta forma alterna en algunos países de América con brasilero”, que es la adaptación del gentilicio en portugués “brasileiro”, por ejemplo: Un brasilero de nombre César Santos, pasó toda su vida en esa región.
       Un error frecuente, especialmente en el lenguaje deportivo, es usar “carioca como gentilicio de Brasil, ya que un carioca es el oriundo de la ciudad Río de Janeiro, por lo que es impropio su empleo con el sentido más general de “brasileño”; sería como llamar “tapatíos” a los mexicanos en general y “maracuchos” a los venezolanos en general.

       -“Conozco el término añejo, pero anejo también existe, ¿verdad?”.
       Ambas palabras son correctas, sin embargo, tienen un significado totalmente distinto.
       Aunque no es de uso muy común, “anejo” es un vocablo válido y proviene de la raíz latina “annexus”, que significa “añadido”. Anejo es una variante de la palabra “anexo”, por tanto, es un adjetivo que, referido a espacios o dependencias y a escritos o documentos, significa “unido o agregado”; y, referido a otras cosas, casi siempre inmateriales, “vinculado o aparejado”. Normalmente, anejo se usa más como adjetivo que como sustantivo, por ejemplo: Encendió la luz del cuarto anejo a la alcoba.
Por otra parte, “añejo” es una palabra que tiene su raíz en la voz latina “anniculus”, es decir, “de un año”, y se utiliza para designar una cosa que tiene uno o más años; que tiene mucho tiempo.

       -“¿Se escribe gravar o grabar?”.
       El vocablo “grabar” tiene que ver con “marcar un texto o dibujo en una superficie mediante incisión u otro método”, o “registrar sonidos o imágenes en un soporte”: La canción fue grabada en un disco compacto. No debe confundirse con la voz “gravar”, que significa “imponer un gravamen o impuesto a alguien o a algo”: La decisión del Gobierno es no gravar los productos de la canasta familiar.

       -“¿Qué significa correveidile?”.
      “Correveidile” es la “persona que lleva y trae cuentos y chismes”, o un “alcahuete”, es decir, una “persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita”. Es común en cuanto al género: el/la correveidile. Aunque es poco empleada, se acepta la variante “correvedile”.

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:164445

http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/14941-vereda-anónima

http://dimensionrealdecolima.com/articulo.php?idart=297&id=1

domingo, 21 de febrero de 2016

El náhuatl es una lengua, no un dialecto*




Hace justamente cinco años conocí a un joven profesor de inglés. En ese tiempo, yo recién empezaba a asistir al Seminario de Lengua y Cultura Náhuatl que imparte el Doctor Patrick Johansson Keraudren, en la Universidad de Colima. Durante esos días de seminario, me tocó ir a la presentación de uno de los libros del Doctor Miguel León-Portilla, quien, con el corazón en la mano, nos pidió que cada vez que escucháramos a alguien decir –y muchas veces con aire de inferioridad, como el caso del joven profesor- que el náhuatl no es una lengua, sino un dialecto que, por favor, todos hiciéramos lo posible para hacerle ver a esa persona, para hacerle ver al mundo, el error en el que están, ya que, contrario a lo que muchos piensan, sí es una lengua, una lengua que tiene historia, literatura, y de la que todos nos debemos sentir orgullosos.
Tras haberme preguntado para qué quería aprender a hablar un “dialecto” y repetirme una y otra vez que, por esto de la “globalización”, es más importante y necesario saber inglés, detallé el físico del profesor y no podía entender cómo alguien con rasgos indígenas tan marcados menospreciara acremente lo suyo.
Se veía enojado. Saberme interesada en el náhuatl pareció incomodarle e hizo todo lo posible para, según dijo, sacarme de mi errónea creencia. Dejándome sola por unos minutos, se dirigió a una biblioteca que estaba a pocos pasos de nosotros, regresando con un pesado libro entre sus manos y pidiéndome que leyera unas confusas líneas del mismo en las que, aseguró, se “aclaraba” que el náhuatl es un dialecto y que todos los que nos atrevemos a denominarle lengua –palabras más, palabras menos- somos unos ignorantes que no queremos ver las cosas como son. El texto no decía lo que él afirmaba, sin embargo, no cesaba de darme su interpretación.
El náhuatl (“palabra armoniosa que agrada al oído”), según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), es la “lengua principal de los indios mexicanos, perteneciente a la familia lingüística utoazteca”, dándole “forma escrita los misioneros españoles (sirviéndose de caracteres latinos)”. En español contamos con “gran número de palabras de la lengua náhuatl o azteca, como camote, cacao, chocolate, tiza, aguacate, chile, tomate”, entre muchas otras. Según el Doctor León-Portilla esta lengua es hablada por dos millones y medio de personas (desde el norte de México hasta Centroamérica).
Por otra parte, el DRAE señala que “en lingüística cualquier lengua con relación a otras que, con ella, derivan del tronco común: el italiano es uno de los dialectos que se derivaron del latín común”, es un dialecto; en otras palabras, se le denomina así a “cada una de las variedades regionales de un idioma, que tiene cierto número de accidentes propios”. En España, por ejemplo, se consideran dialectos del catalán al valenciano y al mallorquín. En el caso de México, específicamente del náhuatl, esta lengua también tiene sus variantes dialectales (por ejemplo, en la costa de Michoacán hablan náhual, mientras que en la Sierra Norte de Puebla predomina el náhuat).
El Maestro José G. Moreno de Alba -quien ha sido director de la Biblioteca Nacional de México, investigador nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, y quien además es autor de varios libros y numerosos artículos sobre temas de filología y lingüística-, en el apartado Dialecto y lengua, de su libro Minucias del lenguaje, afirma que debemos “referirnos al náhuatl, al zapoteco, al mixteco o al maya como lenguas y no como dialectos, a no ser que precisamente estemos haciendo alusión a las variedades internas de cada uno de esos sistemas lingüísticos”.
Don Ramón Lorenzo Baltasar y su joven compañero Miguel Esteban Flores (Miguelito) son de Tlacuilotepec (“en el cerro escrito o pintado”, en náhuatl), una comunidad ubicada en la Sierra Norte de Puebla. Llegaron a Colima hace quince días en un camión en el que también comen y duermen, mismo que descansa en la carretera a Comala, entre una gran variedad de hermosas artesanías que, en su mayoría, compran en Veracruz. Estiman quedarse una semana más para luego dirigirse a Guadalajara.
Desde niño, don Ramón habló la variante dialectal náhuat, de la que se siente orgulloso y no titubea al decir que “es muy bonito saber hablarla, para que no se pierda”. En sus ratos libres, se la enseña a Miguelito quien, a pesar de que sus papás también la hablan, los niños de Tlacuilotepec ya casi no lo hacen, ya que en las escuelas le están dando más importancia al español, usando libros de texto en este último idioma. A Miguelito le gustaría seguir aprendiéndola para poder comunicarse bien con sus siete hermanos y con sus amigos.
Tristemente, en repetidas ocasiones, por miedo a recibir algún rechazo, don Ramón ha tenido que dejar de hablar náhuat. Hace unos meses, por ejemplo, un señor que había pasado a ver las artesanías, tras escuchar a don Ramón y sus compañeros, se molestó y les acusó de que seguramente estaban hablando mal de él, exigiéndoles que se comunicaran en español. “No en cualquier lugar podemos hablar en nuestro dialecto, muchas veces, para que el cliente no se sienta mal, para que no se vaya a ofender, para no causar problemas, usamos el español; es pura ignorancia de su parte porque en lugar de que nos digan ‘enséñenme’ se sienten ofendidos si no nos entienden”.
Con una incipiente sonrisa, don Ramón recuerda a un estudiante que conoció en Tamaulipas, quien le hizo preguntas sobre el náhuat y le quedó muy agradecido por su enseñanza.
Ahora, al recapacitar en lo que sucedió con el profesor de inglés, en las palabras de don Ramón y Miguelito, el deseo de seguir el consejo del Doctor Miguel León-Portilla es más y más ferviente. Desde aquí, con mucho optimismo, me atrevo a decirle al Doctor que cada vez somos más los que nos esforzamos por que el mundo esté consciente de que el náhuatl es una lengua. Y con aún más optimismo, también me atrevo a decirle que entre todos lograremos que ésta siempre siga viva, que nunca muera.
*Este texto, de junio de 2010, apareció en El Mundo desde Colima, en la columna Ica nochi noyollo (Con todo mi corazón).

Don Ramón y Miguelito.

Hoy, Día Internacional de la Lengua Materna, comparto con ustedes el recuerdo de uno de mis días más felices.
Que vivan hoy y siempre todas las lenguas del mundo.


Tlazocamati, temachtiani Miguel León-Portilla.


jueves, 18 de febrero de 2016

Gracias por su tolerancia

Debido a la escasez, hace días compré el único lavaplatos que ahora se consigue en nuestra Isla de Margarita. Hoy, segundos antes de que mi papá y yo empezáramos nuestra acostumbrada caminata matutina, escuchamos que en la radio afirmaban que este producto es muy bueno, orgullosamente nacional, lo mejor que ha salido al mercado, y yo, sin decir nada, le dije todo a mi papá al mostrarle la resequedad que éste le ha causado a mis manos.
      Caminando, como siempre mencionamos lo afortunados que somos por poder hacerlo en un lugar tan hermoso, frente al mar. Nuestra conversación se detuvo cuando se nos adelantó un hombre de unos cuarenta años, quien, a escasos pasos de nosotros, escupió y volvió a escupir sobre el asfalto.
      -¡Increíble!
      -¿Pero qué le pasa?
      Mi papá y yo exclamábamos, preguntábamos todo al aire, hablando normal, sin alzar la voz, pero deseando que el hombre nos escuchara. Sin pensarlo dos veces, nos adelantamos, lo dejamos atrás y, casi al instante, escuchamos que volvió a hacer lo mismo. Le propuse a mi papá que corriéramos un poco, para así lograr alejarnos más de él, sin embargo, como si me hubiera escuchado, en ese segundo –y para nuestro alivio- empezó a trotar… pero ni así dejó de “adornar” el asfalto, escupiendo de igual forma, casi sobre sus zapatos, sin tomarse la molestia de acercarse a la arena ni mucho menos al bote de basura.
      Si bien quise gritarle, con todas mis fuerzas, las palabras que no abandonaban mi mente, terminé mirando al cielo, respirando profundo y pidiéndome tolerancia, ¡mucha tolerancia! Poco después vimos uno de los perritos que viven en esta playa, haciendo sus necesidades detrás de una rama y tapándolas con la arena. Es impresionante –y no me canso de expresarlo- que los animales sean tan limpios, mientras que muchos humanos dejan mucho que decir.
      No usamos este espacio para criticar, sino para invitar a la reflexión, lo que nos llevará a mejorar como personas y, al mismo tiempo, a tener una mejor sociedad. Si escupo al lado de mi vecino, ¿está bien? Si tengo gripe, si ando mal de la garganta, si sé que -por la razón que fuera- sentiré la necesidad de hacer lo que hizo este hombre, ¿qué me cuesta cargar una toalla de tela y usarla para este fin? Si no pienso en la incomodidad que, con mis actos, puedo causarle a quien me rodea, ¿lo estoy respetando? Y si no respeto a mi prójimo, ¿soy un buen ciudadano?
      De regreso a casa, mientras veíamos la larga cola a las afueras del supermercado (para comprar dos productos, en escasez, de la cesta básica) y volvíamos a escuchar la publicidad del mismo “espectacular, único, recomendable” lavaplatos, mi papá y yo recordábamos lo sucedido con aquel hombre y, también al aire, ya con la muy poca voz que nos dejó el desánimo, nos hacíamos estas mismas preguntas.
      Invitación:
      ¿A usted también le preocupa la pérdida de valores en nuestro país? Mándenos su caso a ladendalal@hotmail.com. Por favor, no callemos, insistamos, porque mientras más conciencias despierten, más cerca estaremos de lograr el cambio para bien que tanto necesita nuestra querida Venezuela. ¡Gracias!

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:164124

 

jueves, 11 de febrero de 2016

Los falsos amigos




Hace meses, en este espacio hablamos sobre los “falsos amigos”, es decir, las “palabras que, a pesar de tener significados diferentes, pueden escribirse o pronunciarse de una manera similar en dos o más idiomas”. En esa ocasión se mencionó que viajar a otro país casi siempre implica la necesidad de cambiar algunas palabras por otras, debido a que, aunque aquí y allá se pronuncien o se escriban igual, llegan a tener distintas acepciones (por ejemplo, en Italia, un casino es un burdel); citando a mi amigo escritor -quien me presentó a estos amigos nada verdaderos-, se describió el caso de que “parece que los chinos andan copiando a IKEA, y no solo se copian los muebles, también las instrucciones para armarlos. Es decir, que traducen del sueco al chino, y luego, para enviarlos a los países hispanos, al español. El resultado es tragicómico”.
            Hace días recibí un regalo muy especial: “El castellano es un idioma loable, lo hable quien lo hable” (Editorial Planeta, 2012), de Luis Piedrahita. “Todo lo que vas a ver en este libro es auténtico: los manuales de instrucciones, los folletos publicitarios, las listas de ingredientes… Todo procede de ese lugar tan poco céntrico y mal comunicado que se llama realidad. Son aberraciones reales que surgen de despistes reales, de malas traducciones reales y de matrimonios reales entre miembros de las mismas familias reales. Y no podemos enfadarnos. La realidad es excéntrica y hay que quererla así, con sus aberracioncitas. Habitamos un mundo donde hay bombones hechos a base de leche y tuercas, tés morunos que esconden saliva entre sus ingredientes o incluso cunas que te aconsejan atar un colegio de abogados del bebé”. Así empieza la introducción de esta obra donde los protagonistas son los falsos amigos, y ahora me permitiré transcribir parte de su prólogo, escrito por Marcos Mundstock (“Les Luthiers”, Argentina):
“Luis Piedrahita (…) vive de las palabras (…) lo peor, o lo mejor, de Luis es esa curiosa predilección por las palabras que se enferman, que adoptan un comportamiento patológico. Es una especie de investigador médico del lenguaje, un palabrólogo. Y también de su metafísica, un palabrósofo (…) Las atrocidades lingüísticas que el autor nos muestra con tanta gracia en envases, etiquetas o instrucciones ‘aclaratorias’ son desopilantes, una carcajada constante”.
A continuación leeremos un ejemplo de estos falsos amigos detectados por tan admirable autor, quien los ha reunido en este estupendo libro:
“Sandwich Maker
Sandwichera
Hyundai Corporation, Seoul, Korea
Instruction Manual
Manual de instrucciones
4. Lugar de Dont cerca de niños o de niños puede tocar al usar, el don’t permite a niños lo funciona!
5. Dont abre el armario de la manija al usar! Uso de Don’t él sin cualquier supervisión!
6. Dont funciona la aplicación con una cuerda o enchufe o se cae o se daña dañado de cualquier manera. Vuélvalo a la facilidad autorizada del servicio para la examinación, reparación o ajuste eléctrico o mecánico”.
Si quisieran compartirnos su experiencia con estos amigos falsos, enviándola a ladendalal@hotmail.com, con muchísimo gusto se publicaría en este espacio. Mil gracias por su atención.