martes, 16 de junio de 2020

"La desnudez comienza en la cara"

"Ya no tengo nada que decir; o pongamos que lo que tengo que decir me parece que es lo mismo que nada".

Simone de Beauvoir, en "Los mandarines", página 165.

Durante esta pandemia he leído, mas no he escrito. Pienso algo. Recuerdo que ya lo he plasmado y hasta allí llego. Lloro. Sí. Cuando veo a la vaca parada, amarrada al poste de la carnicería, sin poder mover ni su cuello, lamento el día que volví a consumir (aunque muy poca) carne y que decidí mudarme a esta rincón frío-frío-frío con los animales. Cada vez que observo a la vaca, su incomodidad, sus ojos inquietos pidiendo ayuda, pienso en reescribirlo y luego me digo para qué si el mundo siempre ha sido así y seguirá igual. 

     Sigue el olor a basura. Quiero reescribirlo. Pero no. Siento impotencia al leer sobre las consecuencias de la quema, mas no lloro. Me pregunto desde cuándo empezó a importarme más una vaca que la humanidad. No me siento mal, al contrario, esta interrogante orgullosamente me acerca aún más a los animales. Mi mayor refugio es la lectura y transcribir lo que me agrada del texto en mis manos. 

     Estoy con "Los mandarines". Hallo las palabras que quiero leer, lo que me ha hecho dudar si somos quienes buscamos las obras o si serán ellas las que intuyen cuánto las necesitamos y llegan a nosotros con su magia (su servidora también ha expresado esto en "¿Quién encontró a quién?"; será que lo nuevo es una ilusión). Supongo que esto sucede con todos los lectores, lo que nos lleva a querer seguir con el mismo autor, quien nos conduce a otro, y este otro a otro, y así infinitamente.

     En el caso de esta novela de Beauvoir (voy casi por la mitad), me identifico con dos de sus personajes. Por ejemplo, al mismo tiempo que me reclamo no escribir, leo: "Usted no concebía vivir sin escribir". Y cuando, recordando el consejo que -en "Diarios. 1988-1989"- Victoria de Stefano compartió ("escriba, escriba lo que sea", lo que también, hace casi un año, llegué a mencionar), repito que ahora sí voy a llenar la página, vuelve a castigarme la voz: para qué hacerlo, para qué el mismo tema (lo que Julio Cortázar -tal como afirmó en una entrevista que podemos admirar en YouTube-, sabio, evitaba).

     Ahora me quedo con:
     "¿De dónde venía esa aridez interior que lo paralizaba? ¿Por qué ese muchacho, cuyo manuscrito tenía entre sus manos, encontraba cosas que decir y él no? (...) uno no puede complacerse en describir las lucecitas (...) cuando uno sabe que alumbran una ciudad que revienta de hambre. Y la gente que revienta de hambre no es un pretexto para hacer frases (...) No es incómodo estar muerto si uno renuncia a fingir que está vivo" (pp.136-137).

     Y cómo no callar más -y mucho más reviviendo el gesto, el miedo, el todo de la vaca- con: "La desnudez comienza en la cara y la obscenidad con la palabra" (p.141). 

Ghaza, El Valle del Bekaa (Líbano), 15 de junio de 2020.




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