martes, 5 de junio de 2018

Hasta donde me permita la vida

Todos por nuestro idioma español


Queridos lectores, muchísimas gracias por sus preguntas que hacen posible este espacio; es emocionante estar juntos en esta tarea de cuidar nuestro maravilloso idioma:
Muchas gracias, Alejandra Ríos; siempre será un placer recibir sus mensajes:
“¿Es hilación o ilación?”.
Ilación (del latín “illatio”) es la acción de inferir o deducir, y también significa conexión lógica. Veamos un ejemplo:
-Ella comenzó a hablar con frases entrecortadas y sin ilación.
No es correcta la grafía hilación, debida al influjo de hilar, verbo con el que etimológicamente no guarda ninguna relación.
Mil gracias, Gabriela Martínez, por este ánimo de siempre:
“¿Freídas? ¿Es correcto?”.
El verbo freír posee dos participios, uno regular y otro irregular, y ambos son igualmente correctos en español:
-Infinitivo: freír.
-Participios: freído y frito.
En ocasiones, como algunas formas nos parecen menos comunes, tendemos a considerarlas erróneas, pero se pueden usar indistintamente para la formación de los tiempos compuestos de los verbos. Aquí tenemos unos ejemplos de expresiones correctas:
-He frito los calamares.
-He freído los calamares.
Si se usa como adjetivo, se utiliza exclusivamente la forma frito: “papas fritas” y no “papas freídas”.
Antonio Vásquez, muchísimas gracias por su excelente pregunta:
“En lugar de Miami, ¿se puede escribir Mayami?”.
La grafía aceptada es Miami. Esta ciudad de los Estados Unidos de América recibe su nombre de los indios miamis, quienes habitaron en el pasado la zona de su asentamiento actual. En español debe decirse miámi, no maiámi ni mayámi, pronunciación que, aunque frecuente en el español de América, corresponde al inglés, no al español. Si no es aceptable pronunciarlo a la inglesa, tampoco lo es trasladar esta pronunciación a la escritura Mayami. Su gentilicio es miamense. Por ejemplo:
-En los próximos días, los miamenses que viajen a Santiago de Cuba deben tomar medidas de precaución.
No se admite el gentilicio mayamero, derivado del topónimo anglicado antes censurado.
*Facebook: Correctora de Estilo Isla de Margarita.

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“La poesía de la escuela”

En honor al Día del Maestro, que en México se celebró el 15 de mayo, transcribiremos “La poesía de la escuela” (páginas 112-113), de la novela “Corazón”, de Edmundo de Amicis:
“POESÍA
VIERNES 26. COMIENZAS A COMPRENDER LA POESÍA DE LA ESCUELA. Enrique; pero ahora no ves la escuela más que por dentro: te parecerá mucho más hermosa y poética dentro de treinta años, cuando vengas a acompañar a tus hijos y entonces la verás por fuera como yo la veo. Esperando la hora de salida, voy y vuelvo por las calles silenciosas que hay en derredor del edificio y acerco mi oído a las ventanas de la planta baja, cerradas con persianas.
En una ventana oigo la voz de una maestra, que dice:
–¡Ah! ¡Que rasgo de ti! ¡No está bien, hijo mío! ¿Qué diría de él tu padre?…
En la ventana inmediata se oye la gruesa voz de un maestro que dicta con lentitud: ‘Compró cincuenta metros de tela… a cuatro pesos cincuenta centavos el metro…, los volvió a vender…’.
Más allá, la maestrita de primero lee en alta voz. ‘Entonces, Pedro Mica, con la mecha encendida…’.
De la clase próxima sale como un gorgeo de cien pájaros, lo cual quiere decir que el maestro ha salido fuera un momento.
Voy más adelante, y a la vuelta de la esquina oigo que llora un alumno, y la voz de la maestra que reprende al par que consuela.
Llegan a mis oídos versos, nombres de grandes hombres, fragmentos de sentencias que aconsejan la virtud, el amor a la patria, el valor. Siguen después instantes de silencio, en los cuales se diría que el edificio está vacío; parece imposible que allí dentro hayan setecientos muchachos; de pronto se oyen estrepitosas risas provocadas por una broma de algún maestro de buen humor… La gente que pasa se detiene a escuchar, y todos vuelven una mirada de simpatía hacia aquel hermoso edificio que encierra tanta juventud y tantas esperanzas.
Se oye luego de improviso un ruido sordo, un golpear de libros y de bolsones, un roce de pisadas, un zumbido que se propaga de clase en clase, como al difundirse de improviso una buena noticia: es la hora de salida. A este murmullo una multitud de hombres, de mujeres, de muchachos y de jovenzuelos se aprieta a uno y otro lado de la salida para esperar a los hijos, a los hermanos, a los nietecillos; entretanto, de las puertas de las clases se deslizan en el salon de espera, como a borbotones, grupos de pequeños que van a recoger sus capotitas y sombreros, haciendo con ellos revoltijos en el suelo, y brincando alrededor, hasta que el maestro los vuelve a hacer entrar uno por uno en clase. Finalmente, salen en largas filas y marcando el paso. Entonces comienza de parte de los padres una lluvia de preguntas:
‘¿Has sabido la lección? ¿Cuánta tarea te han dado? ¿Qué tienes para mañana? ¿Cuándo es el examen mensual?’.
Y hasta las pobres madres que no saben leer abren los cuadernos mirando los problemas y preguntan los puntos que han tenido. ‘¿Solamente ocho? ¿Diez, con sobresaliente? ¿Nueve, de lección?’.
Y se inquietan, y se alegran, y preguntan a los maestros, y hablan de programas y de exámenes. ¡Qué hermoso es todo esto; cuán grande y qué inmensa promesa para el mundo.
Tu padre”.
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Bekaa: más de un valle*


Ghaza, El Valle del Bekaa, 27 de junio de 2016.

Apenas amanece. Intento descifrar lo que me despierta. No, no están regando la tierra. Con este ruido desconocido vuelve la canción con la que dormí anoche y mi amor por ella me da la fuerza para dejar las sábanas y dirigirme a mi ventana:
“El brillo del sol, sobre mis hombros, me hace feliz”.
El gran número de niños recogiendo la papa sembrada, explotados por largas horas bajo el sol que no tarda en estallar, apaga la canción que me acompañó toda la noche, para dar pie a mi monólogo que me lleva a otra canción que también amo, pero que me deja sin fuerza porque duele; duele.
-A los niños les dan dos mil liras; a los adultos, cinco mil -recuerdo lo que mi primo me dijo hace contados días-. Además de la explotación, los dueños o encargados de esas tierras, cargando grandes palos, los vigilan mientras recogen la siembra y, si no les agrada algo, les pegan.
-Sí, una vez me tocó ver de cerca cómo uno le daba, con el gran palo, a una mujer. Me detuve y le grité: ¡Miserable! ¡Imagínate que fuera tu esposa, tu hija, tu hermana o tu madre! Y el sinvergüenza se quedó callado, volteó a otro lado y se alejó de la pobre señora -revivo las palabras de mi otro primo.
El tractor va y viene al mismo tiempo que las manos no descansan; con gran rapidez recogen cada papa que ahora reposa sobre cajas de cartón, listas para la venta.
-Cómo es la vida. Trabajar tantas horas, soportar el maltrato físico y verbal, el sol, el hambre, la sed -y ahora más, ya que muchos practican el Ramadán-, todo para recibir una burla de dinero. ¡Sólo me arrepiento de no haberle partido la cara a ese miserable!
Ya es mediodía y allí siguen todos, y tres hombres -cada uno con un gran palo en mano- caminan y caminan, vigilando todo. “¿Y si veo que le pegan a alguien? ¿Qué hago?”, mi monólogo no descansa.
Vuelvo a anoche, a la fiesta -por Ramadán- organizada por una escuela. Vuelvo a las luces, a la venta de café, de dulces, de jugos. Vuelvo a los pasos de tantos jóvenes, quienes caminan y caminan, pasando por los mismos lugares, atentos a los pasos de más jóvenes. Vuelvo a la alegría de los niños brincando sobre castillos inflables. Vuelvo a la música en vivo: al oud, al derbake, a la voz.
Vuelvo a esta máquina, a esta página y regresa la canción que me tiene sin fuerza; vuelvo al teclado y transcribo su letra y la borro mientras recapacito que es la misma canción con la que dormí anoche y con la que fui feliz, pero que ahora duele; duele. Y vuelvo a transcribir:
“El brillo del sol, en mis ojos, puede hacerme llorar”.

*Del libro Bekaa: más de un valle (Producciones Vavos, 2017), de Dalal El Laden.

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Pío, pío, pío

"La biblioteca de Estardo"


Hoy, después de muchos años, releemos "Corazón", de Edmundo de Amicis (1846-1908). En honor a esta obra que está en millones de corazones, transcribiremos "La biblioteca de Estardo":
"He ido a casa de Estardo, que vive enfrente de la escuela, y he sentido verdaderamente envidia al ver su biblioteca. No es de manera alguna rica, no puede comprar muchos libros, pero conserva con gran cuidado los de la escuela y los que le regalan sus padres.
Cuantas monedas le dan las pone aparte y las gasta en la librería; de este modo ha reunido ya una pequeña biblioteca, y cuando su padre ha advertido esta afición, le ha comprado un bonito estante de nogal con cortinas verdes, y ha hecho encuadernar todos los volúmenes en los colores que a él más le gustan. Así, ahora él tira de un cordoncito, la cortina verde se descorre y se ven tres filas de libros de todos colores, muy bien arreglados, limpios, con los títulos en letras doradas en el lomo: libros de cuentos, de viajes y de poesías, y algunos ilustrados con láminas. Él sabe combinar perfectamente los colores; pone los volúmenes blancos junto a los rojos, los amarillos al lado de los negros, y junto a los blancos los azules, de modo que se vean de lejos y presenten buen aspecto; luego se divierte variando las combinaciones. Ha hecho un catálogo, y está como el de un bibliotecario. Siempre anda alrededor de sus libros, limpiándoles el polvo, hojeándolos, examinando sus encuadernaciones: hay que ver con qué cuidado los abre con sus manos chicas y regordetas, soplando las hojas: parece que todos están nuevos todavía. ¡Yo en cambio tengo tan estropeados los míos! Para él cada libro nuevo que compra es una delicia abrirlo, ponerlo en su sitio y volver a tomarlo para mirarlo por todos lados y guardarlo después como un tesoro. No hemos visto otra cosa en una hora.
Tiene los ojos malos de tanto leer. Estando yo allí, entró en el cuarto su padre, que es grueso como él, y tiene la cabeza como la suya. Le dio dos o tres palmadas en el cuello, y me dijo con aquel vozarrón:
- ¿Qué me dices de esta cabeza de hierro? Es testarudo, llegará a ser algo: yo te lo aseguro.
Y Estardo entornaba los ojos al recibir aquellas rudas caricias, como un perro de casa.
Yo no sé por qué, pero no me atrevo a bromear con él; no me parece cierto que tenga solamente un año más que yo; y cuando me dijo: 'Hasta la vista', en la puerta, con aquella cara redonda, siempre bronceada, poco me faltó para responderle:
- Beso a usted la mano como a un caballero.
Se lo dije después a mi padre en casa.
- No lo comprendo: Estardo no tiene talento, carece de buenas maneras, su figura es casi ridícula, y sin embargo me infunde respeto.
- Porque tiene carácter –respondió mi padre. Y añadí yo:
- En una hora que he estado con él no ha pronunciado cincuenta palabras, no me ha enseñado un juguete, no se ha reído una vez y, sin embargo, he estado tan contento.
- Porque lo estimas –añadió mi padre".

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"Un día leí un libro y toda mi vida cambió”*

"Un día leí un libro y toda mi vida cambió. Ya desde las primeras páginas sentí de tal manera la fuerza del libro que creí que mi cuerpo se distanciaba de la mesa y la silla en la que estaba sentado. Pero, a pesar de tener la sensación de que mi cuerpo se alejaba de mí, era como si más que nunca estuviera ante la mesa y en la silla con todo mi cuerpo y todo lo que era mío y el influjo del libro no sólo se mostrara en mi espíritu sino en todo lo que me hacía ser yo. Era aquél un influjo tan poderoso que creí que de las páginas del libro emanaba una luz que se reflejaba en mi cara: una luz brillantísima que al mismo tiempo cegaba mi mente y la hacía refulgir. Pensé que con aquella luz podría hacerme de nuevo a mí mismo, noté que con aquella luz podría salir de los caminos trillados, en aquella luz, en aquella luz sentí las sombras de una vida que conocería y con la que me identificaría más tarde. Estaba sentado a la mesa, un rincón de mi mente sabía que estaba sentado, volvía las páginas y mientras mi vida cambiaba yo leía nuevas palabras y páginas. Un rato después me sentí tan poco preparado y tan impotente con respecto a las cosas que habrían de sucederme, que por un momento aparté instintivamente mi rostro de las páginas como si quisiera protegerme de la fuerza que emanaba del libro. Fue entonces cuando me di cuenta aterrorizado de que el mundo que me rodeaba había cambiado también de arriba abajo y me dejé llevar por una impresión de soledad como jamás había sentido hasta ese momento. Era como si me encontrara completamente solo en un país cuya lengua, costumbres y geografía ignorara.
La impotencia que me produjo aquella sensación de soledad me ató de repente con más fuerza al libro. El libro me mostraría todo lo que debía hacer en aquel nuevo país en el que había caído, lo que quería creer, lo que vería, el rumbo que seguiría mi vida. Ahora, pasando las páginas una a una, leía el libro como si fuera una guía que me mostrara el camino a seguir en un país salvaje y extraño. Ayúdame, me apetecía decirle, ayúdame para que pueda encontrar una vida nueva sin tropezar con accidentes ni catástrofes. Pero también sabía que esa vida nueva estaba formada por las palabras del libro. Mientras leía las palabras una a una intentaba, por un lado, encontrar mi camino, y, por otro, recreaba admirado cada una de las imaginarias maravillas que me harían perderlo por completo.
A lo largo de todo aquel tiempo, mientras reposaba sobre mi mesa y proyectaba su luz en mi cara, el libro me resultaba algo cotidiano, parecido al resto de los objetos de mi habitación. Lo noté mientras asumía maravillado y alegre la existencia de una vida nueva, de un mundo nuevo, que se abría ante mí: aquel libro capaz de cambiar de tal manera mi vida sólo era un objeto vulgar. Mientras las ventanas de mi imaginación se abrían lentamente a las maravillas y a los terrores del mundo nuevo que me prometían sus palabras, volvía a pensar en la coincidencia que me había llevado hasta el libro, pero aquello era una fantasía que se quedaba en la superficie de mi mente y que no descendía hasta sus profundidades. El hecho de que me volcara en esa fantasía según leía parecía deberse a un cierto miedo: el mundo nuevo que me ofrecía el libro me era tan ajeno, era tan extraño y sorprendente que para no sumergirme por completo en él notaba la necesidad de sentir algo que se relacionara con el presente. Porque en mi corazón se estaba asentando el miedo a que, si levantaba la cabeza del libro, si miraba mi habitación, mi armario, mi cama, si echaba una ojeada por la ventana, no podría encontrar el mundo tal y como lo había dejado”.
*Orhan Pamuk, en "La vida nueva", páginas 11-13.
En honor al Día del Libro, que se celebró el 23 de abril.


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