miércoles, 23 de marzo de 2016

Ha llegado la tarde;
con ella tomo el café con leche,
como la crepa con chocolate,
agradezco su existencia y
observo esta imagen;
con ella recuerdo que no tengo alas para
alcanzar tus manos,
mas tengo manos que saben escribirte
y que esto también es alcanzarte.
Con este recuerdo,
rozando tus manos
vuelvo a esta imagen;
con ella canto que amarte es volar.


Que viva la poesía

La poesía es amor y el amor nos une:

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:144755


lunes, 14 de marzo de 2016

Escribirte

Tomar tu pluma,
tomar tu espalda:
mi mano derecha en tu cuaderno, 
mi mano izquierda en tu piel.
Me hacía falta regresar y sentarme al frente de esta pared.
Me hacía falta regresar y sentarme por mucho rato con el plato ya vacío.
Me hacía falta regresar y sentarme a mirar la cerámica en esta pared.
Me hacía falta regresar y sentarme a pensar que no tengo prisa en servirme otro plato.
Me hacía falta regresar y sentarme a imaginar sobre la cerámica en esta pared
tu foto que ayer creí no recordar.
Me hacía falta regresar y sentarme en este banco incómodo que me grita que
no quiero otro plato,
que quiero una copa,
que sigo viva.
Escribamos
y los océanos no serán;
iremos siempre de la mano.

¿Cuántos libros cabrán en la maleta de mis sueños?


jueves, 10 de marzo de 2016

Gracias, señora

“¿Qué tal te fue en París?”. “¿Tu hija ya está en secundaria?”. “¿Sigues en la misma empresa?”. “¿Y eso que te cortaste el cabello?”. “¿Abriste la cuenta en Panamá?”. “¿Cómo sigue tu papá?”. “¿Cuántos años cumpliste?”. “¿De verdad sabes tocar guitarra?”. “¿Ya te repararon la computadora?”. “¿Tienes carro?”. “¿Dónde conseguiste harina?”. “¿Supiste que María y Pedro se separaron?”. “¿Estás por terminar el doctorado?”. “¿Cuánto te pagan?”. “¿Sigues practicando yoga?”. “¿Cuándo te casas?”. “¿Tienes afeitadoras?”. “¿Es flaco o gordo?”. “¿Dónde compraste ese vestido?”. “¿No me digas que te gusta planchar?”.
       Otra mañana en la panadería. Es domingo. Todos hablan al mismo tiempo. Nadie escucha a nadie. Los niños insisten en que quieren más pastel de chocolate. Termino mi café. Tomo mi libreta y releo lo que escribí ayer. Sonrío al recordar una conversación de ayer. Al releer y al recordar siento que el ayer es hoy. Parece que mi sonrisa le ha gustado a este pajarito negro, que vuela feliz después de comer los trocitos de hojaldre que quedaban sobre mi plato.
       “Mañana el plomero irá a la casa”. “Mi esposo no encuentra ropa interior en ningún lado”. “Andrea es una cuaima”. “A mi vecino le abrieron el carro y le robaron la batería”. “Está fino el color de tu cocina”. “Esta semana no pude ir al gimnasio”. “Se me dañó el aire acondicionado”. “Le es infiel”. “Pronto empezaré el curso de inglés”. “Reconozco que estoy enviciada con el celular”. “Se puso pechos”. “No me gusta el frío”. “Vamos a tomarnos una foto”. “Ay, qué linda niña, se parece a su mamá”. “El tiempo está ideal para ir a la playa”. “No soporto cómo habla”. “Acabo de romper la dieta con esta torta”. “Mañana me pondré la blusa azul que me regalaste”.
       Me levanto. Salgo al mismo tiempo que una joven señora. Camino detrás de ella; veo que detiene sus pasos para hablarle al señor mayor sentado frente a los carros; al mismo señor mayor de quien se dice que fue carpintero; al mismo señor mayor de mirada sincera; al mismo señor mayor que hoy apenas puede mover sus piernas; al mismo señor mayor que con voz trémula repite “una ayuda, por favor”. Ella le sonríe bonito y él, intentando responderle de la misma manera, con un todo lleno de sorpresa y timidez, no aparta su vista de la bolsa que envuelve al sándwich y al jugo que ella carga.
       -Que tenga buen provecho, señor.
       -Gracias, señora. Dios se lo pagará.
       Ella se aleja. Él come y toma sin pausa. Al fondo, los niños gritan que quieren más pastel de chocolate.
       *Este texto es de ese ayer que siento que es hoy.


 http://dimensionrealdecolima.blogspot.com/2016/04/gracias-senora-que-tal-te-fue-en-paris.html?spref=fb

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:165162





viernes, 4 de marzo de 2016

jueves, 3 de marzo de 2016

Es para ustedes*


Hoy, muy temprano, después de nuestra rutinaria caminata, mi papá y yo decidimos entrar al supermercado para ver si encontrábamos servilletas.
Por los pasillos vimos a mi vecina, quien nos dijo que ayer, a las ocho de la mañana, al bajar a pasear a su perrita alrededor del edificio donde vivimos, se le acercaron dos hombres que iban en una moto, y uno de ellos se bajó y le robó su pulsera.
-Ni era de oro. ¡Qué susto tan grande! A ninguna hora podemos estar tranquilos.
El desánimo en mi ser lo vi reflejado en mi papá, sin embargo, esta vez no mencionamos nada sobre nuestra dolorosa realidad; callados, continuamos nuestro andar por los desolados pasillos que más nos desalentaron.
No encontramos servilletas. Había leche líquida (de Costa Rica) y permitían que cada persona comprara cuatro litros. Cada mañana, al salir a caminar, él y yo llevamos el dinero necesario para un café después del ejercicio. Al llegar a la caja para pagar los ocho litros, nos dimos cuenta de que ya nos quedaban ciento cincuenta bolívares.
-Señor, disculpe, mi hija y yo entramos por otra cosa que no hallamos, y como no vinimos preparados para comprar esto, lo que tenemos no nos alcanza y debemos dejar dos litros de leche; ¿los quiere? -mi papá le preguntó al hombre que estaba formado delante de nosotros, a punto de pagar sus artículos.
-No, gracias, casi no tomo y aún me queda un poco... Ay, amigo, qué increíble que, viviendo lo que vivimos, a estas alturas todavía algunos digan que estamos bien.
Yo lo escuchaba, quería hablar, pero sus palabras ligadas a la gran cantidad de productos inexistentes en el supermercado, y a la tristeza y preocupación (que ya eran mías) de mi vecina, y a los otros tantos problemas de nuestro país, me hicieron seguir callada.
-Señorita, por favor, ¿me cobra esto? -el mismo hombre le pidió a la cajera que le sumara la leche que mi papá y yo no podíamos llevar, y al yo verlo recoger sus bolsas, a un paso de irse, rompí mi silencio:
-Hasta luego, señor, que tenga un buen día -creo que no terminé de pronunciar la última sílaba cuando escuché:
-Es para ustedes. Hasta luego -señaló la bolsa que allí dejó para nosotros, en la que estaban los dos litros de leche que él acababa de pagar, y se fue tan rápido que espero que mi voz -mientras estuvo en silencio- haya descansado lo suficiente para que mi feliz "¡Muchas gracias!" le haya llegado.
Desde aquí -deseando que, por esas cosas de la vida, estas palabras aterricen en sus manos- reciba usted, amable señor, de nuevo nuestro agradecimiento por ese inesperado bello detalle que hizo sonreír a mi ser, sonrisa que vi reflejada en mi papá, sonrisa convertida en una voz que de inmediato llegó: "Gracias a la vida por este momento que me hace repetir -muy dentro de mí- que nuestro país es hermoso, que su gente es noble y que todo mejorará".
Te amo, Venezuela.
*Este texto apareció, en este espacio, en abril de 2014.