viernes, 25 de agosto de 2017

"¿Qué tal, señor Cantinflas, cómo le ha ido?"

"Eduardo Liendo despliega su notable talento narrativo para consumar esta peripecia novelística. Se trata, nada menos, que de un viaje hasta el fin del final.
          El niño que es Elmer emprende la aventura de abordar sin permiso el Circunvalación N° 13, autobús en el que dará un paseo incierto, con la pretensión de regresar a casa. Desde la ventanilla observa entre embelesos y nostalgias cómo suceden los hitos de su pasado, su historial íntimo de querencias, de juegos y afectos, de romances y ensoñaciones. Pero también revive su encantamiento por el cine y su magia, la música y sus embrujos, la literatura y su laberinto de ficciones. El pasado real y el ilusorio se mezclan en lo que el mismo Elmer llama, a medida que avanza su jornada y ya no es niño, un descoyuntamiento del tiempo, ese eterno gran misterio que lo enfrenta a una insólita travesía”. 
           El texto anterior se tomó de la contraportada de la novela “Contigo en la distancia” (publicada en 2014), de nuestro querido profesor Eduardo Liendo (quien nació en Caracas, en 1941), una obra extraordinaria, de la que a continuación transcribiremos un fragmento, agradeciéndoles de antemano la lectura:
           "La verdad es que ya comenzaba a arrepentirme de haberme montado en el Circunvalación N° 13 sin tener una parada de bajada o retorno asegurada. Entonces, noté que alguien se sentaba a mi lado con una pinta muy pobre, un pantalón bastante trajinado, una franela que difícilmente podría decirse blanca y un sombrerito de los más caprichoso como de frutero popular. Yo lo miré de reojo y él me hizo algo así como una morisqueta y guiñó el ojo, y como yo no supe cómo reaccionar él dijo con la boca torcida clic, clic, clic... lo que me hizo sonreír por lo desfachatado, y solo en ese momento caí en cuenta de que ahora mi compañero de puesto era el famoso Cantinflas, el cómico más divertido del mundo, que en el cine me ha hecho reír más que nadie. Y, por supuesto, entonces lo he saludado con un enorme cariño. ¿Qué tal, señor Cantinflas, cómo le ha ido? La verdad verdadita, ni me quejo ni dejo de quejarme, es cuestión de estilo y el estilo es como quien dice lo que sin él no se tiene nada, y el que nada no se ahoga y el que no se ahoga flota como dijo el gran campeón olímpico Nadaximandro, el nadador. Pero yo tenía entendido que usted estaba... No me diga esa palabrita, Elmercito, porque no le tengo ninguna simpatía, que es como  quien dice que consta que me profundizaron en el subsuelo, o sea, que ya salieron de mí, ya Cantinflas se tiró tres con el perdón de la metáfora olorosa. Pues no señor, yo lo dejé dicho muy claro, para cualquier mal entendido en el epitafio o epicentro o epíteto o epicualquiercosa, de mi supuesta tumba: Dicen que me he ido, pero no les crean. Entonces usted no está Ya le dije que no me gusta la palabrita esa, Elmercito, y mucho menos la de occiso que parece que uno es un trasto oxidado, no señor, digamos que uno disfruta de una cierta invisibilidad temporal, que en mi caso es hasta indiscreta, porque cualquiera que enciende el televisor de pronto puede encontrarse con el peladito, o sea el doble de este servidor, en Si yo fuera diputado, El siete machos, El barrendero, El patrullero 777, El señor fotógrafo, El bombero atómico, Ahí está el detalle, El bolero de Raquel, que en cualquier momento se lo bailo aquí mismito en el Circunvalación N° 13 para complacer a esta importante audiencia, empezando por usté mesmo, Elmercito; así que no se me compunja, porque el que se me compungiere, bien compungidor será y eso me parece que no es una correcta aplicación de la estética pluscuamperfecta, como diría el Gran Champoleón de la Parte" (páginas 68-70). 
            Nota: En el texto original, aparece en cursivas: "Dicen que me he ido, pero no les crean", "Si yo fuera diputado", "El siete machos", "El barrendero", "El patrullero 777", "El señor fotógrafo", "El bombero atómico", "Ahí está el detalle", "El bolero de Raquel".

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domingo, 20 de agosto de 2017

"Soy humano y nada de lo humano me es ajeno"

En 1991, el gran Fernando Savater publicó "Ética para Amador", un libro, según el mismo autor, "personal y subjetivo, como la relación que une a un padre con su hijo; pero por eso mismo universal como la relación entre padre e hijo, la más común de todas".
La edición que tenemos, de 2015, cuenta con dos apéndices: "Diez años después: ante el nuevo milenio" y "Veinte años después". A continuación transcribiremos parte del primero de éstos; sabias palabras, tan necesarias hoy y mañana:
"Hablar de 'especie humana" -o mejor dicho, de 'humanidad'- no es manejar un concepto meramente biológico (como cuando clasificamos otras especies animales o vegetales) sino que apunta a un proyecto común, a una forma de comprender lo humano desde una fraternidad básica. Equivale a algo que podríamos resumir así: ser humano es no poder entenderse a uno mismo si te desentiendes del resto de tus semejantes. Un autor latino dijo: 'Soy humano y nada de lo humano me es ajeno'; o sea: ante lo mejor y lo peor de los seres humanos caben distintas apreciaciones o valoraciones, pero no la indiferencia porque la humanidad del otro siempre compromete la mía...
No nos engañemos: vivir así no es nada cómodo, sobre todo si queremos ir más allá de las palabras bonitas. No hay nada más fácil que amar a la Humanidad en abstracto, sobre todo cuando alguien quiere ponerse sublime para quedar bien: después de todo, nunca tropieza uno con doña Humanidad ni tiene que cederle el asiento en el autobús; pero lo verdaderamente difícil es respetar a los otros seres humanos concretos y aún más si son 'raros', si vienen de lejos, si hablan otra lengua y tienen otras creencias, como pasa ya en muchas de nuestras ciudades. Respetar al prójimo que se nos parece es cosa bastante obvia, porque en cierto modo equivale a respetarse a uno mismo, dado que somos como él: lo complicado empieza cuando tenemos que aceptar al diferente, al extraño o al extranjero, al inmigrante. Después de todo, los humanos somos animales gregarios y por tanto nos gusta vivir en rebaño, es decir, entre quienes más se nos asemejan. Vivir en rebaño es como vivir entre espejos: siempre vemos a nuestro alrededor caras que reflejan la nuestra, que hablan como nosotros, que comen lo mismo, que se ríen o lloran por cosas similares. Pero de pronto llega alguien que no pertenece a nuestro clan, que tiene un olor o un color distinto y que suena de otro modo. Entonces el animal gregario que hay dentro de nosotros se asusta o desconfía, se siente en peligro, cree estar siendo 'invadido'. En una palabra, nos volvemos agresivos y peligrosos...
Como no solamente somos cada vez más sino que también cada vez es más fácil viajar y comunicarse, la presencia de 'extraños' en nuestro rebaño o tribu no cesa de aumentar. Si vives en una gran ciudad ya lo habrás notado sobradamente; si estudias en un centro como es debido -de los que no excluyen ni segregan a nadie para mantener su inhumana 'pureza' gregaria- quizá ocupes asiento en tu escuela o instituto al lado de alguien que no es un mero 'espejo' tuyo, sino que presenta apariencia diferente. Y lo más probable es que eso, al principio, te cree dificultades... ¡como sin duda también se las crea al otro! Ya tenéis para empezar algo en común: sentiros y saberos 'diferentes' de quien sin embargo convive a vuestro lado. Pero si controlas tus instintos gregarios, si no escuchas los gruñidos de la mala pécora que acecha tu fuero interno, pronto descubrirás que compartes con ese forastero muchas más cosas de las que aparentemente os distinguen. Verás que os parecéis en lo esencial, que ella o él también ha nacido, también ama, lucha y sabe que va a morir lo mismo que tú. Que igual que tú necesita palabras y comprensión, apoyo y reconocimiento" (páginas 138-140).
Nota: En el texto original, las siguientes voces están en cursivas: entenderse, desentiendes, compromete, diferente, suena, peligrosos.

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Todos por nuestro idioma español

Muchísimas gracias, Carmen Rivero y Antonio González, por sus preguntas que nos alientan a seguir trabajando por nuestro lenguaje:
-"¿Cómo se dice: 'bien interesante' o 'muy interesante', 'bien alto' o 'muy alto'?".
Todas estas voces son aceptadas. Vale la pena leer lo que, en cuanto a “bien”, señala el “Diccionario panhispánico de dudas” (DPD):
1. Como adverbio de modo significa “correcta y adecuadamente”: Cierra bien la ventana, por favor; “satisfactoriamente”: No he dormido bien esta noche; “en buena forma o con buena salud”: Desde que hago ejercicio me encuentro muy bien. El comparativo es “mejor”: Cierra mejor la ventana, por favor; Espero dormir mejor esta noche; Desde que hago ejercicio me encuentro mejor. No debe usarse “más bien” como comparativo: Ahora duermo más bien que antes. Este uso incorrecto no debe confundirse con los usos correctos de la locución adverbial “más bien”.
Sí es admisible el uso de “más bien” en oraciones exclamativas suspendidas de sentido ponderativo: ¡Hoy he dormido más bien...! ( = muy bien). El comparativo “mejor” no admite su combinación con otras marcas de grado como “más”: Hoy he dormido más mejor que ayer. Admite la anteposición del intensificador “mucho”: Hoy he dormido mucho mejor; pero no de “muy”: Hoy he dormido muy mejor. Como todos los adverbios, el comparativo adverbial “mejor” es invariable, por lo que no es correcto hacerlo concordar con el adjetivo plural al que modifica: “Los campesinos paraguayos son los mejores asistidos del mundo”; debió decirse “los mejor asistidos”. El superlativo absoluto, además de “muy bien”, es “óptimamente”, que posee un matiz enfático especial, pues significa “de la mejor manera posible”: “La sabina aprovecha óptimamente los escasos recursos hídricos de que dispone”. Al ser un superlativo absoluto, no admite su combinación con otras marcas de grado: “muy óptimamente”, “más óptimamente”.
2. Antepuesto a un adjetivo o a otro adverbio, funciona como intensificador enfático, con valor equivalente a “muy”: “Pues está bien claro”; “Yo me vine a dormir porque era bien tarde”.
3. Repetido ante dos o más elementos de una oración, señala distintas posibilidades de las cuales solo se realiza una: “Son temas sobre los cuales hay que formar opinión, bien para apoyarlos, bien para realizarlos”. El sentido disyuntivo puede reforzarse anteponiendo la conjunción “o”: “O bien un edificio suyo, o bien otro que yo haya tomado prestado”.
4. Como adjetivo invariable significa “de buena posición social”: “Vivían en Miraflores, balneario de la gente bien”; “El tango fue llevado a Europa por esos ‘niños bien’ y la alta sociedad de allá la adoptó con entusiasmo, creyendo que era una danza de la alta sociedad de acá”.
5. bien que. Locución conjuntiva concesiva equivalente a “aunque”: “La emoción continúa presente como tema de estudio en la psicología actual, bien que no en el modo mentalista en que Wundt situara su análisis”. Con este mismo sentido, se emplea más frecuentemente la locución “si bien”. No debe usarse la forma híbrida “si bien que”.
6. más bien. Locución adverbial que se usa con distintos valores:
a) Para introducir una rectificación o una matización: “Y de nuevo la sensación de extrañeza, que no era penosa sino más bien excitante”.
b) Con el sentido de “en cierto modo, de alguna manera”: “Eran las cuatro de la tarde, hora más bien infrecuente para citas en Villa Rosa”.
c) También significa “mejor o preferentemente”: “Si yo fuera usted, utilizaría más bien el argumento contrario”.
7. si bien. Locución conjuntiva concesiva equivalente a “aunque”: “Concluí que, si bien todos eran republicanos, no se inclinaban a la izquierda radical”; “Son inofensivos, si bien un poco molestos”. Con este mismo sentido, se emplea también, aunque con menos frecuencia, la locución “bien que”. No debe usarse la forma híbrida “si bien que”.
-“¿Escribir ‘restorán’ es correcto?”.
La voz “restaurante” (de “restaurar”) tiene que ver con el “establecimiento público donde se sirven comidas y bebidas, mediante precio, para ser consumidas en el mismo local”. El Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) también acepta la forma “restorán” (del francés “restaurant”).

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El protagonista

Así como me ocurría en mi niñez y en gran parte de mi adolescencia, hoy ha vuelto a marearme este olor a avión. Tapo mi nariz con mi suéter de algodón. Creo que voy a vomitar. Piensa en algo bonito, me repito, y de inmediato llega, él llega a mis ojos y todo malestar desaparece.
Escucho su acento encantador. Como nunca, lamento haber interrumpido mis clases de francés. Busco en mi boleto el número de mi asiento y cruzo mis dedos pidiéndole a Dios que me permita quedar a su lado. Su cabello largo, sus ojos negros, su barba que apenas renace y su piel morena hacen que algo falte en mi respiración.
Dios, por favor, nunca te pido nada, pero ha llegado el momento de hacerlo y pues a ti no te cuesta nada… anda, por favor, déjame sentarme a su lado.
Me llega su perfume mientras detallo sus brazos al cargar su maleta de mano. Estoy a un paso de su cuerpo. Dios, ya sabes… Verifico mi número. A mi respiración le falta algo. Ay, Dios mío, ¡no hay duda de que eres grande!
Él, ya sentado, me sonríe y me invita a pasar a mi lugar junto a la ventanilla. Estoy a un centímetro de su piel; la mía se me pone de gallina.
Por qué no seguí el curso de francés. Recuerdo algunas palabras. Regreso a su cabello que él lentamente aparta de su frente. Creo que dormirá. Ya se durmió. Sus ojos cerrados me envuelven de ternura. Siento un gran deseo de acariciar su frente. Obviamente no lo hago.
Me llegan más palabras en francés y me siento lista para tener -por lo menos- una conversación básica, superficial con él.
He tomado mucha agua. Quiero ir al baño. No quiero despertarlo. En algún momento sentirá sed o hambre y se moverá y aprovecharé para levantarme, disculpándome, claro, en su idioma.
Tengo hambre. Cuándo despertará. No sé qué hacer. Decido comer. Tomo mucho jugo de manzana e imagino que sus labios tienen el mismo sabor. Me gusta observarlos cuando los abre y cuando, al sentir que empezará a roncar, los cierra automáticamente.
Jugo de manzana, pan con mantequilla y torta de no sé qué, hagan que sus olores lleguen a su nariz. Necesito pararme. Lamento haber comido. Quiero más jugo de manzana.
Por fin se está moviendo. Muy bien, despierta, buen chico, despierta, por favor. Al extender sus brazos, bosteza y abre aún más sus ojos, dirigiéndome una mirada que hace que me vuelva a faltar algo en la respiración. Me llega un sinfín de palabras en francés, como para yo impartir una clase de nivel avanzado y, como si me leyera la mente, me pregunta qué han servido para cenar. Recuerdo el pollo encebollado que jamás debí comer. Callo. Sí, después de tanto ensayar, callo. Corro al baño consolándome al pensar que seguramente mi silencio y mi sonrisa le dijeron que mi aliento necesita crema dental.
Contenta por haberme cepillado, camino a mi asiento. Recuerdo todas las palabras del menú que me acabo de aprender. Sí, le hablaré de mi amor por la cocina.
Llego a mi lugar. Me pregunto en qué momento comió y se quedó dormido. La aeromoza le retira la bandeja. Apenas rozándole sus piernas, logro saltar a mi asiento. Vuelvo a sus labios que ahora permanecen más abiertos que cerrados... ay, ay, ay, ¡pude haberle prestado mi crema dental!
Oh, pollo encebollado, te empeñaste en ser el protagonista de este relato.

*Del libro “Hasta donde me permita la vida” (de ensayos y relatos), de Dalal El Laden.

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Mi silencio dice más

Usted me enseñó,
y como buena alumna
me gradué en imaginar,
así que ahora enséñeme
a no ver sus ojos frente a los míos,
y a no escuchar desde ellos su silencio consolándome
cada vez que lloro.

***
Mis noches son largas como mis brazos,
por eso te sueño,
por eso te alcanzo.

***
Por momentos,
mis manos no escriben,
pero cierro mis ojos
y me veo allá:
es como si mis ojos escribieran
para recordarme dónde quiero estar.

***
Cuando me escribas,
llámame,
permíteme escucharte,
para que tu silencio
entre palabra y palabra
me diga
lo que callas
al escribir tras imaginarme.

***
No sé esconder lo que no digo,
no sé esconder lo que no escribo
porque mi silencio dice más.

***
Mis ojos lloran tanto que
quizás al yo verte
no te vea,
por eso te pido que
mejor tomes mi mano
y le indiques el camino
hacia tu latir.

***
A veces,
para poder decir,
la palabra más profunda calla.
Pero como el mundo
(dejándose llevar por lo que dicta el mundo)
está tan apurado,
los ojos suelen estar muy cansados,
así que nadie lee nada.

*Del poemario “Vereda anónima”, de Dalal El Laden.

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Canciones de García Lorca

Federico García Lorca nació en Granada, España, en 1898. Además de haber sido un poeta vanguardista, fue dramaturgo, pintor y concertista. La guerra civil española lo contó entre sus víctimas (dejó este mundo en 1936) y su obra empezó a ser más conocida a partir de ese momento. Uno de sus trabajos más representativos es el “Romancero gitano”; antes de su publicación, quiso adelantar “Canciones” (trabajadas con un lenguaje personal, palabras sencillas que le permitieron lo que tanto siempre deseó: llegar al pueblo) como muestra de la variedad y riqueza de su registro poético, apareciendo por vez primera en Málaga, en 1927, como suplemento de la revista “Litoral”. He aquí algunas de sus “Canciones”, un ejemplo del estilo que lo caracterizó, diferenciándolo de los poetas de su generación:
Al oído de una muchacha
No quise.
No quise decirte nada.
Vi en tus ojos
dos arbolitos locos.
De brisa, de risa y de oro.
Se meneaban.
No quise.
No quise decirte nada.
En el instituto y en la universidad
La primera vez
no te conocí.
La segunda, sí.
Dime
si el aire te lo dice.
Mañanita fría
yo me puse triste,
Y luego me entraron
ganas de reírme.
No te conocí.
Sí me conociste,
sí te conocí.
No me conociste.
Ahora entre los dos
se alarga impasible,
un mes, como un
biombo de días grises.
La primera vez
no te conocí.
La segunda, sí.
Despedida
Si muero,
dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo.)
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento.)
¡Si muero,
dejad el balcón abierto!

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Un poco del don de don Caco

Hoy releí unas historias llenas de vida; soy afortunada por tenerlas, al igual que muchos de ustedes, impresas en un libro: “De lejos y a mi alrededor”, de Carlos Ceballos Silva (don Caco).
No nací en Colima, pero me atrevo a afirmar que sería imposible hablar de este Estado sin mencionar a don Caco; cada uno de sus escritos tiene algo único, ese “don de don Caco” que siempre logra sobrecogernos… Deleitémonos con su manera de contarnos, tan sencilla, amena e inolvidable:
Pelados al rape
Otoño de 1933. Había una clara resistencia a una disposición gubernamental sobre el alza desproporcionada de los impuestos, y un grupo de jóvenes quisimos manifestar nuestro descontento, por lo que acordamos, en señal de protesta física y permanente, pelarnos al rape, y así lo hicimos.
Entre esos valientes jóvenes estábamos Rubén Negrete, Fernando Vásquez, Adolfo Schulte, Jorge Corona y yo. A las pocas horas de habernos rapado –pues vivíamos en el pequeño Colima de ayer donde las noticias corrían rápido–, nos llegó una orden para presentarnos en el despacho del señor gobernador, Salvador Saucedo. Arribamos a Palacio precisamente en los momentos en el que él lo hacía. Por aquellos viejos tiempos nuestros gobernantes no eran tan importantes, ni los cuidaban tanto como a los actuales, así es que tan luego lo vimos nos adelantamos a saludarlo. Él se concretó a respondernos, nos encaminamos a la escalera y juntos subimos hasta parar en su despacho. Ahí estalló y nos regañó, usando las palabritas y palabrotas de un funcionario priísta enfadado; para terminar, agregó que no estando facultado por la Constitución para llevarnos a la cárcel por no ser un delito nuestra protesta, aunque ganas le sobraban, sí tenía algo especial, para que la próxima vez pensáramos dos veces antes de actuar, y a renglón seguido llamó al profesor Juan Macedo, en aquel tiempo su secretario particular, para que nos mostrara un escrito que aparecería en el periódico como boletín oficial y que decía más o menos así: “Las autoridades gubernamentales, con el deseo de erradicar el homosexualismo y su proliferación, han decretado la pelada al rape de todos los jóvenes afectos a tan feo vicio y así señalarlos ante la sociedad y público en general para que se tengan precauciones contra estos invertidos y mayates”.
Huelga decir que hasta ahí acabó nuestra valentía y arrogancia, por lo que de exigentes nos convertimos en pedigüeños, suplicándole que por favor no fueran a poner la nota antes de que nos crecieran los cabellos. El gobernador, confiado en nuestro arrepentimiento, nos ofreció que la nota sería puesta, pero que mientras tanto usáramos sombreros y que no nos los quitáramos ni para dormir. Al día siguiente salió rápido a Guadalajara nuestro buen amigo Rubén a comprar pelucas, y a los tres días todos andábamos luciendo nuestros bien poblados bisoñés color café claro, pues no encontró color oscuro; es decir, parecíamos un poco agringados y bastante acomplejados, pues nos imaginábamos que todas las personas, en especial las muchachas que nos sonreían, eran sabedoras de nuestro bien guardado secreto.
Tamales de elote
Primavera de 1993. En una ocasión vi en Huatusco, Veracruz, un refrán que decía: “Nunca les des de comer a puercos chicos, porque todo se les va en crecer, ni tampoco les hagas regalos a los ricos, que no te lo van a agradecer”. Y fue entonces, ya de vuelta en Colima, que me dije: “¡Voy a probar a ver si es cierto!”. Fui al mercado y compré seis sabrosos tamales de elote, y antes de desayunar, alrededor de las siete de la mañana, le llevé dos a Guadalupe Ricardo, el carpintero, entregándoselos a su señora que estaba barriendo la calle, dos a la sirvienta de mi amigo el ingeniero Carlos Vázquez, y dos al policía que me abrió la puerta de la mansión gubernamental, con la recomendación especial de entregárselos de mi parte al señor gobernador Arturo Noriega Pizano. Regresé a casa, desayuné y vine a la tienda. Apenas había abierto ya estaba el carpintero Guadalupe: “Muchísimas gracias don Carlos, los tamales estaban muy buenos, ¿dónde los compró?”. Desgraciadamente para mí, nunca recibí las expresiones de los otros dos; uno, por sus innumerables negocios, y el otro, por sus altísimas responsabilidades gubernamentales, lo que es lógico y natural, y yo, por mi parte, me di cuenta que el refrán no se había equivocado.


Todos por nuestro idioma español

Todos por nuestro idioma español
Muchísimas gracias, María Millán, Luis Fernández, Alma Gómez, Vanesa Marcano y Pablo Luna, por sus preguntas que hacen posible este espacio.
-“¿Es ‘status quo’ o ‘statu quo’?”.
“Statu quo” (locución latina: “en el estado en que”) se emplea con el sentido de “estado de un asunto o cuestión en un momento determinado”. En plural se dice: los “statu quo”. No es correcta la forma “status quo”.

-“Si hablo de alguien que nació en Brasil, ¿debo decir brasileño, brasilero o brasileiro?”.
El gentilicio recomendado y mayoritario en todo el ámbito hispánico es “brasileño”, por ejemplo: La selección brasileña. Esta forma alterna en algunos países de América con “brasilero”, que es la adaptación del gentilicio en portugués “brasileiro”, por ejemplo: Un brasilero de nombre César Santos, pasó toda su vida en esa región.
Un error frecuente, especialmente en el lenguaje deportivo, es usar “carioca” como gentilicio de Brasil, ya que un carioca es el oriundo de la ciudad Río de Janeiro, por lo que es impropio su empleo con el sentido más general de “brasileño”; sería como llamar “tapatíos” a los mexicanos en general y “maracuchos” a los venezolanos en general.
-“Conozco el término añejo, pero anejo también existe, ¿verdad?”.
Ambas palabras son correctas, sin embargo, tienen un significado totalmente distinto.
Aunque no es de uso muy común, “anejo” es un vocablo válido y proviene de la raíz latina “annexus”, que significa “añadido”. Anejo es una variante de la palabra “anexo”, por tanto, es un adjetivo que, referido a espacios o dependencias y a escritos o documentos, significa “unido o agregado”; y, referido a otras cosas, casi siempre inmateriales, “vinculado o aparejado”. Normalmente, anejo se usa más como adjetivo que como sustantivo, por ejemplo: Encendió la luz del cuarto anejo a la alcoba.
Por otra parte, “añejo” es una palabra que tiene su raíz en la voz latina “anniculus”, es decir, “de un año”, y se utiliza para designar una cosa que tiene uno o más años; que tiene mucho tiempo.
-“¿Se escribe gravar o grabar?”.
El vocablo “grabar” tiene que ver con “marcar un texto o dibujo en una superficie mediante incisión u otro método”, o “registrar sonidos o imágenes en un soporte”: La canción fue grabada en un disco compacto. No debe confundirse con la voz “gravar”, que significa “imponer un gravamen o impuesto a alguien o a algo”: La decisión del Gobierno es no gravar los productos de la canasta familiar.
-“¿Qué significa correveidile?”.
“Correveidile” es la “persona que lleva y trae cuentos y chismes”, o un “alcahuete”, es decir, una “persona que concierta, encubre o facilita una relación amorosa, generalmente ilícita”. Es común en cuanto al género: el/la correveidile. Aunque es poco empleada, se acepta la variante “correvedile”.

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