viernes, 26 de julio de 2019

Nostalgia lineal

Para ti, Elimar González, por cuidar y 
  amar tanto a Catira y a Niquita. De alguna manera siguen vivas bajo tus árboles tacarigüeros. Muchas gracias por siempre, querida amiga.

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“Entonces vi en una esquina del jardín la piedra blanca que pusiste donde enterraste a Guacuco”.
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“Los perros nos ayudan a entender nuestra relación con Dios. Ellos también nos observan con adoración, con fe, y les encanta lamernos los pies mientras nos escuchan decir palabras que perciben como celestiales”.
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Insistimos en hacernos muchas preguntas, sin importar las pocas respuestas. Lo que es un hecho es que este mundo cada segundo nos sorprende, aunque no siempre estemos conscientes de esto. 
   ¿Cómo llegaste? Es increíble el parecido, cuando te veo de perfil y me concentro en tu mirada, la piel se me pone de gallina, los ojos se me cristalizan hasta el llanto, siento que eres mi primera Catira, y que, desde otro universo, viniste con este otro cuerpo. 
   Gracias a la vida por estos misterios vueltos regalos de alegría.

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   Su servidora escribió esto en febrero pasado, un par de días después de que Catira, mi perrita libanesa, llegara, solita, en pleno invierno, a esta casa (ubicada en Ghaza, El Valle del Bekaa), buscando más que calor. Apareció justo unas dos o tres semanas después de yo haber leído “El entierro”, uno de los cuentos de “La nostalgia esférica”, de Federico Vegas, narración que me hizo y me hace sentir muy cerca de mi primera Catira, la margariteña, a quien, hace ocho años –al verla sola, en Porlamar, en la calle Igualdad, cachorrita, toda mojada por la lluvia, muy temblorosa–, decidimos adoptar.
   Mi Catira margariteña tenía muchísimo de galgo. Al leer “El entierro” imaginé que el autor se refería a ella, ya que, además, se desarrolla en Margarita. Por los minutos que duró la lectura y otros más hasta que pude conciliar el sueño (ya es un vicio leer hasta altas horas de la noche), esa nostalgia (por el recuerdo de Catira, por extrañar con desenfreno nuestra isla, por hoy estar tan lejos de ésta, por hace más de tres años haberme ido de Venezuela, para venir hasta acá y no aguantar más de cuatro meses, regresar, estar con Catira, verla irse inesperadamente de este mundo –queremos creer que fue así para acompañar a Niquita, mi otra perrita, La Gordita, viejita linda, en su esperada partida–, luego volver a Líbano, donde no sé cómo hoy he cumplido año y medio) se ha convertido en una nostalgia esférica, así es, porque va y viene, este salir de nuestra tierra y añorar regresar, regresar y no saber si quedarnos o volver a irnos, tal como nos transmiten estos relatos; nostalgia esférica que, entre tantos otros sentimientos, se transformó en nostalgia lineal, así es, con un destino directo, a mi corazón, asegurando esta respiración –hoy también, al releer esta historia, como la primera madrugada, al leerla– entrecortada.
   “Veinte años después de partir para Europa, estaba de vuelta en Caracas (…) Yo regresé a Venezuela gracias a un perro (…) Mi itinerario era Barcelona, Madrid, Maiquetía, Margarita. Allí vive mi mamá en una casa de La Asunción (…) Una mañana estábamos juntas en Playa Guacuco cuando pasó un galgo corriendo por el borde del mar. Lo perseguían dos niños (…) eran hijos de una vendedora de empanadas (…) me acerqué al puesto (…) el galgo miraba el mar con pose de esfinge egipcia. La dieta de pescado le había hecho bien. La piel y los ojos le brillaban. Lucía joven y con ganas de competir frente a una tribuna de apostadores. Fue entonces cuando caí en cuenta de que un galgo es un animal muy costoso para andar realengo en una playa de Margarita (…) Pregunté por el origen del perro (…) Sus hijos lo encontraron abandonado en la calle. Hacía meses que el Canódromo de Porlamar había cerrado luego de una quiebra estrepitosa. Al final se marcharon los vigilantes y se quedaron docenas de animales aullando de hambre en sus pequeñas jaulas. Alguno de los saqueadores que arrancaron hasta los urinarios de los baños se apiadó y los dejó libres. Primero habrán correteado por las pistas de sus recientes glorias, luego salieron a la calle a mendigar comida y cariño. 
   En Margarita nadie les prestó atención a unos seres despreciados por sus legítimos dueños. Si alguien los hubiera puesto en venta, quizás aquellos bólidos hubiesen encontrado comprador, pero así, vacilantes, flaquísimos, con el rabo entre las piernas y hediondos a pánico, nada valían. Son animales demasiado nerviosos, que cuestan una fortuna en una pista y muy poco en una playa del Caribe (…) Al regresar (…) mi madre me reclamó: 
   -¡Por qué tardaste tanto!
   -Estaba comprando un perro (…)
   Cuando llegaron los niños jalando a mi galgo con un pedazo de cable, mamá estuvo un rato acariciando sus orejas (…) Y fue gracias a Guacuco que regresé a Caracas (…) Al principio era un galgo barométrico que temblaba con la lluvia y colapsaba con los aguaceros; poco después fue madurando y solo lo alteraban los fuegos artificiales en diciembre, asustándose hasta con el crispar de sus largas uñas en las baldosas del piso. Hacia el final de su vida, ni siquiera se inmutaba cuando me veía hacer una maleta, simplemente entraba en una depresión de poeta y aguardaba mi regreso contemplando el vacío en mi cama (…)
   La primera vez que lo llevé al veterinario por sus tembladeras, este me explicó que en los canódromos premian a los buenos corredores con inyecciones de esteroides, por eso algunos no llegan ni a los siete años. Mientras mejor es el perro, más fuertes son las dosis”.
   Repito, leer esto me dobló, igual que ahora con la relectura. Dios debe estar muy enojado con nosotros, supuestos humanos. 
   Mi Catira margariteña nació muchísimos años después del quiebre del canódromo, sin embargo, estaba en las calles de Margarita, sin duda era una mestiza con bastante de galgo: aparte de las características de su cuerpo, nadie la alcanzaba cuando corría, sus nervios ante casi todo lo que le rodeaba nunca dejaron de preocuparnos (ni recordar cuando escuchaba los fuegos artificiales); era tan, tan sensible, tan especial, como ningún otro perro que he tenido. 
   Cada vez que me observa y me lame, mi Catira libanesa me afirma que mi Catira margariteña sigue conmigo; como buena maestra, sabia, paciente, dedicada, insistente, me dice que la muerte no es más que la continuación del vivir mientras tengamos presentes a nuestros seres amados.


Ghaza, El Valle del Bekaa (Líbano), 25 de julio de 2019.









miércoles, 17 de julio de 2019

"Escriba, escriba lo que sea"


Federico Vegas ha dicho que acostumbra escribir en las mañanas, antes de bañarse, para que las ideas no se le escapen con el agua. 
     Cierto, algo pasa cuando apenas despertamos: despegándonos de las sábanas, sentándonos frente a la pantalla, flojera y sed dan su hola a incontables ocurrencias.
    ¿Cuándo escribirás sobre tu ida al Museo de la Inocencia, de Orhan Pamuk? En tres meses se cumplirá un año de haberlo visitado. Si fue uno de los días más hermosos de tu vida, ¿por qué aún no lo has plasmado?
     Ahora, aquí, el agua de la regadera –que aún no me ve entrar– se transporta a mis ojos; no sé cuál de los dos se cristaliza más al rememorar increíbles momentos compartidos con mi papá, quien, un día antes de su cumpleaños (nació un diecinueve de octubre), hizo realidad uno de mis mayores sueños: conocer El Museo de la Inocencia, evocar en sus muebles, manuscritos, colillas, fotos, cada objeto los capítulos de la novela homónima, ver sellar la entrada a éste (impresa –¡mágico regalo para sus lectores!– en el mismo libro, en la página seiscientos veintinueve), imaginarme entre Füsun, Kemal Bey y el gran Orhan Pamuk, protagonistas de esta inolvidable historia.
     Ahora, aquí, el agua de la ducha se impacienta por yo aún permanecer en este escritorio: al revivir cada segundo (desde aterrizar en Estambul, maravillarnos ante el Bósforo, buscar el Museo, perdernos mil veces antes de hallarlo, agradecer la cordialidad de los transeúntes al preguntar su dirección, admirar los bellísimos gatos en sus calles –imágenes, todas, de postales– empedradas, llegar, sentir la inmensa alegría de mi papá al verme tan feliz), no sé cuál de mis ojos llora más.
   Intento no mojar “Diarios. 1988-1989. La insubordinación de los márgenes”, de Victoria de Stefano, para releer esta página (la cuarenta y nueve) marcada por el separador artesanal (que con sus colores canta Isla de Margarita), página que, desde la primera lectura, remarca cada una de las mañanas al bañarme sin haber escrito nada:
     En “La redención de Tolstoi”, Iván Bunin cuenta que Tolstoi una vez le preguntó “si seguía escribiendo. Le contestó que casi no escribía, que todo lo que escribía le parecía insignificante. Además, no sabía sobre qué escribir. ‘¿Cómo es eso? Si no sabe sobre qué escribir escriba sobre eso, escriba que no sabe acerca de qué escribir y por qué. Busque la razón de esa ausencia de motivos y descríbala’. Sabio consejo”.
     De Stefano continúa: "A partir del consejo de Tolstoi, que podría resumirse en ‘escriba, escriba lo que sea’, recordé todas las veces que sentí deseos de escribir sobre todo lo que me iba viniendo a la mente mientras escribía, en el margen derecho de la página. Sí, escribir en una columna al margen del texto, como una manera de reproducir y legitimar el proceso ‘auténtico’ de composición. En una columna, la ficción, bajo forma de relato, bien sea débil o fuerte y, en la otra, las reflexiones, las asociaciones extemporáneas, sin exceptuar las correcciones y las enmiendas, relacionadas con el texto a medida que este iba creciendo. ¿Y por qué no lo haces?, me preguntó bruscamente D.R. en la sesión de terapia. ¿Quién, qué te refrena, qué inquisidor te lo impide? Tu madre y tu padre ya están muertos. Haz lo que quieras, aprende a darte permiso… sin culpabilidad, sin temor a las infracciones. Otro buen consejo. De lo que quiero haré lo que puedo. El acto de la voluntad es el que cuenta. Lo importante es dar las batallas, dijo la terapeuta. Perder una batalla no es fracasar, fracasar es no dar el combate”.
     De Stefano, Vegas, Tolstoi, Bunin: mañana, también antes de bañarme, seguiré. Mientras tanto, he aquí el sello de mi entrada.

Ghaza, El Valle del Bekaa (Líbano), 15 de julio de 2019.


Sol de Margarita (Venezuela): 

Hasta siempre, Davide

martes, 9 de julio de 2019

Tu Azul en mi memoria

Mi Mediterráneo
es el recuerdo de que no existe olvido para
mi Amor.

04/07/2019

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Mi Mediterráneo
es tu Azul
en mi memoria.

04/07/2019

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Mi Mediterráneo
es tu danza árabe frente al volante,
tus frenos al ritmo de la canción,
tu sonrisa ante tu helado de pistacho,
tu emoción por mi emoción al entrar al cine,
tu sabiduría en tu trabajo,
el juego de los dedos de tu mano sobre mis uñas,
tus pies reposando alegremente inquietos sobre tu sofá, 
tu latir en mi pecho,
mi amor en estos versos.

04/07/2019.



domingo, 7 de julio de 2019

Cuánto me gustaría estar presente en tan merecido homenaje a Davide Arena, nuestro gran amigo. Lo conocimos cuando apenas yo tenía un par de años de haber llegado a México, en "Fellini", su inolvidable restaurante, ubicado en Felipe Sevilla del Río, mi favorito de todo el Estado de Colima. Nuestra amistad inició desde el primer minuto, junto a Sara, su querida esposa, y el pequeño Emiliano, su hijo, a quien casi vimos nacer.
     La felicidad de Davide era única cuando sus padres, que en paz descansen, salían de Italia para llegar a Colima; mientras Davide les servía sus pastas, nos contaba -muy contento- que su papá fue su principal maestro de cocina. Nuestras reuniones (que con mucho afecto permanecen en mi memoria), dentro y fuera de Fellini, no podían no estar acompañadas de la mejor comida, preparada por Davide con una emoción, un amor indescriptible.
     Lo que más me encantaba era escucharlo: los secretos de sus recetas (¿quién no probó su increíble pizza, su espectacular paella, su riquísima ensalada mediterránea?, ¿quién no se maravilló en su acogedora enoteca y siguió sus recomendaciones al pedir una copa?), además de su pasión por el periodismo (me quedaba muda por sus impresionantes relatos de cuando fue reportero de guerra internacional), por el cine (suspirábamos cada vez que tocábamos "Cinema Paradiso"), la literatura (cuántos nombres de autores y títulos de libros mencionados por Davide no anoté en mi libreta para en breve comprarlos o buscarlos en la biblioteca) y la escritura (su columna "In vino veritas", en "Milenio", era imperdible, una verdadera clase magistral; ni hablar de mi mar de nervios cuando me decía -amable, alentador, sonriente- que había leído algún texto de esta servidora -en ese tiempo yo empezaba a publicar en periódicos del Estado).
     Davide, eres y siempre serás uno de los más grandes maestros que México me regaló; gracias infinitas por tu amistad sincera, por cada instante estar dispuesto a compartir tu inagotable sabiduría, en todo momento de la mano de tu sencillez, tu humanidad.
     Felicidades hoy y siempre. Me encuentro en Líbano, pero Dios sabe que mi corazón está contigo, con Sara y Emiliano. Los quiero mucho.
     Abrazos cariñosos.
     Dalal.


viernes, 5 de julio de 2019

Liberar la libertad*

Propuesta
Me sofoca el odioso arete enredado en mis chinos, el sudor entre botón y botón sobre mi seno, el pantalón que aprieta mi vientre, el silencioso ardor de mis piernas asfixiándose, el sonido de la tela áspera del cojín bajo mi nuca:
Propongo despojarme de todo. Propongo “liberar la libertad” (lo entrecomillo porque creo que lo leí).
Huapango
La claridad ha entibiado la funda. Doy el paso, quebrantando el ceño con la toalla recién advertida sobre los libros. Doy el paso, con la inquieta palmera detrás del tenue yute bajo el cortinero:
Control gris en mano, botón negro, motores en marcha, portón blanco acompasado frente a una y otra inquieta palmera, piernas inmutadas bajo el rebozo iluminado por el anticipo del trueno.
Veinticuatro horas
Tarde-noche frente a un piano asesinando al silencio. Por favor, un tentempié y una copa para (no pensar demasiado) sólo pensar. Noche-noche sin poder aplastar al tiempo. El tentempié y la copa se han ido, el pensar da latidos, y también late el plato fuerte y otra (la última) copa. Noche-tarde (todo acabado), pero aún con el piano.
En el jardín, a la sombra de la parota
Ve, busca, reencuentra cada nota. Vendrá la angustia resumida en el intermitente “quién sabe”. Pensaré lo que sólo tú sabes que pienso. ¡Pero regresa y rózame con tu letra! No te mueras sin permitirme escuchar lo que sólo tú sabes decir. No te mueras sin permitirme escuchar el coro; lo necesito antes de retomar el infierno.
Mundo insoportable
¿Cuándo descansaré de este mundo insoportable? Mientras aterriza el reposo, seguiré con mi cuaderno abierto y con mi pluma en mano, saludando al aire que llega, se aleja y regresa. Mientras la luz acaricie el último adiós, respiraré al recordar que las páginas de este libro no han muerto; viviré al confirmar que este teclado aún me obedece.
No olvidaré tus ojos
En las puntas los lazos anuncian la despedida de las suelas. Las flores grabadas en estos zapatos suplican que me concentre entre los carros. Me concentro y observo. El recién aliento se desvanece ante esos ojos abiertos, despreciados, olvidados junto a la acera. El aliento no regresa. Todo ha terminado ante ese cuerpo humillado, sólo respetado por trinitarias muertas.
*Del libro Fui agua, de Dalal El Laden.







Tu Azul en mi memoria





Mi Mediterráneo
es tu danza árabe frente al volante,
tus frenos al ritmo de la canción,
tu sonrisa ante tu helado de pistacho,
tu emoción por mi emoción al entrar al cine,
tu sabiduría en tu trabajo,
el juego de los dedos de tu mano sobre mis uñas,
tus pies reposando alegremente inquietos sobre tu sofá,
tu latir en mi pecho,
mi amor en estos versos.
04/07/2019.

*Foto:
Biblos, Líbano.
01/07/2019.




Mi Mediterráneo
es tu Azul
en mi memoria.

04/07/2019.

*Foto:
Harissa, Líbano.
02/07/2019.


Mi Mediterráneo
es el recuerdo de que no existe olvido para
mi Amor.

04/07/2019.

*Foto:
Harissa, Líbano.
02/07/2019.

En sueños recorro veredas que la realidad poco o nada considera, llamándolas anónimas. Hoy menos que ayer considero la realidad (absurda realidad), por lo que vuelvo a soñar.

*Foto: 
Harissa, Líbano.
02/07/2019.