Ghaza, El Valle del Bekaa, 14 de agosto de 2016.
Vuelvo al mapa de Líbano. Busco información sobre el río Litani. Recuerdo las palabras de mi tío:
-Sobrina, cuando vayas a un restaurante, no pidas ensalada. Ten cuidado. Muchos agricultores usan agua contaminada.
“¡Se fue la luz!”. No, no estoy en Margarita. Gracias a la luna, mis
papás y yo no necesitamos velas para ir a la cocina. Abro aún más la
ventana. Una ovejita perdida llora el nombre de su amo. Con la brisa
revivo mi infancia en mi isla: mis papás, mis hermanos y yo, con velas
en mano, caminando hacia la cocina, preparándonos té y sándwiches de
queso y de labne con zaatar, hablando de todo, riéndonos con los chistes
de mi papá, sin movernos de la mesa, esperando -sin la prisa que hoy
fomentan los teléfonos celulares y las computadoras- la luz.
La ovejita insiste. No sé qué hacer. Visualizo su reencuentro con su dueño. Me alejo de la ventana. Escucho:
-Hoy vi a la hija de la señora que me salvó la vida.
Fue en el verano de 1958. Mi papá tenía siete años de edad. El golpe
de Estado era el tema de cada día. Cerca de Ghaza, por Mansoura, cayó un
avión, y los niños -entre ellos, mi papá y sus amiguitos-, curiosos,
corrieron a su encuentro. Todo el pueblo se había concentrado allí.
Entre tanta gente, mi papá se perdió y, para regresar a Ghaza antes de
que anocheciera, decidió hacerlo -como tantas otras veces- por el río.
Se despojó de su nuevo pantalón (“era beige con rayitas azules, muy
bonito”), para protegerlo entre sus manos. De pronto, se dio cuenta de
que algo andaba mal: ya no alcanzaba a pisar. La corriente lo fue
llevando. Justo cuando notó que su pantalón ya no estaba, una joven
señora (quien, sobre un burro, iba cruzando el río) lo agarró por el
cabello y así logró cargarlo y sentarlo a su lado.
-Hoy ese río
está seco, hija. Por los cambios climáticos, ya no llueve. Sólo recibe
agua en invierno, mas está contaminada. Con ella, en muchas partes del
país, riegan la tierra, por eso ahora hay tantas enfermedades. Por el
año cincuenta -hasta el sesenta y cinco- se tomaba su agua. Todos la
aprovechaban para la agricultura. Tu abuelita iba para allá y lavaba el
trigo y el arroz. Cada niño aprendió a nadar en él. Tristemente nunca le
hicieron el mantenimiento que requería.
La electricidad saluda.
Mis papás duermen. La prisa por saber me conduce a la computadora. Leo
más sobre el Litani. Cierro la ventana virtual. Me dirijo a la misma
ventana real, por aire. La ovejita sigue sola, pero el adiós a la
oscuridad ha calmado su angustia. Veo el pantalón beige con rayitas
azules. Veo al burro. Veo a la señora que le salvó la vida a mi papá.
Pienso en la vida perdida en las aguas que ya no están. Pienso en el
dinero que se destinó a su mantenimiento. Pienso en el destino de ese
dinero. Pienso en la falsa humanidad.
“¡Se fue la luz!”. De nuevo
mi exclamación me regresa a Margarita, sin embargo, al segundo sé dónde
estoy. Veo a la ovejita. Creo que la luna la ha reconfortado porque
sigue callada. Ahora camina hacia el suelo que terminaron de regar.
Respiro al recordar que aquí este líquido está limpio, que no es del
río, sino de la gran cantidad de agua que, hace cincuenta años,
encontraron en este valle, a escasos cien metros de profundidad.
Respiro. La ovejita sigue tranquila. Detiene su marcha. Come una y otra
papa. Su amo acaba de llegar.
*Facebook: "Vereda Anónima" y "Correctora de estilo Isla de Margarita".
http://elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:174185
http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/17828-vereda-anonima
Nota:
En la foto aparecen mi abuelita, mis tíos y mi papá.