lunes, 22 de agosto de 2016

No dejes de tomar mi mano,
en ella está mi corazón en tu mano,
hecho tinta.
No dejes de tomar mi mano,
en ella está mi tinta en tu mano,
hecha poesía.

domingo, 21 de agosto de 2016

Bekaa: más de un valle

Ghaza, El Valle del Bekaa, 19 de agosto de 2016.

“…colocó el joven la imagen ante sí, tomó la pluma y comenzó a verter sobre el pergamino los sentimientos de su corazón”.
     Son las once y once de la noche. Sigo con “La voz del Maestro”. Sin voz pido silencio. Anhelo estar a solas con él y este grillo, pero a mi esperanza le inquieta darse cuenta de que ninguno de los dos podrá complacerme: el mismo insecto pronostica que -con el tábel y la repetitiva “Dalgouna” para el dabki- la lejana -y a la vez cercana- boda no acabará pronto.
     Tomo mi cuaderno. “La vida es un suspiro”: lo escribo y me pregunto cuántas veces, en mis treinta dos años, lo he plasmado ya. Cierro mi cuaderno, lo meto en mi vieja maletita, mas aún quiero tenerlo. Lo retomo. Veo la pluma y la página aún en blanco e imagino el pergamino. “¿Cuándo acabará esa boda?”: casi lo plasmo. “…tomó la pluma y comenzó…”: sin releer, repito las palabras de Khalil Gibrán. Quiero plasmar mis sentimientos.
     Cierro mi cuaderno. No lo meto en mi vieja maletita. Lo dejo en esta cama. El tábel está por callar. Escucho un durbaki. Casi sin voz pido silencio. Retomo el libro. Muchas voces aterrizan en sus páginas reviviendo el viaje que, hace casi dos semanas, hice a Bsharri. En mi mente regreso a mi foto al frente de la casa de Gibrán. Regreso a sus paredes, al candado -en su puerta principal- que grita que el tiempo para las visitas ha terminado. Y es el mismo tiempo el que me grita que quizás esos árboles -sobre el candado- que me conocieron, le conocieron a él.
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     No sé a qué hora cerré mis ojos. Despierto. “¡Allahu ákbar!”. El libro ha quedado entre mis piernas. El muecín avisa que una abuelita del pueblo ha partido de este mundo.
     Tomo el desayuno sin fijarme en la hora. Sin saber qué estoy buscando, me dirijo a mi librero, tomo este libro, luego otro. No sé qué leo. Mi corazón sabe que él sigue en aquel lugar.
     El calor me dice que el mediodía ha pasado. Vuelvo a las páginas de la misma obra de Gibrán. En mi mente regreso a mi foto caminando desde su casa hacia su museo: y aquí están las fotos, los libros; los desnudos, las caricias, los retratos, las miradas… los caballetes; la alfombra, la cama, la silla, la mesa, la hoja, la pluma, la tumba. Ya sé: estas páginas huelen a la humedad frente al epitafio.
     “¡Allahu ákbar!”. Cuánto tiempo he pasado en esta cama. Se acerca el atardecer. “La vida es un suspiro”: lo imprimo en mi mente mientras atravieso mi mano entre mis piernas para alcanzar mi cuaderno y buscar en él lo que transcribí, hace casi dos semanas, allí parada, acompañando a la humedad frente a la tumba. Ahora quiero transcribirlo aquí. Y quiero plasmar mis sentimientos.
     Veo mi vieja maletita. Sobre ella regresa cada libro, cada retrato, cada desnudo, cada mirada, cada caricia, cada foto. Porque una vieja maletita no es más que la reunión de nuestros cuadros, es decir, de nuestras vivencias convertidas en humedades, lo único que nos llevaremos a la tumba.
     “The epitaph I wish to be written on my tomb: ‘I’am alive like you And I now stand beside you Close your eyes and look around You will see me in front of you. Gibrán’”.
     “La vida es un suspiro”: ahora sólo lo canto. Preparo una rápida cena. Vuelvo a esta cama. Es tarde ya. Guardo mi cuaderno, también mi libro, en mi vieja maletita. Sin releer, sin voz repito las palabras de Gibrán. Hoy no hay boda. Con voz agradezco el silencio y con él retomo este aparato. Cada tecla vierte mis sentimientos. Cierro mis ojos y veo a mi alrededor. El mismo grillo lo pronostica: la voz del Maestro permanece en mi corazón.

*ladendalal@hotmail.com / Facebook: "Vereda Anónima" y "Correctora De Estilo Isla de Margarita".

sábado, 20 de agosto de 2016

jueves, 18 de agosto de 2016

Bekaa: más de un valle

Ghaza, El Valle del Bekaa, 14 de agosto de 2016.

Vuelvo al mapa de Líbano. Busco información sobre el río Litani. Recuerdo las palabras de mi tío:
     -Sobrina, cuando vayas a un restaurante, no pidas ensalada. Ten cuidado. Muchos agricultores usan agua contaminada.
     “¡Se fue la luz!”. No, no estoy en Margarita. Gracias a la luna, mis papás y yo no necesitamos velas para ir a la cocina. Abro aún más la ventana. Una ovejita perdida llora el nombre de su amo. Con la brisa revivo mi infancia en mi isla: mis papás, mis hermanos y yo, con velas en mano, caminando hacia la cocina, preparándonos té y sándwiches de queso y de labne con zaatar, hablando de todo, riéndonos con los chistes de mi papá, sin movernos de la mesa, esperando -sin la prisa que hoy fomentan los teléfonos celulares y las computadoras- la luz.
     La ovejita insiste. No sé qué hacer. Visualizo su reencuentro con su dueño. Me alejo de la ventana. Escucho:
     -Hoy vi a la hija de la señora que me salvó la vida.
     Fue en el verano de 1958. Mi papá tenía siete años de edad. El golpe de Estado era el tema de cada día. Cerca de Ghaza, por Mansoura, cayó un avión, y los niños -entre ellos, mi papá y sus amiguitos-, curiosos, corrieron a su encuentro. Todo el pueblo se había concentrado allí. Entre tanta gente, mi papá se perdió y, para regresar a Ghaza antes de que anocheciera, decidió hacerlo -como tantas otras veces- por el río. Se despojó de su nuevo pantalón (“era beige con rayitas azules, muy bonito”), para protegerlo entre sus manos. De pronto, se dio cuenta de que algo andaba mal: ya no alcanzaba a pisar. La corriente lo fue llevando. Justo cuando notó que su pantalón ya no estaba, una joven señora (quien, sobre un burro, iba cruzando el río) lo agarró por el cabello y así logró cargarlo y sentarlo a su lado.
     -Hoy ese río está seco, hija. Por los cambios climáticos, ya no llueve. Sólo recibe agua en invierno, mas está contaminada. Con ella, en muchas partes del país, riegan la tierra, por eso ahora hay tantas enfermedades. Por el año cincuenta -hasta el sesenta y cinco- se tomaba su agua. Todos la aprovechaban para la agricultura. Tu abuelita iba para allá y lavaba el trigo y el arroz. Cada niño aprendió a nadar en él. Tristemente nunca le hicieron el mantenimiento que requería.
     La electricidad saluda. Mis papás duermen. La prisa por saber me conduce a la computadora. Leo más sobre el Litani. Cierro la ventana virtual. Me dirijo a la misma ventana real, por aire. La ovejita sigue sola, pero el adiós a la oscuridad ha calmado su angustia. Veo el pantalón beige con rayitas azules. Veo al burro. Veo a la señora que le salvó la vida a mi papá. Pienso en la vida perdida en las aguas que ya no están. Pienso en el dinero que se destinó a su mantenimiento. Pienso en el destino de ese dinero. Pienso en la falsa humanidad.
     “¡Se fue la luz!”. De nuevo mi exclamación me regresa a Margarita, sin embargo, al segundo sé dónde estoy. Veo a la ovejita. Creo que la luna la ha reconfortado porque sigue callada. Ahora camina hacia el suelo que terminaron de regar. Respiro al recordar que aquí este líquido está limpio, que no es del río, sino de la gran cantidad de agua que, hace cincuenta años, encontraron en este valle, a escasos cien metros de profundidad. Respiro. La ovejita sigue tranquila. Detiene su marcha. Come una y otra papa. Su amo acaba de llegar.

*Facebook: "Vereda Anónima" y "Correctora de estilo Isla de Margarita".

 http://elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:174185

 http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/17828-vereda-anonima

Nota:
En la foto aparecen mi abuelita, mis tíos y mi papá.



domingo, 14 de agosto de 2016

Amor,
ven,
acerca tu mano,
la necesito en mi mano.
Amor,
ven,
acerca tu beso,
lo necesito en mi beso.
Amor,
ven,
acerca tu abrazo,
lo necesito en mi abrazo.
Amor,
ven,
acerca tu te amo,
lo necesito en mi te amo.

sábado, 13 de agosto de 2016

Porque somos

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:173784

http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/17719-vereda-anonima


miércoles, 10 de agosto de 2016

Porque somos

Si tuviera que resumirte
lo que para mí
significa escucharte,
te diría que es
la nostalgia
más cercana
a ti
sin mí.


Si tuvieras que resumirme
lo que para ti
significa escucharme,
me dirías que es
la nostalgia
más cercana
a mí
sin ti.

Si tuviéramos que resumirnos
sin poder escucharnos,
nuestra nostalgia
nos escribiría y,
así,
en silencio,
tan sólo leyéndonos,
nos reconoceríamos.