viernes, 25 de septiembre de 2015

Nada

Mucho entendemos que se escribe para intentar describir el sentimiento, pero poco entendemos lo que grita el mismo sentimiento: ¿y es que qué son las palabras ante el anhelo de perderse en el abrazo, en la mirada?
De la mano con la vida, sin hacerle preguntas; nada más agradeciendo sus respuestas.

¿Cuándo te vienes a Panamá?

“No va a pasar ningún autobús”, “hay paro de transporte”, “no hay repuestos”, “tanto los autobuseros como los taxistas están cansados”, “esto ya no se aguanta”, “no hay nada”, “no están dejando que la gente trabaje”, “y ahora cómo le hacemos para llegar”, “ya pasó mucho tiempo y no pasa ni uno”, “ya ni podremos llegar a tiempo con el doctor”, susurran la abuelita y su nieto adolescente.
            Me subo al autobús. Son casi las nueve de la mañana. “Ya es bien tarde”, repite el sudor sobre mi frente. Hoy amanecí con malestar general y el tiempo que estuve en la parada me ha puesto peor. Respiro profundamente cuando veo que hay un asiento para mí. Sólo tengo fuerza para pedirle a Dios que no me enferme. “Ya no se consigue el multivitamínico que yo tomaba, esa empresa también se fue del país. Lo bueno es que hallé vitamina B y C, y a ver cuándo encuentro las demás que necesito”, le escribo, por WhatsApp, a mi amiga de toda la vida, a quien extraño mucho porque hace cinco meses se mudó a Panamá. “Dios, ayúdame, no tenemos medicamentos, no me puedo enfermar, lléname de salud”, repite el sudor que ya cae sobre mis hombros.         
Por estar mandando mensajes en el autobús, con estos frenazos y con este calor que no es normal, me mareo un poco. El chofer vuelve a detenerse y a mi lado se sienta una casi niña convertida en mamá, con su hijita de unos tres años. Ahora todo mi malestar se concentra sobre mi frente, específicamente sobre mis cejas, como apuñalándolas, lo que casi no me permite abrir los ojos, sin embargo, por segundos, siento que todo mi dolor se esfuma cuando mi vista se hunde en el helado que la niña lleva, con un cuidado que me sorprende, en sus manos. Recapacito en que tenía como un año sin ver esta rica barquillita de mantecado cubierto de chocolate y nuez. Como a todo al que veo con leche, harina, mayonesa, papel higiénico, margarina, toallas sanitarias, desodorante, jabón, afeitadoras, champú, caraotas, lentejas, garbanzos, salsa de tomate, pasta y arroz, le pregunto dónde encontró el producto, estoy a punto de preguntarle a la mamá dónde consiguió esta deliciosa barquillita, pero en este mismo instante, así de repente, la niña, como sospechando sobre mi gran antojo, me ve, ve su helado, lo protege aún más, se lo acerca más y más a la boca y, sonriendo con un ligero aire de malicia, sin dejar de verme, grita “¡mío, helado, mío, mío!”.
            “Quién sabe a qué hora llegaremos a la cita con el doctor”, “lo que estamos viviendo en este país parece una pesadilla”, “la verdad es que esto no puede seguir así”, la abuelita y su nieto adolescente siguen susurrando, mientras que a mí me envuelve el deseo de quejarme con el autobusero; de reclamarle por haber permitido que la niña entrara con un helado que amenaza con ensuciar mi recién lavado y planchado pantalón, pero llego a mi destino, me bajo y siento que este calor, que no es normal, terminará desmayándome. Recuerdo la exquisita barquillita y esto calma la puñalada sobre mis cejas. Entro a la panadería, pido agua potable y me dicen que sólo hay té con limón. Tomando el té, camino hacia la oficina y, para no sacar el celular en la calle, espero hasta llegar a ésta para escuchar el mensaje de voz que mi amiga me ha enviado, también por WhatsApp. El cliente me espera en la puerta, me sonríe, le sonrío. Reconozco a la abuelita y a su nieto; caminando con mucha prisa, ella casi me roza el brazo, pero ninguno me ve; alcanzo a escuchar lo que continúan susurrando. El cliente y yo seguimos en la puerta. Él ahora sonríe al observar mis manos: una de ellas con un ya caliente té con limón. Le digo que no encuentro la llave de la oficina y le sonrío y me habla y creo escucharlo, sin embargo, el sudor, que sigue cayendo sobre mis hombros, ahora sólo repite la pregunta de ayer, que es la misma pregunta de hoy, de mi amiga de toda la vida, al mismo tiempo que sigo buscando la llave.

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viernes, 18 de septiembre de 2015

Gracias por su tolerancia

En diciembre cumpliré treinta y dos años, pero me siento de veinte; gracias a Dios soy una mujer sana. Lo único que desde siempre me ha hecho daño es el olor a cigarro. Nunca lo he probado y hacerlo no está en mis planes. Puedo estar bien, sin embargo, si ese veneno llega a mi nariz, estornudo inmediatamente y, si pasan los minutos y el olor sigue cerca de mí, se me tapa la nariz a tal grado que dejo de saborear hasta el limón.
La tienda donde trabajo está en la entrada de un hotel. Cuando los trabajadores (hombres en su mayoría) de los locales comerciales ubicados en éste, salen a fumar ¡y a tomar alcohol!, si no se detienen en el pasillo del hotel (lo que está prohibido), no sé por qué casi siempre se paran justamente al frente del negocio donde cumplo mi actividad laboral. Además de tener que escuchar la gran cantidad de malas palabras (disfrazadas de “piropos”) que le dicen a toda mujer que pasa caminando por la avenida (y muchas veces lo hacen hasta sin importarles que ella esté acompañada de su pareja, lo que no deja de sorprenderme), debo respirar profundamente, pensar en cosas hermosas, recordar y llevar a la práctica la tolerancia mientras camino por la tienda, intentando no darle importancia a lo que escuchan mis oídos y al olor que empieza a marearme y a causarme dolor de cabeza.
Además de todo esto, lo que también me hace respirar hondo para poder armarme de una gran paciencia es que, a pesar de que el bote de basura está exactamente al frente de la tienda, justo al lado de donde mis vecinos se paran, todos, todos, todos tiran las colillas en el suelo y, casi siempre, apuntan para que éstas caigan en los orificios de la alcantarilla que también está en la avenida, casi pegadita al mencionado bote de basura.
Cada vez que mis compañeros y yo vemos la misma escena, nos preguntamos lo mismo: “¿por qué lo hacen?, ¿qué les cuesta meterlas en el bote?, ¡pero si lo tienen al lado!”.
Este año, por salud mental, por fin he logrado desconectarme mucho de las noticias. Debido a la gran cantidad de problemas que vivimos en nuestro país, es suficiente con lo que tenemos que enfrentar al salir de casa. Procuro pasar mis días haciendo lo que me gusta y esto incluye leer lo que me hace bien. Sin embargo, la gran pérdida de valores que nos rodea en nuestra sociedad, hace que me siga deprimiendo, y cada día más. No necesitamos leer ningún periódico, ningún libro para darnos cuenta del nivel que la palabra “respeto” tiene en nuestro hoy.
Este espacio no representa una crítica, sino un desahogo. Como humanos que somos, necesitamos expresarnos, y esto también incluye dar a conocer nuestras tristezas. Es lamentable, y me duele afirmarlo, pero da la impresión de que los problemas que vivimos en este país nos están endureciendo el corazón. Si yo amo mi casa y en ella tengo un bote, ¿qué me lleva a lanzar la basura al piso? Si yo respeto a mi prójimo, ¿qué me lleva a molestarle con palabras vulgares disfrazadas, insisto, de “piropos”? Si yo le deseo el bien a mi hermano, ¿qué me lleva a pararme a fumar y a tomar alcohol al frente de su negocio?
Como humanos que somos, necesitamos unir nuestras voces, no para quejarnos, sino para trabajar juntos en intentar crear conciencia. Por favor, no callemos, insistamos, porque mientras más mentes despierten, más cerca estaremos de lograr el cambio para bien que tanto necesita nuestra querida Venezuela.
Invitación:
¿A Usted también le preocupa la pérdida de valores en nuestro país? Mándenos su caso a ladendalal@hotmail.com. ¡Muchas gracias!
*Facebook: Vereda anónima.

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sábado, 12 de septiembre de 2015

¿Qué más le espera a nuestro idioma español?

Hace días, un amigo me dio la noticia de que la Academia acepta la voz “okupar”, para referirnos a “tomar una vivienda o un local deshabitados e instalarse en ellos sin el consentimiento de su propietario”. Mi amigo y yo, igual de sorprendidos, entristecidos y enojados, coincidimos en que, al paso que vamos, esta institución terminará por pedirnos que nos olvidemos de la “c”, para darle lugar a la “k”.
     Lo más increíble de este caso es que, al entrar a la página digital del Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), notamos que, antes de que éste nos dé la definición de este ¡”vocablo”!, se nos aclara lo que a continuación transcribiré:
     “Okupar. (De ocupar, con k, letra que refleja una voluntad de transgresión de las normas ortográficas)”. Releamos, por favor: “…una voluntad de transgresión de las normas ortográficas”. Es que, cada vez que lo leo, ¡me quedo sin palabras! ¡Muy bien! Entonces ahora voy a dejarme llevar por la forma en la que muchos escriben, ¡sí! ¡Qué emocionante! Ahora, en lugar de “casa”, escribiré “kasa”; en lugar de “aquí”, plasmaré “akí”. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Qué bien! Oh, no, perdón, quise escribir “Ke bien!”, ya que, tomando a esta admirable Academia como ejemplo, una gran “voluntad de transgresión” me conduce a escribir así.
     ¡Qué lamentable que la propia Academia permita estas barbaridades! ¡Y ni qué decir de las demás “palabras” que ésta ha aceptado! Día a día, esta institución (que pareciera empeñada en dañar nuestro hermoso idioma español) nos sorprende con reglas que, en lo personal, además de causarme tristeza y enojo, me deprimen.
     Después de darnos la aclaración y la definición de “okupar”, el Diccionario nos deja el siguiente ejemplo: “Un centenar de personas okupó un edificio vacío”. ¡Qué feo se ve!
     Queridos lectores, ustedes disculparán esta insistencia en que cuidemos nuestra escritura. Es que no se trata solamente de cómo escribimos, ya que si tenemos cuidado al momento de escribir, sin duda, lo tendremos también al hablar. Nuestro idioma es parte de nuestra herencia cultural. Nuestro idioma es parte de nuestra esencia. Nuestro idioma, por ser parte de nosotros mismos, merece todo nuestro respeto. Pero para que exista el respeto, primero debemos amar lo que somos. Si no nos amamos, no nos valoramos, por tanto, no nos respetamos.
     Me gusta aprender idiomas. Mi lengua materna es el árabe. Estudio inglés. Sin embargo, nací en Venezuela, soy venezolana y, ante todo, amo el español, mi lengua favorita, la lengua de este maravilloso país que me vio nacer y crecer, por lo que, por respeto, seguiré esforzándome por usarla de la mejor manera, con el fin de cuidar su presente ya tan lastimado y, sobre todo, su futuro que, al igual que a su servidora, nos preocupa a muchos.
     Por favor, de corazón, si alguien desea compartirnos su sentir sobre el hoy de nuestra lengua española, no dude en enviar su mensaje a ladendalal@hotmail.com. Gracias por leer estas líneas. Gracias por darle a nuestro idioma el lugar que merece.

*Facebook: Correctora de Estilo Isla de Margarita.

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http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/12066-vereda-anonima
La playa y el mar que soy
hoy cantan:
si vienes a mi arena,
te besaré con mis olas.

viernes, 4 de septiembre de 2015

El silencio no calla

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