lunes, 7 de marzo de 2022

Secreto definitivo

5:07 a.m. Con el brazo izquierdo abrazo a mi hijita de dos meses, quien se alimenta de mi pecho. Este teléfono sobre el cojín sobre mis piernas extendidas. Mi dedo índice derecho sobre cada letra. 

     Este aparato indica que afuera no cesa de nevar. Acostumbrada al azul -muy hasta el fondo, pero allí, presente- del mar, no deja de inquietarme el vivir en esta casa sin ventanas. Tengo tiempo tratando de escribir lo que esto me causa, pero a veces las cosas simples se vuelven complejas -o quizás secretas- frente a las letras. 

     Repienso en mi novela favorita que tanto necesito releer. Reposa sobre mi mesa de noche, siempre aquí, no en esta gaveta, siempre arriba, al lado de esta lámpara, esperando por lo menos una de mis manos sobre ella. La retomo. Bajo ella el cojín sobre mis piernas extendidas. Sobre ella este teléfono. Mi dedo índice derecho sobre cada letra. 

     "Los antiguos en oriente, cuando tenían un secreto que les pesaba mantener, subían a una montaña, buscaban un árbol alto, frondoso y de buen cuerpo, abrían en él un agujero del tamaño de una oreja, y en esa oreja convexa, de madera agreste y corteza sarmentosa, revelaban el secreto. Luego tapaban con barro y yerbas ese oído para que el secreto no se escabullera. De esa manera se desprendían del secreto, lo fijaban para siempre en un lugar y sentían, al fin, alivio y, sobre todo, como ya estaba revelado no tendrían que revelarlo nunca más. Contado en el oído del árbol el secreto era más secreto, eternamente secreto, secreto definitivo". 

En "No cesa de llover", de Joaquín Marta Sosa.

     Con el brazo derecho abrazo a mi hijita de dos meses, quien sigue en mi pecho. Mi novela favorita sobre el cojín sobre mis piernas extendidas. Sobre ella este teléfono. Mi dedo índice izquierdo sobre cada tecla. Cuesta más transcribir. Repaso estas letras.

Zahle, El Valle del Bekaa (Líbano), 24 de diciembre de 2021.






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