viernes, 2 de marzo de 2018


"La ciudad y el deseo"


La semana pasada, de “La ciudad y el deseo” (2007, Fundación Bigott), extraordinario libro de ensayos de Federico Vegas, transcribimos parte de “Sobre lo civil”, quedándonos en lo siguiente: “¿En verdad lo civil se ha hecho enteramente sociable, urbano y atento? (…) ¿ha dejado lo civil de ser grosero, ruin, mezquino y vil?
Ahora sí tenemos que abandonar los diccionarios y acudir a nuestro particular momento histórico. Propongo que comencemos por contestar una de las frases más cínicas que se pronunciaron cuando un ente llamado ‘sociedad civil’ comenzó a figurar en nuestro panorama político. Preguntaba jocoso y despectivo el entonces ministro del Interior: ‘¿Con qué se come eso?’. La respuesta que ahora propongo es: ‘pues con todo’. La sociedad civil es un ente comestible y apetitoso. Al verla desplegada y eufórica uno exclama como ante un lindo bebé: ‘Provoca comérsela’. Y a más de un político se le hará agua la boca viendo a esa criatura que en sus primeros pasos genera inmensas marchas, que presume de no tener un líder, de no pertenecer a un partido, de vivir en un estado de gracia entre impoluto y perplejo.
La sociedad civil no incluye a los marginados. Para los que nada tienen, para los que sólo pueden rasguñar algunos símbolos de consumo pero no los medios de producción, el término ‘sociedad civil’ nada significa y hasta resulta sospechoso.
Pero no son éstos los únicos marginados, hay también el enorme porcentaje de los que nos hemos automarginado de lo civil por elección propia. Es decir, de los partidos, de las mesas de votación, de los colegios profesionales, de los planes de nuestras alcaldías y hasta de las reuniones de condominio. Hemos dejado de ser sociables y urbanos, para hacernos desconfiados, disgregados, aislados.
En política -es decir, en el arte de pertenecer a la polis- ‘ser un privado’ equivale a ‘estar privado de’. Es por esto que la sociedad civil no actúa, sino que reacciona con iluminada indefensión. Se convoca y se organiza alrededor del peor de los argumentos: aquello que no se quiere, aquello que, con toda razón, se detesta. Un millón de personas marcharon sin miedo a morir, pero sin saber qué era lo que realmente se proponían, ni a través de quiénes, o cómo habría de hacerse. Conocemos los resultados.
Es evidente que nuestra sociedad civil no puede seguir nutriéndose solamente de una inocencia tan feliz y de un odio tan decidido. No hace falta ser militar pero sí hay que ser militante, con los vicios y virtudes que implica una meta política.
Volvamos a los diccionarios. Recordemos que Corominas nos decía que civil venía de ‘civilis’, ‘propio del ciudadano’; y cómo nos explicaba que el término sobrevivió con su sentido latino en aquellas sociedades donde el ciudadano ejercía sus oficios. La conclusión es obvia: una ciudad mezquina, ruin, grosera y vil no puede generar una sociedad civil, generosa, sociable, atenta y urbana. Si hubiésemos marchado a favor de una ciudad digna y justa, sin marginados ni automarginados, con el mismo alegre y valiente fervor que hemos esgrimido contra el más incontenible fanfarrón que ha conocido nuestra historia política, cada paso hubiese consolidado una verdadera conquista, y no un exquisito manjar de incertidumbres y confusión” (páginas 164-165).



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“Los hombres y las palabras nos definimos mutuamente”

En la contraportada de “La ciudad y el deseo” (2007, Fundación Bigott) leemos que Federico Vegas “reflexiona sobre la ciudad de sus desvelos: Caracas, modelo de urbanismo en los años 50 y ciudad del olvido en los tiempos que corren (…) Nos expone el significado de ese romance urbano que debería existir entre el ciudadano y el espacio que lo rodea o aguarda”.
En “Sobre lo civil” (páginas 163-165), uno de los ensayos de este libro que recomendamos sobremanera, el escritor señala:
“Insisto en que las palabras tienen vida propia. Nacen, se confirman, se hacen agudas y conmovedoras, y luego, después de un año, o de varios siglos, se desprestigian, se desfasan y comienzan a extraviarse por entre los diccionarios hasta morir de apatía. Otras veces continúan transformándose con giros insospechados, o llegan a parir significados contradictorios y las hijas compiten con la madre quitándole terreno, minándola hasta devorarla. Las palabras pueden revelar u ocultar, servir para encontrar la verdad o para matizarla, llegan a darle sonoridad a realidades sin importancia, o levedad a lo esencial. Lo peor que podemos hacer es abandonarlas a su suerte y repetirlas sin aceptar su linaje, su afán de renovarse, su destino impredecible.
La palabra ‘civil’ –ahora coletilla inseparable de la palabra ‘sociedad’– es un buen ejemplo de estas mutaciones y sorpresas. Según Corominas, civil viene de ‘civilis’, ‘propio del ciudadano’. Sin embargo, parece que le tomó bastante tiempo asentarse y asumir lo que hoy tiene de sociable, de urbano y civilizado.
Al principio su significado era desestimable, mezquino, ruin, de baja condición y procederes. La causa puede ser que ‘civilis’, en los albores de nuestro idioma, se oponía a ‘militaris’: ‘lo propio del caballero’. De aquí que por centurias lo ‘civil’ fuera algo villanesco, digamos que propio del no caballero, al punto de que aún existen vestigios de tan oscuro origen. ‘Acivilar’ es sinónimo de envilecer, de abatir; mientras que ‘cevil’ equivalía a gente mala y de bajos sentimientos. Antiguos académicos lo advertían: ‘Usamos ‘civil’ en contraria significación a como lo usa el latín, diciendo en un refrán: ‘me casé con la cevil por el florín’, donde ‘cevil’ está por vil y baja’.
Covarrubias equipara este ‘cevil’ al hombre apocado y miserable, y pretende que viene de ‘ce’, prefijo que acrecienta la significación del vil, y lo hace ‘muy vil’. Explica Corominas que este tránsito semántico de lo civil, tan desfavorable, no se dio en otras lenguas romances como el italiano, el francés o el catalán, tierras igualmente dominadas por el feudalismo, pero donde los oficios ciudadanos tuvieron mayor poder durante la Edad Media.
Tenemos, pues, que las palabras se ciñen a sus orígenes latinos o los contradicen, según sean las condiciones de las sociedades que las asumieron como suyas. Era de esperarse: vamos dándole sentido a las palabras de acuerdo con nuestras circunstancias y, tarde o temprano, ellas nos piden cuentas de las cargas que les hemos impuesto. Los hombres y las palabras nos definimos mutuamente.
Con el tiempo lo ‘civilis’ fue ganando terreno frente a lo ‘militaris’. En el DRAE de 1970 la acepción de grosero, ruin, mezquino, vil, está en el tercer lugar, y en la edición de 2001 estos vicios pasan a la sexta acepción. ‘Acivilar’, que aparecía en 1970, en 2001 desaparece. Igual le ha ocurrido a la repelente ‘cevil’.
¿Qué significa todo esto? ¿En verdad lo civil se ha hecho enteramente sociable, urbano y atento? Y, por otra parte: ¿ha dejado lo civil de ser grosero, ruin, mezquino y vil?".
En la próxima colaboración continuaremos este magnífico ensayo. Muchas gracias por estar.



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Me llamo José

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Lo azul de mi país


Leer,­­­­­
buscar,
encontrar
lo que quiero escribirte,
transcribir cada página,
arder:
con esto resumo mi invierno.
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A una hora de Beirut
El vehículo ha llegado a su destino. Sobre esta piedra cubierta de tierra y de hojas secas; sobre esta piedra, entre delgados troncos de tantos y tantos y tantos años; sobre esta piedra -bajo los piñones que acompañarán al arroz con almendras, especias y trozos de cordero que mañana preparará mama- hoy llora mi corazón empapado de Sur.
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Abro mi vieja maletita. Guardo este cuaderno que ayer me dijo adiós. Lo dejo allí. Mas no me voy. Uno por uno, tomo, hojeo, me detengo en las tantas páginas de mis tantos acabados cuadernos... de un largo ayer. No quiero y quiero seguir leyendo. Pero mi cansado día me hace cerrar mi vieja maletita. Y llego aquí. Sobre mi cama. Y escribo aquí. En esta primera página de mi nuevo cuaderno, bautizándolo con la primera lágrima.
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Quién entiende a las mujeres
He hablado, he reído, he amado, he cantado, he deseado, he escrito y hasta he bailado,
también he soñado y no sé por qué he despertado con estas ganas de llorar.
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Desayuno
mi mañana
resumida en el intento
de leer
para revivir(me)
lo azul
de mi país.

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Bekaa: más de un valle*

El tiempo de nuestras locuras*


Yerto despertar

No sé dónde estoy. Me observan cuatro paredes blancas, desnudas. Pienso en la inquieta humedad sobre mi frente, entre los dedos de mis manos. No logro formular siquiera una pregunta para intentar responder cómo llegué hasta aquí. Apenas alcanzo abrir mis ojos. Escucho el ladrar de un perro, muy a lo lejos, y uno que otro trueno. Los niños estarán sonriéndole al agua, mientras esperan a sus padres que los recogerán de sus escuelas con un paraguas que no impedirá que cada uno se moje un tanto. O quizá ya sea de noche y todos estén dormidos. O tal vez estén de vacaciones, viendo la televisión o jugando en sus casas.
Todo huele a limpio: el colchón, mi cuerpo. Intento recordar cualquier cosa, pero un cosquilleo en la planta del pie derecho nubla toda posible imagen. Me despojo de mi ropa. Acaricio mi vientre, dejando reposar mis manos sobre mi ombligo. Me siento perdida, como un papel viejo, olvidado, entre el viento. Quiero respirar. Cierro los ojos. Creo que duermo, pero sigo despierta. Sueño despierta. De repente ya no hay olvido. Todo tiene explicación. Lloro. Maldigo al viento por haberme arrastrado hasta aquí. Lloro y no quedan más lágrimas.
Sin titubear, abandono el suelo que por tantas horas me acogió, sintiendo un temblor en mis piernas que no me impide caminar. Me pesan los brazos. Me pesa la cabeza. Salgo y abro la ventana que encuentro a tres pasos. El sol se ha encargado de secar cada gota. Miro al cielo: todo es azul. Sonrío y, de pronto, vuelo. También respiro.


Frunciendo el ceño

Me parece que ya la había escuchado. Dónde quedó el azúcar, amor. Dónde quedó la sal. Un camino. Playa, sierra, desierto. Vía impalpable.
Sigo los meandros de tu pensar enigmático. Preparo el discurso hilando sílabas para encabezar mi mensaje. Yo en el pasado, tú en el presente, los dos fuera del tiempo. Pero ámame. Hagamos de estos allás unos aquís. Aloquemos al tiempo, el tiempo de nuestras locuras.
Qué difícil es vivir sin ti. Recuerdo la letra. Ven, amor. Confundamos los espacios. Vámonos. Ajusta el cinturón porque manejo como un cafre.

Hasta pronto
No he venido a cantarte debajo de estas sombras. No he venido a impresionarte con las primeras páginas de mi novela. Tampoco he venido a reprocharme. He venido a grabar en mi alma, a todo volumen, la música de tu voz. He venido a robar la fotografía de tu ser que, por unos instantes, obnubila mi mente.
He venido a pronunciar dos palabras para luego perder el hilo de lo que estoy diciendo y retomar el camino académicamente recto de mi andar, viéndote alejar, toda suave, entre el tumulto. No he venido a cantarte debajo de estas sombras. Si acaso, he venido a llorar.

*Del libro "Fui agua", de Dalal El Laden.


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Leer,
buscar,
encontrar
lo que quiero escribirte,
transcribir cada página,
arder:
con esto resumo mi invierno.





Custodia la lengua con la que adoras


Llorar y bajar la mirada
sólo nos recuerda
cuánto de nuestro amor calla.
Por eso al llorar sólo bajan mis
lágrimas;
no importa que el mundo no
comprenda mi amor.
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Ha llegado la tarde;
con ella tomo el café con leche,
como la crepa con chocolate,
agradezco su existencia y
observo esta imagen;
con ella recuerdo que no tengo alas para
alcanzar tus manos,
mas tengo manos que saben escribirte
y que esto también es alcanzarte.
Con este recuerdo,
rozando tus manos
vuelvo a esta imagen;
con ella canto que amarte es volar.
------
Otra noche sin poder dormir,
sólo pudiendo leer,
pero sin poder leer
por el "deber dormir".
Así hoy
-ya mañana-
y mañana
sin ti.
------
“Custodia la lengua
con la que adoras.
Ella muestra y oculta
tu rostro,
la presencia,
el más poderoso reclamo”,
leo y releo y
cuanto más releo
más creo que son mis palabras.

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Los falsos amigos

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