viernes, 27 de enero de 2017

Gracias por su tolerancia

Reconozco que a veces no sé qué pensar… de mí. Siempre hago todo lo posible por ser amable. Mas reconozco que a veces no sé qué pensar, sí, de mí. En estos casos, en los que dudo, me pongo en el lugar del otro y me pregunto qué pensaría yo de mí si yo fuera el otro. Intentaré explicarme:
Ayer fui a comprar una ropa para niños que me encargaron. Escogí las cinco piezas, se las di a una de las cajeras, luego me llamó otra cajera, me entretuve hojeando una revista, pagué y, casi a punto de salir del local, mi suma mental no me convenció, revisé la factura y me di cuenta de que cobraron seis piezas. Regresé a la caja, esperé que la señorita que me cobró se desocupara, le sonreí y le hice saber:
-Disculpe, hubo un error.
Ella, seria, preguntó qué había pasado, le expliqué, le avisó a su compañera (la misma a la que en un principio le entregué la ropa) y esta última, también seria, señalándome, pronunció:
-Ella me dio la braga.
Al escuchar su afirmación, por un segundo titubeé y me pregunté y me exclamé y me aseguré: “¿Será que yo tenía esa braga en la mano? ¿Pero cómo? ¡Si ni la había visto, ni ahora veo una igual o parecida en esta tienda! No, realmente no estoy confundida”.
Después de mi monólogo sin voz, dije (sin perder por completo mi sonrisa):
-No, yo no tenía la braga. Recuerdo que, antes de darle a ella las cinco prendas, revisé la talla de cada una.
La cajera, aún seria, sin pronunciar “disculpe” ni nada similar, me preguntó:
-¿Quiere cambiar la braga por otra cosa?
-No, señorita, sólo necesito llevar lo que escogí –mi sonrisa aún estaba.
Después de unos minutos, la cajera me volvió a preguntar si quería cambiar la braga por otra camisa o por otro pantalón y fue allí cuando mi tolerancia le habló al adiós:
-No, señorita, le dije que no… por favor -creo que con este “por favor” quise intentar que ella se pusiera un segundo en mi lugar-. Nunca toqué esa braga, no sé de dónde salió, ni siquiera la veo exhibida.
La seriedad de ambas trabajadoras siguió. Una de ellas se concentró en la pantalla de su computadora, y la otra se dedicó a escribir sobre unos papeles.
Al regresarme el dinero, di las gracias y jamás, jamás escuché una palabra amable de su parte. Fue después de que mi compañero las despidió con un “gracias, disculpen” cuando ellas medio susurraron algo que no entendimos qué fue y que quisimos pensar que se trataba de una voz parecida a esta última usada por mi amigo.
Salí de ese local acompañada de un sinsabor, reviviendo todo lo ocurrido, diciéndome a mí misma que a veces no sé qué pensar de mí; que por más que intenté no perder la tolerancia, me fue imposible, sin embargo, el sinsabor medio se calmó cuando también reviví que, con mi último “gracias”, retomé un poco mi sonrisa, sonrisa que, tristemente, jamás llegó a los labios de ellas.
Ahora, mientras escucho “Justicia”, una de mis canciones favoritas, reconozco que no, no quiero justificar el trato que recibimos en ese establecimiento y tampoco quiero culparme -aunque lo lamento- por haber llegado a la intolerancia, solamente me permitiré expresar que este hecho lleva a recapacitar en que, muchas veces, nuestras actitudes son el reflejo de la difícil situación que estamos viviendo en nuestro país... mas no, "no voy a llorar por ti (...) Sigo creyendo que lo malo acaba, que lo bueno viene, ¡la conciencia te llama!”.


http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/20403-vereda-anonima




Al escribir también entendemos que muchas veces callamos para poder hablar más rozando tu mano y mi mano.



sábado, 21 de enero de 2017

No poder decirte amor

Es escuchar mi canción favorita y no poder cantarla,
es preparar mi platillo favorito y no poder saborearlo,
es encontrar mi poema favorito y no poder releerlo,
es ver mi playa favorita y no poder caminarla:
una manera más de decirte amor.



La lluvia toca mi ventana con un "Más que de la tierra, somos de quien nos recuerda" que me despierta. Ahora creo que por esto insistimos en escribir.



Salto Ángel

Mi escribir
también es
cerrar mis ojos,
volver a tus aguas
(tus manos),
reescribir con ellas
de dónde soy.








Todos por nuestro idioma español

“Para aprender a escribir con fluidez y corrección, es preciso leer mucho, ciertamente; pero leer escritos de garantía en cuanto al dominio del idioma (…) es necesario matizar la recomendación de la mucha lectura como panacea para el aprendizaje de la redacción. La abundante lectura de textos ejemplares y actuales de exposición o de ensayo, enseñará una gran cantidad de formas y una variedad de locuciones para articular y comunicar los más complejos pensamientos y sentimientos. Esto es indiscutible. El que lea solamente buenos escritos, cada uno en su género, llegará sin duda a escribir perfectamente, aunque escribirá por imitación, inconscientemente. Podrá llevar a cabo su oficio como primor, como el pajarito elabora su nido sin necesidad de asistir a cursillos de técnicas para nidos. No obstante, el aprender a redactar bien tan solo a base de lecturas, es, en la actualidad, una utopía. Hoy nos vemos obligados a leer muchos escritos que no son modelos en el dominio del lenguaje. La posibilidad de publicación está al alcance de muchos no expertos en el oficio. Abundan las traducciones defectuosas, los libros, revistas y periódicos empedrados de barbarismos léxicos y sintácticos, o las redacciones confusas, desgarbadas o faltas de soltura y fluidez. A esas influencias se agrega la difusión de las emisoras de radio y televisión, que tienen poco de ejemplaridad, tanto en el lenguaje serio como en el cómico y humorístico. Y el defectuoso lenguaje oral es también otro medio que contamina perniciosamente el lenguaje escrito. Por lo tanto, además de la lectura de textos bien escritos, que es un medio eficacísimo y muy recomendable para el aprendizaje de la redacción, se requiere un alto grado de conocimiento científico del idioma para librar al lector de caer en las mismas corruptelas que en muchos textos de deslizan. De lo contrario, pueden asimilarse expresiones agramaticales, ya generalizadas, que a muchos les suenan muy bien; y, viceversa, pueden pasarse por alto numerosas expresiones gramaticales, no generalizadas, que a muchos les pueden sonar mal. No olvidemos que el idioma se aprende generalmente –bien o mal- por imitación y costumbre, más que por estudio y análisis. Pero los oídos y los ojos mal acostumbrados no pueden erigirse en normas”. Basilio Tejedor, en “El arte de la redacción profesional”.
Queridos lectores, recomiendo ampliamente leer la obra del profesor Francisco Suniaga, nuestro estimado escritor margariteño. Tanto sus relatos como sus novelas son fascinantes y ejemplos de textos bien escritos. A propósito de este tema, en “Esta gente” leemos: "Hace poco, (...) me encontré con tres decisiones del Tribunal Supremo, dictadas entre 2004 y 2011 (...) Son sentencias escritas en un lenguaje muy oscuro, como si en lugar de querer resolver algo quisieran más bien enredarlo. Usted debe saberlo, usted es un abogado litigante activo. Antes uno leía una sentencia de la extinta Corte Suprema y aquello era un deleite. El idioma español más claro y preciso se combinaba con la doctrina de Derecho más pura, unidos armoniosamente, como si bailaran un ballet, un lenguaje plástico y prístino. Nada que ver con los jeroglíficos de ahora, donde lo único que está claro son dos cosas: que están pervirtiendo el Derecho y también el español".
Gracias, queridos lectores, por formar parte de esta página, en la que, con mucho gusto, recibimos reflexiones, dudas, aportaciones y preguntas, mismas que constantemente se publican en esta sección titulada "Todos por nuestro idioma español". Gracias de corazón.
Un abrazo cariñoso.
Dalal El Laden.

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:182888

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domingo, 8 de enero de 2017

El protagonista

Así como me ocurría en mi niñez y en gran parte de mi adolescencia, hoy ha vuelto a marearme este olor a avión. Tapo mi nariz con mi suéter de algodón. Creo que voy a vomitar. Piensa en algo bonito, me repito, y de inmediato llega, él llega a mis ojos y todo malestar desaparece.
            Escucho su acento encantador. Como nunca, lamento haber interrumpido mis clases de francés. Busco en mi boleto el número de mi asiento y cruzo mis dedos pidiéndole a Dios que me permita quedar a su lado. Su cabello largo, sus ojos negros, su barba que apenas renace y su piel morena hacen que algo falte en mi respiración.
            Dios, por favor, nunca te pido nada, pero ha llegado el momento de hacerlo y pues a ti no te cuesta nada… anda, por favor, déjame sentarme a su lado.
            Me llega su perfume mientras detallo sus brazos al cargar su maleta de mano. Estoy a un paso de su cuerpo. Dios, ya sabes… Verifico mi número. A mi respiración le falta algo. Ay, Dios mío, ¡no hay duda de que eres grande!
            Él, ya sentado, me sonríe y me invita a pasar a mi lugar junto a la ventanilla. Estoy a un centímetro de su piel; la mía se me pone de gallina.
            Por qué no seguí el curso de francés. Recuerdo algunas palabras. Regreso a su cabello que él lentamente aparta de su frente. Creo que dormirá. Ya se durmió. Sus ojos cerrados me envuelven de ternura. Siento un gran deseo de acariciar su frente. Obviamente no lo hago.
            Me llegan más palabras en francés y me siento lista para tener -por lo menos- una conversación básica, superficial con él.
            He tomado mucha agua. Quiero ir al baño. No quiero despertarlo. En algún momento sentirá sed o hambre y se moverá y aprovecharé para levantarme, disculpándome, claro, en su idioma.
            Tengo hambre. Cuándo despertará. No sé qué hacer. Decido comer. Tomo mucho jugo de manzana e imagino que sus labios tienen el mismo sabor. Me gusta observarlos cuando los abre y cuando, al sentir que empezará a roncar, los cierra automáticamente.
            Jugo de manzana, pan con mantequilla y torta de no sé qué, hagan que sus olores lleguen a su nariz. Necesito pararme. Lamento haber comido. Quiero más jugo de manzana.
            Por fin se está moviendo. Muy bien, despierta, buen chico, despierta, por favor. Al extender sus brazos, bosteza y abre aún más sus ojos, dirigiéndome una mirada que hace que me vuelva a faltar algo en la respiración. Me llega un sinfín de palabras en francés, como para yo impartir una clase de nivel avanzado y, como si me leyera la mente, me pregunta qué han servido para cenar. Recuerdo el pollo encebollado que jamás debí comer. Callo. Sí, después de tanto ensayar, callo. Corro al baño consolándome al pensar que seguramente mi silencio y mi sonrisa le dijeron que mi aliento necesita crema dental.
            Contenta por haberme cepillado, camino a mi asiento. Recuerdo todas las palabras del menú que me acabo de aprender. Sí, le hablaré de mi amor por la cocina.
            Llego a mi lugar. Me pregunto en qué momento comió y se quedó dormido. La aeromoza le retira la bandeja. Apenas rozándole sus piernas, logro saltar a mi asiento. Vuelvo a sus labios que ahora permanecen más abiertos que cerrados... ay, ay, ay, ¡pude haberle prestado mi crema dental!
            Oh, pollo encebollado, te empeñaste en ser el protagonista de este relato.

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:182523

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martes, 3 de enero de 2017

Son las nueve horas. La humedad imprime tu recuerdo en mi frente. Preparo mi café. Doy tres pasos con mi taza. Dejo caer mi bata. Vuelvo a mi hamaca. La brisa enchina mi vientre... solitario. Dejo mi bata sobre la cerámica... húmeda. Recuerdo tu voz; no llega. Abro las páginas de un nuevo libro; me parecen las páginas de mi nuevo libro. Sigo en mi hamaca. La brisa enchina mis brazos, largos, que no te alcanzan. La humedad de mi frente baja y la humedad de mi bata -transportada a la cerámica- sube... ambas imprimen tu recuerdo en mi boca. Me pregunto dónde quedó mi taza.



El piano toca
mi desayuno caliente en la mesa;
mi mantel floreado y limpio;
tu libro azul en mis piernas;
tu banco repintado y vacío;
tu desayuno caliente
que hoy en mi mente
te preparo
el próximo inicio de año;
tu desayuno caliente
bajo mi libreta hoy impaciente
por plasmarle
este deseo.