viernes, 28 de abril de 2017

Nuestras manos se tocan

Lo más cercano al amor es el silencio.
Lo más cercano al silencio es la lágrima.
Y lo más cercano a la lágrima es el amor.

***
Cada día más soy sin ser:
Revivo lo furtivo en tus versos leyendo cualquier otra página,
mi teclado te habla cuando todo a mi lado grita,
y canto tu canción al bailar la mía.

***
Escribiremos;
discutiremos,
por ejemplo,
el porqué de esta tilde en la e;
debatiremos,
ya que necesitaremos respirar:
hemos entendido que escribir nos salva
de la amargura que,
curioso,
sólo comprende la letra
en la distancia.

***
Soñé con tu foto en mi foto,
pero sentados bajo los cafetales de Suchitlán.
Pedimos chocolate caliente y otro pan.
Y llegó el queso fresco.
Y llegó el chile relleno.
Y llegaron los chilaquiles.
Masticar
rozó nuestras cabezas y,
dejando de lado mi foto en tu foto,
nos volvió sonrisas,
rebelando aún más nuestros cabellos.
Y mientras murmuraban el
"1, 2, 3"
para nuestra primera foto,
llegó otro pan,
pero ahora celebrando que nuestros labios
por fin se encontraban.

***
Siempre estamos solos,
sin embargo,
al escribirnos,
nuestras manos se tocan.

*Estos textos forman parte del poemario Soy sin ser, de Dalal El Laden.

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:188298

http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/21656-vereda-anonima


domingo, 23 de abril de 2017

Ritual...

Salir del trabajo. Sentir hambre y llegar a casa con la intención de preparar algo rápido y sabroso. Entrar a la cocina, abrir tu bolso y buscar -sin saber exactamente qué- entre tus cosas, hasta retomar lo que justo inconscientemente buscabas. Allí, parada, tus codos apoyados sobre la barra ansiosa de un rico platillo, relees el último párrafo que tuviste entre tus manos minutos antes de terminar el tranquilo día de oficina. Lo relees de nuevo porque ahora deseas hacerlo escuchando tu voz. Transcribes sus palabras, frases en tu libreta; ya son tuyas. Pasas al siguiente y al siguiente párrafo y se te va otra página, se te van dos, tres más. Sigues sin sentarte. Aún con la misma ropa, con los mismos zapatos. Los pies, la espalda, el sudor del día te regañan. Ya has pasado más de seis, siete, ocho páginas. Tu celular avisa que te ha llegado un mensaje. Sonríes al detenerte en la hora y al preguntarte dónde quedó tu hambre. Preparas un sándwich, sólo por no dormir con el estómago vacío. Tomas una rápida ducha y corres a tu colchón, donde sigues leyendo hasta que llega el sueño. Sueñas. Sueñas mucho. Despiertas con el libro entre tus piernas. Si se ha doblado alguna de sus hojas, no sólo la desdoblas; la acaricias, casi la besas. Quieres seguir con él, pero el tiempo no siempre es tu amigo. Delicadamente, lo dejas de nuevo en tu bolso y cada vez que lo abres, para sacar o dejar allí las llaves, el monedero o las servilletas, lo rozas y le dices bajito, bajito que estás, que volverás, que no se vaya. Él te dice bajito, bajito que está, que volverá, que no se irá. Ritual amoroso.

http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/20836-vereda-anonima

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viernes, 21 de abril de 2017

Serenata para la tierra de uno

"Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy, por todo y a pesar de todo, mi amor, yo quiero vivir en vos".
Perdí la cuenta de cuántas veces la escuché esta mañana, después de haber paseado a Catira y regresado a la cama para estar en ella "sólo diez minutos"; allí, echada, encontré este poema hecho canción, y mis ojos -que me saludaban desde el negro de la pantalla del celular- desearon terminar de cerrarse ante esa voz que se ha ido y no a la vez, porque continúa arrullándome con su sentir hecho palabra, arrullo que -como otras tantas veces- hoy me jaló a seguir sobre el desorden del edredón entre el libro entre las sábanas bajo la almohada bajo mis cabellos.
"Por tu decencia de vidala, y por tu escándalo de sol, por tu verano con jazmines, mi amor, yo quiero vivir en vos".
Y allí seguía yo, toda anestesiada, y ya no era muy temprano. Chiquita aterrizó, movió una por una sus manos para oprimir delicadamente mi pecho, y besó las mías -que sujetaban al aparato desde donde venía la guitarra con cada letra- recordándome con cada ronroneo que ya tenía que levantarme.
"Porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos, porque le diste reparo al desarraigo de mi corazón".
Canté mientras el agua refrescaba cada uno de mis poros. Canté mientras respiraba gracias a quien la escribió y a quien la hizo suya con su todo: María Elena Walsh y Mercedes Sosa. Canté mientras tomaba el acondicionador en lugar del champú.
"Por tus antiguas rebeldías y por la edad de tu dolor, por tu esperanza interminable, mi amor, yo quiero vivir en vos".
Canté mientras yo me acercaba mi vestido mientras yo me suplicaba recordar si me había enjabonado el cuerpo. Canté mientras yo abría la puerta para volver a cerrarla, dejando a mis niñas con el eco de la magia que esas dos almas me (nos) han regalado.
"Para sembrarte de guitarra, para cuidarte en cada flor y odiar a los que te castigan, mi amor, yo quiero vivir en vos".
Canté,
canté,
canté la serenata,
y finalmente salí y le sonreí -como desde hace mucho, mucho no lo hacía- a esta tierra-su tierra-mi tierra-tierra de todos los que la tenemos aquí, muy, muy dentro.



Pampatar, 11 de diciembre de 2012.

*"Serenata para la tierra de uno", del libro De aquí y de allá, de su servidora.

http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/21549-vereda-anonima


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La felicidad tenía que ser otra cosa

Muy decidida, caminando a la panadería, me sorprende una voz:
-¡Hoy no leeré el periódico!
Antes de llegar al establecimiento, vuelven a asaltarme unas palabras de la novela que estoy leyendo, que no me han dejado desde hace no más de una semana, y que ahora me doy cuenta de que las estoy repitiendo como si se tratara de una de esas rancheras que a diario canto con tanta pasión cubierta de algo muy cercano a la nostalgia: “La felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer”.
¡La felicidad! Ahora, para mí, ésta sería llegar a la panadería, como lo estoy haciendo, comprar un pastelito de queso (para los que no son venezolanos, éste es un hojaldre salado que acostumbramos sobre todo en el desayuno), mi café marrón claro grande y… ¡no, no, no!, hoy no pediré el periódico, ¡hoy no!
Este día quiero pensar solamente en mi rico desayuno y volver mi vista y mi concentración a la novela que continúo leyendo. Escojo una de las mesas al aire libre. La paz me envuelve al sentir la brisa matutina que dice que quiere llover. Veo a una señora cincuentona, muy seria, como peleándose con su celular, haciendo caso omiso al periódico que, frente a sus brazos, está a punto de volar. Muerdo mi pastelito, ¡mmm!, no me aguanto y exclamo justo esto, y no mentalmente. Sí, ¡esto es felicidad! (ahora también exclamo, pero es más un susurro).
-¿Me da ochenta bolívares, señora? -me pregunta un indigente, de no más de treinta y cinco años, deteniendo mi lectura.
-No, señor, disculpe, ahora no puedo.
-¿Setenta? ¿No? ¿Cincuenta?
Al escuchar mi misma respuesta, da unos pasos y, sin disimular, toma la propina que reposaba en una de las mesas ya desocupadas. Los clientes, espantados, viendo al personal que aquí trabaja, señalan al hombre, quien va alejándose de nosotros, sin prisa, moviendo sus labios, aun estando con nadie; quien va alejándose y, sin ir muy lejos, detiene su cuerpo para mirar hacia la avenida, como esperando algo o a alguien.
Vuelvo al libro y, como si la página me hubiera estado “esperando”, leo lo que de inmediato transcribo: “Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”.
Los clientes, ahora calmados, parecen haber olvidado lo sucedido; han vuelto a hablar, a gritar; algunos nada más suspiran mientras sus niños lloran, corren, destrozan.
Con mis ojos de nuevo sobre el periódico que aún no ha volado, imagino algo (exagerado, cierto, pero lo imagino): en una de sus páginas, veo el robo que todos acabamos de presenciar; veo la cara de los que vimos, de los que señalamos, de los que callamos o hablamos en silencio; veo la cara pálida, ese todo desconsolado y las manos temblorosas de aquel hombre. Con mis ojos aún allí, sigo viendo y de alguna manera siento que hoy he leído el periódico, que no es más que la insoportable realidad de la vida que esta mañana, aunque tanto lo he esperado, no he logrado evadir. E inevitablemente, ahora solo cubierta de nostalgia, regresa: “La felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer”.

Pampatar, 17 de julio de 2013.

*"La felicidad tenía que ser otra cosa" aparece en el libro De aquí y de allá (de ensayos y relatos), de su servidora.





Hasta donde me permita la vida

No es “Me he dado cuenta QUE todo es muy simple”. Lo correcto es “Me he dado cuenta DE QUE todo es muy simple”. Cada vez que leo un libro, la impotencia y, sobre todo, la tristeza me invaden al ver la cantidad de horrores impresos en él. He llegado al punto -quizás para desahogarme- de transcribir las faltas en mi libreta. He llegado a contarlas y, lamentablemente, tanto mi impotencia y mi tristeza como mi coraje crecen sin parar. Siempre, siempre, al detectarlas, detengo mi lectura para preguntarme: “¿Cómo pueden imprimir un libro así?”. “¿Qué más le espera a nuestro lenguaje?”. “¿Dónde están los editores?”. “¿Por qué tanta indiferencia?”. “¿Cuesta mucho respetar el idioma?”.
Estoy leyendo Un paseo por la sombra (1997), el segundo volumen de la autobiografía de Doris Lessing, y, la verdad, de alguna manera me he sentido aliviada al llegar a su reflexión en cuanto a la dolorosa realidad del mundo de los libros. Esta obra fue traducida al español por María Faidella, y quien haya sido el corrector, en general, de lo que llevo leído, hizo un buen trabajo.
Me permitiré transcribir algunas palabras de Lessing, tomándolas de distintas páginas, sin un orden específico, uniendo una y otra reflexión, con el fin de que juntos (editores y no editores, ya que a todos debe importarnos nuestro idioma), precisamente, reflexionemos y, a la vez, seamos cada vez más los que -no solo nos preocupemos- nos ocupemos en poner nuestro “grano de arena” para intentar salvar nuestra lengua, en este caso, española, que tanto necesita nuestro inmediato auxilio:
“Quién sabe si volveremos a una situación en que los editores pongan interés en que los libros estén bien editados y cuidadosamente revisados. Los lectores se habrán dado cuenta de que los libros no son como antes: están llenos de faltas. Ello se debe a que ahora, con los recortes de gastos ordenados por el departamento comercial, muchas editoriales prescinden del revisor, excepto cuando un escritor se pone firme e insiste”.
“Creo que la auténtica vida del escritor sólo puede entenderla otro escritor… y pocas personas más. Antes eran los editores. El mundo editorial ha cambiado tanto que resulta difícil creer que girase en torno a la relación entre el editor y el escritor. En los años cincuenta, cada editorial la había fundado un solo hombre -entonces eran hombres- enamorado de la literatura; solían arriesgar todo lo que tenían, normalmente contaban con escaso capital y, sí, a veces eran pésimos hombres de negocios. Iban a la caza de nuevos escritores, les apreciaban, publicaban libros de los que tal vez solo vendían unos centenares de ejemplares”.
“El apasionado amor que el editor siente por la literatura influye en la obra del escritor, y la capacidad de discernimiento que resulta de tantas lecturas permite una mejor crítica del libro y una presión sobre el autor para que lo mejore (…). Ahora los editores así ya no abundan”.
“Se publican buenos libros, los buenos escritores sobreviven, pero se ejerce toda clase de presiones contra los libros pequeños, raros o especiales. Todos los que nos interesamos vivamente por la literatura tenemos una lista de libros que consideramos entrañables, pero que ya no están a la venta, que ni siquiera se han publicado o que se han publicado pero los editores no se han tomado la molestia de vender. A la larga, la negligencia para con estos libros de difícil publicación afectará negativamente al mundo editorial en general. Hubo una vez en que los editores conocían perfectamente la importancia de esos libros difíciles, pequeño manantial de burbujeante vitalidad. Algunos de nosotros recordamos con añoranza aquellos días en que algunos editores decían: `Ni usted ni yo ganaremos con este libro, pero hay que publicarlo´”.
Releo y releo esta última frase, y la impotencia y el coraje se esfuman de mi ser. Releo y releo esta última frase, y solamente siento que me ahoga la tristeza. Deseo con toda mi alma que la tristeza no termine ahogándome, para que, hasta donde me permita la vida, pueda seguir luchando por nuestro idioma español, por respeto a él, por respeto a mí misma, porque es parte de usted, de mí, de nosotros, de nuestra cultura, de nuestra esencia, de lo que somos.

*"Hasta donde me permita la vida", del libro De aquí y de allá (ensayos y relatos), de su servidora.





Tres almas agradecidas

Más que cualquier calle, más que cualquier jardín, algo cambia en ellas cuando pisamos la arena: abren más la boca, sacan más la lengua, abren muchísimo más los ojos, como si con cada gesto cantaran que no les alcanzan los segundos para mirar, para sonreír, para agradecer. Al llegar, no saben con qué empezar: si oler desde los primeros pasos, si detenerse silenciosamente a observar las aves concentradas en el pescado que ya han empezado a desayunar, si perderse con la melodía de las pequeñas y risueñas piedras que van pisando, o si voltear a verme con su todo cada vez más agradecido. Caminamos y, como las olas casi nos alcanzan, entre miedosas y emocionadas, ambas se alejan poco a poco de ellas mientras muestran más y más sus lenguas, como si, a pesar de ese ligero temor, al mismo tiempo desearan beberse la fuerza del agua frente a sus cuerpos enérgicos. Sin alterar el paso sin prisa, caminamos; de nuevo caminamos orillándonos al azul infinito.



Todos por nuestro idioma español

Queridos lectores, muchísimas gracias por sus preguntas que hacen posible este espacio; es emocionante estar juntos en esta tarea de cuidar nuestro maravilloso idioma:

° Muchas gracias, Alejandra Ríos; siempre será un placer recibir sus mensajes:
“¿Es hilación o ilación?”.

“Ilación” (del latín "illatio") es la acción de inferir o deducir, y también significa conexión lógica. Veamos un ejemplo:

-Ella comenzó a hablar con frases entrecortadas y sin ilación.

No es correcta la grafía “hilación”, debida al influjo de “hilar”, verbo con el que etimológicamente no guarda ninguna relación.

° Mil gracias, Gabriela Martínez, por este ánimo de siempre:
“¿Freídas? ¿Es correcto?”.

El verbo freír posee dos participios, uno regular y otro irregular, y ambos son igualmente correctos en español:

- Infinitivo: freír.
- Participios: freído y frito.

En ocasiones, como algunas formas nos parecen menos comunes, tendemos a considerarlas erróneas, pero se pueden usar indistintamente para la formación de los tiempos compuestos de los verbos. Aquí tenemos unos ejemplos de expresiones correctas:

-He frito los calamares.
-He freído los calamares.

Si se usa como adjetivo, se utiliza exclusivamente la forma frito: “papas fritas” y no “papas freídas”.

°Antonio Vásquez, muchísimas gracias por su excelente pregunta:
“En lugar de Miami, ¿se puede escribir Mayami?”.

La grafía aceptada es “Miami”. Esta ciudad de los Estados Unidos de América recibe su nombre de los indios miamis, quienes habitaron en el pasado la zona de su asentamiento actual. En español debe decirse miámi, no maiámi ni mayámi, pronunciación que, aunque frecuente en el español de América, corresponde al inglés, no al español. Si no es aceptable pronunciarlo a la inglesa, tampoco lo es trasladar esta pronunciación a la escritura “Mayami”. Su gentilicio es “miamense”. Por ejemplo:

-En los próximos días, los miamenses que viajen a Santiago de Cuba, deben tomar medidas de precaución.

No se admite el gentilicio “mayamero”, derivado del topónimo anglicado antes censurado.

http://elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:187091

http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/21441-vereda-anonima



Aprenderé a callar, aunque esto me cueste hablar toda una vida.



martes, 11 de abril de 2017

Una vieja fotografía es un respiro, una tregua que nos bendice con el recuerdo de que no somos eternos.

Serenata para la tierra de uno*

"Porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy, por todo y a pesar de todo, mi amor, yo quiero vivir en vos".
Perdí la cuenta de cuántas veces la escuché esta mañana, después de haber paseado a Catira y regresado a la cama para estar en ella "sólo diez minutos"; allí, echada, encontré este poema hecho canción, y mis ojos -que me saludaban desde el negro de la pantalla del celular- desearon terminar de cerrarse ante esa voz que se ha ido y no a la vez, porque continúa arrullándome con su sentir hecho palabra, arrullo que -como otras tantas veces- hoy me jaló a seguir sobre el desorden del edredón entre el libro entre las sábanas bajo la almohada bajo mis cabellos.
"Por tu decencia de vidala, y por tu escándalo de sol, por tu verano con jazmines, mi amor, yo quiero vivir en vos".
Y allí seguía yo, toda anestesiada, y ya no era muy temprano. Chiquita aterrizó, movió una por una sus manos para oprimir delicadamente mi pecho, y besó las mías -que sujetaban al aparato desde donde venía la guitarra con cada letra- recordándome con cada ronroneo que ya tenía que levantarme.
"Porque el idioma de infancia es un secreto entre los dos, porque le diste reparo al desarraigo de mi corazón".
Canté mientras el agua refrescaba cada uno de mis poros. Canté mientras respiraba gracias a quien la escribió y a quien la hizo suya con su todo: María Elena Walsh y Mercedes Sosa. Canté mientras tomaba el acondicionador en lugar del champú.
"Por tus antiguas rebeldías y por la edad de tu dolor, por tu esperanza interminable, mi amor, yo quiero vivir en vos".
Canté mientras yo me acercaba mi vestido mientras yo me suplicaba recordar si me había enjabonado el cuerpo. Canté mientras yo abría la puerta para volver a cerrarla, dejando a mis niñas con el eco de la magia que esas dos almas me (nos) han regalado.
"Para sembrarte de guitarra, para cuidarte en cada flor y odiar a los que te castigan, mi amor, yo quiero vivir en vos".
Canté,
canté,
canté la serenata,
y finalmente salí y le sonreí -como desde hace mucho, mucho no lo hacía- a esta tierra-su tierra-mi tierra-tierra de todos los que la tenemos aquí, muy, muy dentro.

Pampatar, 11 de diciembre de 2012.

*"Serenata para la tierra de uno", del libro De aquí y de allá, de su servidora.

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:187857

http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/21549-vereda-anonima








¿Quién encontró a quién?*

Estoy en Pampatar, en una recurrida panadería. Me gusta sentarme aquí, al aire libre, a esta hora de la tarde. Pido un hojaldre de queso y un marrón claro bien caliente.
“Todo es por algo”. Con estas palabras, una muchacha -con acento cubano- parece reconfortar a su joven acompañante, quien le afirma -con acento venezolano- que no podrá salir de vacaciones, debido a que, en su negocio, se le presentó un imprevisto.
Abro mi libreta para escribir esa frase -que, cada uno de nosotros, en algún momento, hemos hecho nuestra-, y trazo círculos desesperados alrededor de ella. Todo es por algo, leo y releo. Irreflexivamente, llega a mi mente el día en que, para mi sorpresa (ya que su obra no resulta fácil de conseguir fuera de México), estando aquí, en Margarita, encontré Las hojas muertas, de Bárbara Jacobs.
Gracias a esta novela de Jacobs y, en particular, al personaje de Mama Salima -con la que, en algunos aspectos de su personalidad, me sentí muy identificada-, conocí Walden -crónica publicada, en 1854, por Henry David Thoreau, en la que narra su experiencia en el bosque, a orillas de la laguna de Walden (en Concord, Massachusetts), donde vivió dos años y dos meses. En el instante en que leí y anoté -en mi libreta- el nombre del autor y de su obra, y deseé conocer más de ellos, dejaron de ser totalmente ajenos para mí.
De nuevo, mis ojos se dirigen a la muchacha; sus labios se mueven, pero mis pensamientos no me permiten escuchar lo que ella expresa con tanto entusiasmo. Un pequeño gato se echa en mis pies; le doy lo poco que queda del hojaldre; luego obedece al llamado de una niña, quien le arrima un pedazo de galleta.
Todo es por algo. Más círculos. Retrocedo algunas páginas de mi cuaderno y me detengo en algunas citas de Thoreau (mientras las releo, lo imagino solo, en su cabaña, que él mismo construyó).
En Walden, el autor plantea que debemos renunciar a nuestros prejuicios; que hay que ser humildes y reconocer que ignoramos muchas cosas; que ser un filósofo consiste en amar la sabiduría, en resolver -tanto en la teoría como en la práctica- los problemas de la vida; recomienda desprenderse de la sobrecarga de actividades diarias: “¡Sencillez, sencillez, sencillez! Que tus asuntos sean dos o tres y no cien o mil”; sobre nuestra dieta, aconseja: “¡Simplificar, simplificar! En lugar de tres comidas por día, no comas más que una si es preciso”.
Thoreau se pregunta “¿por qué hemos de tener una prisa tan grande en triunfar, y en empresas tan desesperadas? Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que oye un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota. No importa que madure con la rapidez del manzano o del roble”. Afirma que no hay que interesarse mucho en conseguir vestidos o amigos, “vende tus ropas y conserva tus pensamientos. Dios verá que no te haga falta la sociedad (…) Con riqueza superflua no se puede comprar sino cosas superfluas. No hace falta dinero para cosa alguna necesaria para el alma”.
Sigo buscando -sin saber exactamente qué- entre mis páginas: el pasado 20 de febrero, en una entrevista -publicada en un diario mexicano-, Félix García Moriyón declaró que “el libro es de quien lo lee, no de quien lo escribe”. Enderezo mi espalda. Hay mucha gente, sin embargo, el tumulto no me detiene. ¿Quién encontró a quién? ¿Las hojas muertas a mí, o viceversa? ¿Por qué al leer la novela de Jacobs me sentí atraída justamente por ese libro predilecto de Mama Salima? Si Walden era un título desconocido, ¿por qué no lo dejé ir? Valiéndome de las palabras del filósofo español, y sin pretender que esto suene descabellado, me permito afirmar que mucho antes de leer esta obra, ya me pertenecía; las reflexiones de Thoreau, desde mucho, mucho antes de llegar a mí, ya vivían tanto en mi mente como en mi cuaderno.
“El sol no es sino una estrella de la mañana”: Thoreau sigue aquí mientras descanso con el atardecer. La joven pareja se ha marchado. Muevo mi asiento, y el gato -que había vuelto a mis pies-, asustado por el movimiento de mi cuerpo, huye hacia la silla vecina, en la que ya no encuentra a la niña de la galleta. Regreso a la frase y remarco el último círculo, antes de cerrar mi libreta y alejarme de la mesa.

                                                                                                   Pampatar, 18 de abril de 2012.


*"¿Quién encontró a quién?" aparece en el libro De aquí y de allá (de ensayos y relatos), de su servidora.
                
                              



La Literatura es el intento que más se le acerca... el que más se le acerca porque nada le llega a la Música. De verdad no sé qué sería de mí sin ellas. Gracias por todo.