viernes, 22 de septiembre de 2017

Lo bueno de vivir sin electricidad... Hecho en Venezuela

Porlamar, 20 de septiembre de 2017.

“Su pago fue procesado de manera exitosa. Sin embargo, se presentó un problema al momento de registrarlo en nuestro Sistema (…) Aprovechamos este medio para solicitarle nuestras más sinceras disculpas por el inconveniente presentado”. ¡Qué amables! ¡Gracias, correo electrónico, por avisarme! Aunque tengo casi cuatro meses sin saber lo que es dormir de verdad, ya que a todas horas debo intentar realizar el pago del pasaporte “express”, ahora, al leer esto, siento que todo es tan bonito, sí, ¡que la vida es bella! 
Muy contenta, de inmediato me dirijo a las oficinas del SAIME (Servicio Administrativo de Identificación, Migración y Extranjería). En la entrada, un señor, muy cordial, me pide que me acerque a la mesa donde se encuentra una señorita que se vería aún más preciosa si sonriera un poco… Parece que mi felicidad no logra contagiarla; me dice que necesito ir al Banco, para confirmar si de mi tarjeta se descontó o no el total requerido. ¡Perfecto! ¡Eso estoy haciendo ya!
A las afueras del Banco, me reciben muchísimos señores de tercera edad, esperando, bajo este sol que caracteriza nuestra isla, lo correspondiente a su pensión. Camino entre ellos. Realmente son muchísimos. Permiso, permiso, permiso por aquí, permiso, gracias, permisito, permiso, gracias, gracias. Puerta cerrada. Sigo sonriendo. Levanto ambas manos. Saludo a los cajeros. Nadie se aproxima. Con mis dedos de la mano derecha toco esta puerta, mas su cristal me informa que no se escucha nada. El vigilante, con sus ojos casi del mismo azul que los de un gran amor (confieso que acabo de suspirar profundo), casi bajando su mirada al escucharme, termina dirigiéndola por completo al piso al pronunciar “es que no hay luz”.
Permiso, permiso por aquí, gracias, permisito, permiso, gracias, gracias. Camino. Ya un poco lejos del Banco, de todos los abuelitos, quienes, pacientes, esperan su dinero, pienso en un vaso lleno de agua helada y, de tanto desearlo, casi me mareo. Me imagino regresando al Banco, llevándoles un vaso gigante a cada uno de ellos, y al vigilante con los ojos casi del mismo azul que los de un gran amor (confieso que acabo de volver a suspirar profundo), ahora con la mirada levantada, muy risueño, moviendo su mano derecha, susurrándome con ella un dulce adiós mientras sujeta su vaso gigante con la mano izquierda.
Llego al trabajo. Tomo agua. Sigue conmigo cada cara dejada en el Banco. “¡Cónchale! ¡Al frente se acaba de ir la luz!” -exclaman mis compañeros-. “¡Y se fue en el local de al lado! ¡Nos salvamos! ¡Pero en cualquier momento se va aquí también!”.
Aprovecho la electricidad, me siento al frente de esta computadora y escribo en esta página lo que va de mi día: ¡sí!, sin duda, ¡la vida es bella! Repica un mensaje en mi teléfono celular: “Estimado ciudadano, su pago ha sido anulado debido a un error interno en el Sistema”. ¡Gracias por recordármelo! ¡De verdad son muy amables!
Algo no muy común está pasando, ¡sí!, ¡ahora no sueño despierta!: en la radio suena Pedro Infante y su “Te quiero más que a mis ojos, pero quiero más a mis ojos porque mis ojos te vieron”. Te amo, México… sabes que estas lágrimas están allá.

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Lo bueno de vivir sin electricidad… Hecho en Venezuela

Pampatar, 17 de septiembre de 2017.

“¡Se fue la luz!”. ¡Qué bien! Así me gusta. Nada de flojera, de quedarme en la cama. No, no, ¡no! ¿Qué pensabas? ¿Excusarte con “es que anoche mis vecinos no me dejaron dormir con su reguetón” y quedarte todo el día en esta habitación, sin hacer nada? No, no, ¡no! ¡A levantarse!
  Abro las ventanas. Cero brisa. ¡Pero qué rico calor! En otros países, ¡cuántos no envidiarán este clima! Quiero ir a la playa. Ay, cierto, se me olvidó que no hay transporte porque, desde hace varios días, la isla se quedó sin gasolina, sin embargo, puedo salir a caminar. ¡Sí! No me caerían mal unas cuantas vueltas a la manzana de este edificio en el que vivo. ¡Nada como el ejercicio!
  Tengo hambre. Quiero cocinar. Estoy pegajosa. Necesito bañarme. El piso de la cocina ya se ve sucio. Quiero limpiar. Esta semana me pondré esto. Necesito lavar estos vestidos. Hoy redactaré la carta. Quiero enviar el correo electrónico. Ay, ¡verdad que no hay electricidad y no puedo hacer nada!
  Vuelvo a la cama. Si alguien me ve, no me señalará, no me acusará de floja, ya que sabrá quién es el culpable. Retomo la novela al mismo tiempo que pienso que la realidad supera toda ficción impresa en ella. Opto por algo de Historia, retomo el libro "Chavolo y su Casa Azul" (Antonio Deffitt Martínez y Francisco Suniaga, 2015), lo despojo del marcalibros artesanal -al que admiro unos segundos antes de dejarlo sobre las sábanas-, voy a la nueva página y, para olvidarme del reguetón de anoche, a toda voz leo a Suniaga:
  “La industria de la construcción de barcos pudo haber florecido y ser uno de los pilares económicos de la Margarita de entonces de no haber una disposición absurda, establecida por el régimen de Juan Vicente Gómez: la prohibición que había de que los barcos de pesca y mercantes civiles tuvieran motor. Margarita y Venezuela hubieron de esperar hasta la muerte del dictador en 1935 para poder iniciar el proceso de motorización de sus barcos.
  Para mantenerse en el poder, todo régimen dictatorial establece normas y toma decisiones que castran el desarrollo de la sociedad. En el caso de Gómez, se quería impedir que la flota de barcos pesqueros y de comercio de cabotaje colaboraran con quienes luchaban por rescatar a Venezuela de las garras de su dictadura. Mientras menos rápidos fuesen los barcos, mejor.
A las dictaduras las mueve el miedo y, por tanto, manifiestan un gran temor a que las sociedades se organicen al margen del aparato estadal y creen instituciones que permitan agrupar a los ciudadanos para alcanzar un objetivo común” (páginas 88-89).
-“¡Llegó la luz!” -cantan mis vecinos.
-¡Qué fino! ¡A levantarse! ¿Cuándo terminé de leer este libro y me quedé dormida? ¡Qué rápido pasaron las horas! ¡Ni las sentí! ¡Qué bien! Quiero cocinar. Necesito bañarme. Quiero limpiar. Necesito lavar estos vestidos. Quiero enviar el correo electrónico… No hay gasolina, pero saldré a caminar.
-“Dame más gasolina” -mis vecinos vuelven a cantar su querido reguetón.

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Leerte en la distancia

Oler este libro,
abrirme a sus páginas
y releer el amor
que nunca se fue.


viernes, 15 de septiembre de 2017

Nimitztlazotla, Oaxaca*


Llegamos una noche fresca de abril. Nos dijeron que había llovido fuerte. Ya en la habitación del hotel, alistándonos rápidamente, mi hermana y yo nos dirigimos al zócalo de la ciudad. Un sinfín de melodías animaba a los comensales quienes, sentados en los portales, saciaban su hambre con unos chapulines bañados de limón que, siendo sincera, me causaron un ligero escalofrío tras aterrizar en mi boca. Entre moles, tlayudas, tamales y chocolates, mi emoción se acrecentaba cada minuto más y más. Estaba en Oaxaca.
            Los sitios arqueológicos robaron nuestra atención, pero aún más la nobleza y la hospitalidad de los oaxaqueños. No dejábamos de asombrarnos ante tanta amabilidad.
            Poco a poco nos fuimos dando cuenta de que eran dos Oaxaca. Una, la del ambiente turístico-festín que habíamos presenciado horas antes y otra, muy diferente, la de los pueblos áridos y desconsolados que albergan a quien realmente es su gente.
Fue precisamente su gente la que nos mostró cómo obtienen el mezcal, el método de fabricación de sus hermosos y valiosos tapetes y rebozos, y la que nos abrió las puertas de sus talleres de finas artesanías.
Conocimos a don Valente Nieto Real. Sus manos manchadas, su imagen sumisa, sus ojos despiertos, su boca risueña, avivaron mis latidos. Una tonada oaxaqueña, de entre los aires, había aterrizado sobre una partitura amarrada a una pared: “Barro de fe, barro de amor vibrando santa melancolía, símbolo fiel del dolor que canta en la raza mía... Cántaro fiel, timbre racial del zapoteca bronceado y fuerte, ya lleves agua o mezcal le sirves hasta la muerte”.
Don Valente nos habló de los inicios de su taller, de su madre, doña Rosa Real, quien fue la que accidentalmente descubrió que tallando el barro negro -ya trabajado y seco, con un cuarzo- éste obtenía el brillo que hoy le caracteriza, logrando con esta revelación que su empresa creciera y obtuviera la fama y el éxito con los que cuenta.
Lamentablemente, los que no tienen sus propias empresas, en un principio buscaron una esperanza en el campo, sin embargo, al no contar con el suficiente apoyo para trabajarlo y poder así vivir dignamente de él, han decidido salir a la ciudad -a esas calles donde pareciera que todo fuera color de rosa- a comerciar sus tan bien hechos trabajos textiles y artesanales. Esas mujeres de mirada agachada, de cuerpos escondidos bajo sus coloridos rebozos, mientras lloran por unos pesos y malbaratan sus trabajos, duelen. Oaxaca, la Oaxaca verdadera, duele. Duele en el alma saber que hay tanto, que hay para todos, pero que son pocos los que tienen.
Aunque los poderosos no dicen nada, aunque el pueblo -por no tener otra salida- calla, el talento de los oaxaqueños no es un secreto para ellos ni para nadie. Era para que ese pueblo tan rico -en historia, cultura, arte y territorio- y noble viviera otra realidad. Salí de esas tierras con alegría aunada a tristeza e impotencia. Inocentemente me creí consolada al imaginarme algún día no muy lejano de regreso y al repetir en mi mente una frase que, si bien sabía que no estaba en zapoteco ni en mixteco, sino en náhuatl, sentí tan dentro de mí: Oaxaca, nimitztlazotla ica nochi noyollo (Oaxaca, yo te amo con todo mi corazón).

Comala, Col., 4 de junio de 2010.

*”Nimitztlazotla, Oaxaca”, del libro Hasta donde me permita la vida, de Dalal El Laden.

https://www.facebook.com/El-Comentario-Semanal-276459259046405/

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:196266


http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/23493-vereda-anonima

Con don Valente Nieto Real.




martes, 12 de septiembre de 2017

sábado, 9 de septiembre de 2017

Ya a la venta*, gracias a Producciones Vavos.

*Hasta donde me permita la vida (libro de ensayos y relatos): disponible en TecniBooks (librería ubicada en el Centro Comercial AB).


Ya a la venta*, gracias a Producciones Vavos.

*Bekaa: más de un valle (libro de crónicas): disponible en TecniBooks (librería ubicada en el Centro Comercial AB).


“¡Que cante! ¡Que cante! ¡Que cante!”

"La melancólica hermosura de la Calle de la Nostalgia continúa extendiéndose al paso del tren con sus paisajes enigmáticos preñados de sorpresas. De pronto, escucho un agite, y algunas exclamaciones emotivas. En el barullo destacan una señoras en muy buena forma, como mi propia maestra Omaira, que se encuentra en el grupo que rodea a alguien que aún no he podido distinguir bien pero, sin duda, se trata de un caballero muy popular, escucho que algunas lo nombran ¡Alfredo! ¡Alfredo! Me pongo de pie para ver si puedo reconocerlo y, claro que sí, se trata del famoso cantante Aldredo Sadel.

 Veo por la ventanilla que voy caminando al lado de mi condiscípula Eri al salir del liceo. Cuando tenemos exámenes y estudiamos en su casa ella pone siempre un long play de Sadel. Es su cantante favorito, a mí también me agrada. Una voz lírica muy romántica. Lo escuchamos. Canta: Cerca de ti no importa ni la muerte ni el dolor, cerca de ti, la vida es tu bondad y tu perdón. Canta: Lloraste ayer, porque me quieres con locura, porque tú sabes que este amor no puede ser. Canta: Vengo a decirte dos palabras solamente, que son pedazos de mi alma y mi dolor. Canta: Escríbeme, son tus cartas mi esperanza, tu ilusión la vida mía, lo mejor morir sería si algún día me olvidaras. Canta: Solo una noche contigo una noche más. Canta: Anoche volví a tenerte en mis sueños, visión brillante y distante que la crueldad de un instante esfumó. Canta: Todo lo que tú anhelabas, todo lo que tú has querido, todo lo que tú has pedido lo has conseguido de mí. Y ahora dime qué más quieres, para saciar tu capricho, di por favor, si por ti muero de amor. Canta: Nunca me iré de tu vida, ni tú de mi corazón, aunque por otros caminos nos lleve el destino, qué importa a los dos. Él canta, al tiempo que mi querida Eri y yo simulamos batallar con una fulana ecuación matemática de segundo grado que nunca he comprendido, ni comprenderé jamás, mientras nuestras piernas se rozan y yo siento un ansioso temblor en nuestros cuerpos juveniles de fácil ardor.

 Ahora, en el Circunvalación N° 13, tiene el cabello platinado, su dentadura es perfecta y se muestra simpático y seductor, escucho cuando la muchacha de la franela azul turquesa que tengo muy cerca dice sin rubor ¡Él es divino! Su amiga de la camisa adornada con imágenes de las cartas del Tarot está de acuerdo. Sí, es el más bello de todos los cantantes, asegura. Comienza la alegre incitación acompañada de palmadas: ¡Que cante! ¡Que cante! ¡Que cante! Piden casi todos los pasajeros que observo, solo el doctor José Gregorio Hernández mantiene cierta moderación, supongo que alguien debe conservar la compostura y meditar acerca de lo trascendental en este viaje. Y justo en ese momento me pega un brinco el corazón, cuando el cantante dice: Los voy a complacer con una bella canción bolero, 'Contigo en la distancia', del inspirado cantautor César Portillo de la Luz, que empezando por su propio nombre nos ilumina a todos, y mi interpretación voy a dedicarla muy especialmente al pasajero Elmer, que abordó esta mañana por mera curiosidad el Circunvalación N° 13 y a su linda maestra de primer grado Omaira. Se escuchan algunos aplausos y yo me siento realmente abrumado por la gentil dedicatoria del admirado tenor. Se hace un amable silencio apenas su voz se hace canto: No existe un momento del día en que pueda apartarme de ti. Me acerco a mi maestra Omaira y le ofrezco mi mano que ella retiene en la suya, mientras casi en un murmullo me dice: Cómo has crecido, Elmer, ya eres todo un hombre. Sí, Omaira, querida maestra, y lo cierto es que te encuentro más bella que nunca; al fin crecí. El mundo parece distinto cuando no estás junto a mí. La acerco para bailar, mi brazo rodea su cintura como un adorable tesoro por mucho tiempo codiciado. No hay bella melodía en que no surjas tú. Nuestras mejillas se juntan y siento cuando los pezones de sus senos firmes se acunan en mi pecho como una dulce herida. Ni yo quiero escucharla si no la escuchas tú. Un viaje al anochecer ahonda en nuestras vidas en nuestra pequeña historia privada. Es que te has convertido en para de mi alma. Tanto tiempo de espera, maestra, tanto tiempo anhelante para sentir próximo este cuerpo tuyo que incendia todos mis sentidos. Ya nada me conforma si no estás tú también. Elmer, qué locura nos prende. Más allá de tus labios, del sol y las estrellas. Nos besamos ansiosos, como si temiéramos despertar de un sueño. El cantor finaliza la hermosa historia de amor haciendo alarde de su voz. Contigo en la distancia, amada mía, estoooooyyyy".

 Eduardo Liendo, en su maravillosa novela "Contigo en la distancia", páginas 215-217.

 Nota:
En la obra, "long play" y las letras de las canciones aparecen en cursivas.

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:195789

http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/23372-vereda-anonima



"¿Cuándo te vienes a Panamá?"

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“Ha llegado el momento de que nos lo preguntemos”

En “Dentro de mí”, el primer volumen de la autobiografía de Doris Lessing, leemos lo siguiente:
            
“¿Es posible -y sé que mi descabellada hipótesis podrá parecer ridícula- que estemos envenenándonos a base de música? Nosotros, mis contemporáneos, a partir de la adolescencia nos pasábamos día y noche escuchando música de baile, y era todo romántico o sentimental. Anhelos, deseos, añoranzas, necesidades… y expectativas, también, pues en algún lugar, en cierta ocasión se nos había prometido algo. ‘Un día te encontraré…’. Nos sumergíamos en sueños. Pero desde entonces, la música ha cambiado. Sus ritmos ya no son lánguidos, bamboleantes ni lentos, golpean y machacan y empujan, y el sonido es tan fuerte que se escucha con los nervios. En una ocasión, al marcharme, literalmente mareada, de una fiesta en Nueva York porque la música estaba demasiado alta, una mujer negra que entraba me dijo: ‘¿Qué te pasa, cariño?’, y se lo conté. Me dijo: ‘Pero no hay que escuchar este tipo de música con los oídos, se escucha con todo el cuerpo, se escucha con los nervios’. ¿Qué nervios? Por lo que mi pregunta es: cuando una persona va a matar o a torturar o a mutilar, ¿podría ser que la música que le ha enloquecido le haya preparado para el delito? Durante cientos de años los chamanes han utilizado la música para crear estados de ánimo especiales; se prepara a jóvenes para matar con estimulantes marchas; las iglesias utilizan música inspiradora para mantener unida a su congregación; y sabido es que los verdaderos maestros espirituales utilizan la música, pero es un asunto tan delicado que los especialistas lo usan con mucho cuidado, en circunstancias especiales. Y, sin embargo, nos inundamos de música, de todo tipo, nos empapamos de ella, a menudo entra directamente en el cerebro a través de máquinas especialmente diseñadas para este propósito… y nunca nos preguntamos qué efecto puede producir. Así que creo -y no soy la única- que ha llegado el momento de que nos lo preguntemos” (página 521).

             Khalil Gibrán, en su obra “La voz del Maestro”, escribió: 

             "Amigos míos: La Música es el lenguaje del espíritu. Su melodía es como la brisa juguetona que hace temblar de amor las cuerdas. Cuando los aéreos dedos de la Música llaman a la puerta de nuestro sentimiento, despiertan memorias dormidas desde luengos tiempos en las profundidades del Pasado. Las tristes vibraciones de la Música provocan en nosotros melancólicas nostalgias; y sus poéticos sones nos traen recuerdos placenteros.   

             El vibrar de las cuerdas nos hace llorar cuando se nos va un ser querido o sonreír por la paz que Dios nos ha concedido (…) Cuando cantan los pájaros, ¿llaman a las flores de los campos o hablan a los árboles, o repiten el murmullo de los arroyos? Porque el Hombre, con todo su entendimiento, no es capaz de saber lo que canta el pájaro, ni lo que murmura el arroyuelo, ni lo que susurran las olas cuando lamen la playa, lenta y delicadamente. El hombre no es capaz de saber con todo su entendimiento qué es lo que dice la lluvia cuando cae sobre las hojas de los árboles, o cuando sus gotas golpean los vidrios de la ventana. No puede saber lo que la brisa está diciendo a las flores de los campos (…) Sin embargo, ¿no ha llorado el Hombre al escuchar los sonidos? ¿Y no son sus lágrimas un entendimiento elocuente?" (páginas 89-92).

             Agradeciéndoles la lectura de estos textos de tan admirables escritores, nos permitiremos preguntarles: ¿Qué música escuchan ustedes y, si los tienen, sus hijos? Un abrazo sincero.

http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/23247-vereda-anonima