domingo, 20 de agosto de 2017

Un poco del don de don Caco

Hoy releí unas historias llenas de vida; soy afortunada por tenerlas, al igual que muchos de ustedes, impresas en un libro: “De lejos y a mi alrededor”, de Carlos Ceballos Silva (don Caco).
No nací en Colima, pero me atrevo a afirmar que sería imposible hablar de este Estado sin mencionar a don Caco; cada uno de sus escritos tiene algo único, ese “don de don Caco” que siempre logra sobrecogernos… Deleitémonos con su manera de contarnos, tan sencilla, amena e inolvidable:
Pelados al rape
Otoño de 1933. Había una clara resistencia a una disposición gubernamental sobre el alza desproporcionada de los impuestos, y un grupo de jóvenes quisimos manifestar nuestro descontento, por lo que acordamos, en señal de protesta física y permanente, pelarnos al rape, y así lo hicimos.
Entre esos valientes jóvenes estábamos Rubén Negrete, Fernando Vásquez, Adolfo Schulte, Jorge Corona y yo. A las pocas horas de habernos rapado –pues vivíamos en el pequeño Colima de ayer donde las noticias corrían rápido–, nos llegó una orden para presentarnos en el despacho del señor gobernador, Salvador Saucedo. Arribamos a Palacio precisamente en los momentos en el que él lo hacía. Por aquellos viejos tiempos nuestros gobernantes no eran tan importantes, ni los cuidaban tanto como a los actuales, así es que tan luego lo vimos nos adelantamos a saludarlo. Él se concretó a respondernos, nos encaminamos a la escalera y juntos subimos hasta parar en su despacho. Ahí estalló y nos regañó, usando las palabritas y palabrotas de un funcionario priísta enfadado; para terminar, agregó que no estando facultado por la Constitución para llevarnos a la cárcel por no ser un delito nuestra protesta, aunque ganas le sobraban, sí tenía algo especial, para que la próxima vez pensáramos dos veces antes de actuar, y a renglón seguido llamó al profesor Juan Macedo, en aquel tiempo su secretario particular, para que nos mostrara un escrito que aparecería en el periódico como boletín oficial y que decía más o menos así: “Las autoridades gubernamentales, con el deseo de erradicar el homosexualismo y su proliferación, han decretado la pelada al rape de todos los jóvenes afectos a tan feo vicio y así señalarlos ante la sociedad y público en general para que se tengan precauciones contra estos invertidos y mayates”.
Huelga decir que hasta ahí acabó nuestra valentía y arrogancia, por lo que de exigentes nos convertimos en pedigüeños, suplicándole que por favor no fueran a poner la nota antes de que nos crecieran los cabellos. El gobernador, confiado en nuestro arrepentimiento, nos ofreció que la nota sería puesta, pero que mientras tanto usáramos sombreros y que no nos los quitáramos ni para dormir. Al día siguiente salió rápido a Guadalajara nuestro buen amigo Rubén a comprar pelucas, y a los tres días todos andábamos luciendo nuestros bien poblados bisoñés color café claro, pues no encontró color oscuro; es decir, parecíamos un poco agringados y bastante acomplejados, pues nos imaginábamos que todas las personas, en especial las muchachas que nos sonreían, eran sabedoras de nuestro bien guardado secreto.
Tamales de elote
Primavera de 1993. En una ocasión vi en Huatusco, Veracruz, un refrán que decía: “Nunca les des de comer a puercos chicos, porque todo se les va en crecer, ni tampoco les hagas regalos a los ricos, que no te lo van a agradecer”. Y fue entonces, ya de vuelta en Colima, que me dije: “¡Voy a probar a ver si es cierto!”. Fui al mercado y compré seis sabrosos tamales de elote, y antes de desayunar, alrededor de las siete de la mañana, le llevé dos a Guadalupe Ricardo, el carpintero, entregándoselos a su señora que estaba barriendo la calle, dos a la sirvienta de mi amigo el ingeniero Carlos Vázquez, y dos al policía que me abrió la puerta de la mansión gubernamental, con la recomendación especial de entregárselos de mi parte al señor gobernador Arturo Noriega Pizano. Regresé a casa, desayuné y vine a la tienda. Apenas había abierto ya estaba el carpintero Guadalupe: “Muchísimas gracias don Carlos, los tamales estaban muy buenos, ¿dónde los compró?”. Desgraciadamente para mí, nunca recibí las expresiones de los otros dos; uno, por sus innumerables negocios, y el otro, por sus altísimas responsabilidades gubernamentales, lo que es lógico y natural, y yo, por mi parte, me di cuenta que el refrán no se había equivocado.


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