viernes, 17 de marzo de 2017

Demostremos al mundo quiénes somos

"Vino hace muchos años. Traía en el espacio de sus venas una sangre valiente y amorosa. Recordaba cuentos, lugares, atmósferas distantes. Sabía del trigo y de la uva. Decía que el cedro no era nada más una madera preciosa, era una preciosa sombra, un techo para los juegos de los niños, un regazo para el adolescente que piensa. Traía la harina y el horno, la semilla y la flor del Líbano. Decía que el cura de la aldea era un limosnero de Dios, que andaba de casa en casa pidiendo para dar a los pobres; que el cura trabajaba en la tierra como otro cualquiera, y que aquel era un pueblo justo y benigno. Aquí encontró el dolor, la nostalgia, los sueños. Se hizo hombre como se hace una espada, a fuerza de golpes: el Señor de la vida es un herrero. Aquí encontró mujer. La cuidó y la amó, fue amado. Anticipó el paraíso en el lecho nupcial. Recibió el regalo de los hijos y construyó su casa. Sacó agua del pozo y cultivó la tierra. El Señor de la vida es sembrador y es albañil y es carpintero. Fue agredido por el desprecio y la soberbia de los tontos. Pero no alimentó rencor ni odio. Puso a crecer su corazón y creció limpio. Se llamó resistencia. Adoptó este país como adoptar a un padre, como escoger a una familia, como optar por un lugar donde vivir y donde quedar muerto. En los ríos de México, en el viento, en los maizales, en los bosques, en los venados y en los tepezcuintles, en las espigas y en las calabazas, en las casas de adobe, en las veredas, bajo la lluvia o bajo el sol, allí está el Libanés que vino a México".
Cuando Susana Harp me habló sobre su padre, recordé las palabras arriba citadas, de Jaime Sabines, y recapacité en la vida de ella y en la mía. Mi vida que, al poco tiempo de haber aterrizado en este país, hace ochos años, ha estado ligada a la de Susana, ya que sus canciones, su voz angelical, han llegado a formar parte de mis días, de mí misma. Su padre, libanés, salió de su país desde muy niño, al igual que el mío. Ambos tuvieron que vivir y enfrentarse a muchas cosas. Su padre en México, el mío en Venezuela, vieron nacer a sus hijos y les enseñaron a amar y a respetar al suelo que les abrió las puertas de su territorio y de su corazón.
Su papá llegó a México y, como es común con los emigrantes libaneses, fue víctima de burlas por su acento. Para evitar futuros rechazos, no registró a sus hijos con nombres árabes ni les enseñó a hablar su idioma. En palabras de Susana, “ese es el error que ocurre en las comunidades indígenas, que no puedan entender que los niños tienen las neuronas suficientes para entender su lengua materna y, además, el español”.
Susana nació en Oaxaca, una ciudad que fue testigo de su inclinación -desde niña- a ayudar, a sentirse identificada con los artesanos, con las tejedoras, de conocer y valorar a cabalidad su trabajo. A partir de las labores comunitarias que realizaba a las afueras de la ciudad, empezó a tener una visión total de su Estado, “fue como abrir los ojos”, y a acercarse a la música que le ha acompañado desde siempre, siendo su madre pianista, y por estar presente en las calles, en cualquier fiesta. “La música es algo inherente a Oaxaca, es como respirar... ahí está”, me dijo, con un brillo en sus ojos que gritaba cuán orgullosa se siente de ser de su tierra.
La gente no deja de sorprenderse al verla ataviada con sus hermosos rebozos y huipiles y no han faltado los comentarios de los que parecieran que se afanaran en menospreciar lo de uno y alabar lo de fuera: “¿Acaso no pasó ya la Guelaguetza?”. U otros como: “Qué bonito huipil, bueno, a ti se te ve bien”. Por su vestimenta, la han llegado a relacionar con ciertos partidos políticos y a insinuar que antes de cantar lo que canta seguramente tiene que fumarse algo.
Duele reconocer que los propios mexicanos mencionen estas irreverencias, pero es una realidad. Lo más importante, afirma Susana, es que cada vez hay mayor apertura, ya que, mediante este tipo de música (además de en español, canta en zapoteco, mixteco, maya, náhuatl, entre otras lenguas), la gente está interesándose más por la riqueza cultural de este país.
No cree que se tenga que decidir entre las quesadillas o el espagueti, “más bien hay que darle el valor que cada cosa tiene. Sería muy infantil ponerse un rebozo en la cabeza para que lo otro no llegue. Hay que trabajar en la parte de la revaloración, del autoestima, y no estar rogándole a Dios que no lleguen los Gansitos, la Coca-Cola. Hay que entender quiénes somos, valorar lo nuestro y demostrar al mundo lo que somos”.
Valiéndome de las sabias palabras de Susana, lo reitero: solamente amando lo nuestro podremos entender quiénes somos y enseñárselo al mundo. Hagámoslo.
 
Ciudad de México, 23 de junio de 2010.

*"Demostremos al mundo quiénes somos" aparece en el libro De aquí y de allá, de su servidora.

http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/21035-vereda-anonima


 Con Susana Harp.

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