viernes, 31 de marzo de 2017

A estas horas, cuando la tranquilidad de la tarde paraliza mi cuerpo, es cuando mi mente más corre a recordar, y regreso al jardín donde parecía que la tarde -como la de hoy- no tenía prisa en pasar; donde parecía que no importaba nada más que la sonrisa de pequeños y grandes con los churros en manos; nada más que la amable señora ofreciendo sus ricos tamales y esquites y su refrescante agua de horchata; nada más que el mariachi que no quería despedirse de los portales; nada más que el miedoso ratoncito entre el banco, escondiéndose de los pasos del niño; nada más que ese niño y otro y otro concentrados en los algodones de azúcar y en las pelotas que no les hacían extrañar los videojuegos.
Así transcurrían las tardes dominicales en aquel pueblo mágico, tan cerca y a la vez tan lejos de la ciudad, donde parecía que no había, que no importaba nada más que la inocencia.

En Comala, Colima (México), con Juan Rulfo.

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