Tras haberme preguntado para qué
quería aprender a hablar un “dialecto” y repetirme una y otra vez que, por esto
de la “globalización”, es más importante y necesario saber inglés, detallé el
físico del profesor y no podía entender cómo alguien con rasgos indígenas tan
marcados menospreciara acremente lo suyo.
Se veía enojado. Saberme interesada
en el náhuatl pareció incomodarle e hizo todo lo posible para, según dijo,
sacarme de mi errónea creencia. Dejándome sola por unos minutos, se dirigió a
una biblioteca que estaba a pocos pasos de nosotros, regresando con un pesado
libro entre sus manos y pidiéndome que leyera unas confusas líneas del mismo en
las que, aseguró, se “aclaraba” que el náhuatl es un dialecto y que todos los
que nos atrevemos a denominarle lengua –palabras más, palabras menos- somos
unos ignorantes que no queremos ver las cosas como son. El texto no decía lo
que él afirmaba, sin embargo, no cesaba de darme su interpretación.
El náhuatl (“palabra armoniosa que
agrada al oído”), según el Diccionario de la Real Academia Española
(DRAE), es la “lengua principal de los indios mexicanos, perteneciente a
la familia lingüística utoazteca”, dándole “forma escrita los misioneros
españoles (sirviéndose de caracteres latinos)”. En español contamos con “gran
número de palabras de la lengua náhuatl o azteca, como camote, cacao,
chocolate, tiza, aguacate, chile, tomate”, entre muchas otras. Según el Doctor
León-Portilla esta lengua es hablada por dos millones y medio de personas
(desde el norte de México hasta Centroamérica).
Por otra parte, el DRAE señala que
“en lingüística cualquier lengua con relación a otras que, con ella, derivan
del tronco común: el italiano es uno de los dialectos que se
derivaron del latín común”, es un dialecto; en otras palabras, se le
denomina así a “cada una de las variedades regionales de un idioma, que tiene
cierto número de accidentes propios”. En España, por ejemplo, se consideran
dialectos del catalán al valenciano y al mallorquín. En el caso de México,
específicamente del náhuatl, esta lengua también tiene sus variantes
dialectales (por ejemplo, en la costa de Michoacán hablan náhual, mientras que
en la Sierra Norte de Puebla predomina el náhuat).
El Maestro José G. Moreno de Alba
-quien ha sido director de la Biblioteca Nacional de México, investigador
nacional y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, y quien además es
autor de varios libros y numerosos artículos sobre temas de filología y
lingüística-, en el apartado Dialecto y lengua, de su libro Minucias del
lenguaje, afirma que debemos “referirnos al náhuatl, al zapoteco, al
mixteco o al maya como lenguas y no como dialectos, a no ser que
precisamente estemos haciendo alusión a las variedades internas de cada uno de
esos sistemas lingüísticos”.
Don Ramón Lorenzo Baltasar y su
joven compañero Miguel Esteban Flores (Miguelito) son de Tlacuilotepec (“en el
cerro escrito o pintado”, en náhuatl), una comunidad ubicada en la Sierra Norte
de Puebla. Llegaron a Colima hace quince días en un camión en el que también
comen y duermen, mismo que descansa en la carretera a Comala, entre una gran
variedad de hermosas artesanías que, en su mayoría, compran en Veracruz.
Estiman quedarse una semana más para luego dirigirse a Guadalajara.
Desde niño, don Ramón habló la
variante dialectal náhuat, de la que se siente orgulloso y no titubea al decir
que “es muy bonito saber hablarla, para que no se pierda”. En sus ratos libres,
se la enseña a Miguelito quien, a pesar de que sus papás también la hablan, los
niños de Tlacuilotepec ya casi no lo hacen, ya que en las escuelas le están
dando más importancia al español, usando libros de texto en este último idioma.
A Miguelito le gustaría seguir aprendiéndola para poder comunicarse bien con
sus siete hermanos y con sus amigos.
Tristemente, en repetidas ocasiones,
por miedo a recibir algún rechazo, don Ramón ha tenido que dejar de hablar
náhuat. Hace unos meses, por ejemplo, un señor que había pasado a ver las
artesanías, tras escuchar a don Ramón y sus compañeros, se molestó y les acusó
de que seguramente estaban hablando mal de él, exigiéndoles que se comunicaran
en español. “No en cualquier lugar podemos hablar en nuestro dialecto, muchas
veces, para que el cliente no se sienta mal, para que no se vaya a ofender,
para no causar problemas, usamos el español; es pura ignorancia de su parte
porque en lugar de que nos digan ‘enséñenme’ se sienten ofendidos si no nos
entienden”.
Con una incipiente sonrisa, don
Ramón recuerda a un estudiante que conoció en Tamaulipas, quien le hizo
preguntas sobre el náhuat y le quedó muy agradecido por su enseñanza.
Ahora, al recapacitar en lo que
sucedió con el profesor de inglés, en las palabras de don Ramón y Miguelito, el
deseo de seguir el consejo del Doctor Miguel León-Portilla es más y más
ferviente. Desde aquí, con mucho optimismo, me atrevo a decirle al Doctor que
cada vez somos más los que nos esforzamos por que el mundo esté consciente de que
el náhuatl es una lengua. Y con aún más optimismo, también me atrevo a decirle
que entre todos lograremos que ésta siempre siga viva, que nunca muera.
*Este texto, de junio de 2010,
apareció en El Mundo desde Colima, en la columna Ica nochi noyollo (Con todo mi
corazón).
Don Ramón y Miguelito.
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