La batería, el no
muy afinado vocalista, todo, todo calló. El río sonaba. Llamé sin voz a mi
perro, que terminó apoderándose del espacio; dormimos abrazados. Nos sorprendió
una voz, una mirada, un todo inquisidor. Deseé tener ante mí al genio de la
lámpara, pedirle que desapareciera el instante, que retrocediera el tiempo,
aunque volviera a mis oídos el suplicio de aquella música. Mi anhelado genio se
desvaneció; escuché a la realidad y, dejándome envolver de la ilusa sublimidad,
le aposté a ese querer creer en lo que quería creer. Le aposté al olvido.
Aterrizó otra voz, un aliento. Se asomaron otros ojos; brillaban. Habló un
todo amor; descifraba el silencio, no juzgaba: las cosas tienen el curso que
deben tener. Viajé con el canto de la corriente entre las piedras, entre las
ramas. Besé a mi perro.
Reencontrándome con el todo inquisidor, volví a escuchar a la realidad; le
aposté al pasará. Abrí una llave y recobré fuerza al sentir el agua sobre mi
piel, deseando ser ese tibio líquido para enredarme en poros, cabellos. Siendo
agua, me reencontré con el todo amor, el arrullo; feliz, di gracias al momento
y le aposté al vivir.
*Del libro Fui agua.
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