sábado, 28 de abril de 2018

Hagamos de estos allás unos aquís*

ALTURAS
Lo había leído tantas veces. Ahí estaban los paseos al aire libre, las charlas sin fin, el éxtasis por el sonido de granos de café entre los dientes y por la música que asegurábamos fue hecha para los dos. Ahí estaban nuestros desvelos, creyéndonos mariposas, sacudiéndonos sin ocuparnos del mañana. Ahí estabas tú, la misma voz, la misma piel. Ahí estaba yo, tal cual, peleándome con cada palabra callada, con cada palabra hecha voz, con cada palabra impresa.
Había leído nuestros escapes nocturnos para llegar, ojear y sentarnos; nuestras reflexiones solitarias o en conjunto, con vaso en mano, ante cada gesto, cada frase entre la luz, la oscuridad, ante hojas secas sobre el suelo, ante el espejo, la manzana, el columpio, el labial, el cuerpo soñador, la mirada pizpireta, el silencio, ante los poros tras el tacto.
Ahí estaba tu imagen, a contados pasos. Todo yo listo, dispuesto a ver al frente, pero ahí estaba tu cuello liberado del cabello salvaje, tu vestido inquieto, tu sonrisa reprimida; ahí estabas tú, tal cual, peleándote con cada palabra callada, sólo yo consciente de cada palabra interna tuya hecha voz en el retumbar de mi latir.
Había leído tu puntual llegar a pie, el paso del agua y el alivio, el oleaje de tus dedos por las páginas, el tono suave sobre el mueble, el querer entrar y no salir, las manos presas con cada escalón, el adiós esperanzado de morir. Ahí estábamos sobre la tierra, por la vía, en la parada, ojos fijos en el contenido de una libreta. Había leído -quizá escrito por mí- tantas veces ese todo nuestro, ese todo tuyo, ungüento en mi ser que aquí me tiene.
FRUNCIENDO EL CEÑO
Me parece que ya la había escuchado. Dónde quedó el azúcar, amor. Dónde quedó la sal. Un camino. Playa, sierra, desierto. Vía impalpable.
Sigo los meandros de tu pensar enigmático. Preparo el discurso hilando sílabas para encabezar mi mensaje. Yo en el pasado, tú en el presente, los dos fuera del tiempo. Pero ámame. Hagamos de estos allás unos aquís. Aloquemos al tiempo, el tiempo de nuestras locuras.
Qué difícil es vivir sin ti. Recuerdo la letra. Ven, amor. Confundamos los espacios. Vámonos. Ajusta el cinturón porque manejo como un cafre.
EN EL JARDÍN, A LA SOMBRA DE LA PAROTA
Ve, busca, reencuentra cada nota. Vendrá la angustia resumida en el intermitente “quién sabe”. Pensaré lo que sólo tú sabes que pienso. ¡Pero regresa y rózame con tu letra! No te mueras sin permitirme escuchar lo que sólo tú sabes decir. No te mueras sin permitirme escuchar el coro; lo necesito antes de retomar el infierno.
*Del libro “Fui agua”, de Dalal El Laden.

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