viernes, 30 de septiembre de 2016

¿Para qué tienen hijos?

Hoy conocí a una niña que me recordó a José. ¿Dónde estarás ahora, José? ¿Qué será de ti? ¿Y qué será de esta niña? ¿Cuántas más como ella y como él? No cambio nada releyendo este texto que escribí en Porlamar, en julio de 2013, pero hoy conocí a esta niña que me recordó a José, y por ella, por él, por tantos más como ellos vuelvo a compartirlo:
¿Para qué tienen hijos? ¿Para tirarlos a la calle? ¿Para qué? ¿Para qué? ¿Para qué?
Hace menos de una hora, como cada tarde, José -sí, José, mi amigo, un hermoso, amoroso, inteligente niño de doce años- vino a saludarme a la tienda donde trabajo. Hoy no estaba vendiendo chocolates. Hoy estaba repartiendo unos volantes de tema religioso, pidiendo colaboración (lo que también hace en los autobuses) para poder pagar la habitación del hotel donde vive con sus padres y sus ¡cuatro! hermanos. Me dijo que hoy sí había comido. Muy risueño se despidió de mí y, en no más de media hora, escuché un gran ruido. A los segundos, vi una gran cantidad de personas reunidas al frente de la tienda, todas a un lado del carro que había detenido su marcha.
-¡Es José! -avisó mi compañera de trabajo.
¡José! Lo vi todo asustado, mareado, tomándole la mano a su hermano mayor quien, a su vez, le tomaba la mano a otro de sus hermanos, de no más de tres años de edad.
-¡El golpe fue durísimo! ¡Su brazo está todo morado! ¡Seguro se le partió un hueso! ¡Hasta el cristal del carro se vino abajo! ¡El niño cayó en el asfalto; casi se desmaya! –escuché.
-¡José! -por fin llegué a él; le pedí que hiciera caso a la familia que iba en el vehículo, que le insistía que aceptara irse con ellos al hospital.
-¡No, no, no irá! ¡No tiene nada! ¡Está bien! -decía su hermano mayor, sin soltarle la mano-. Mi mamá está por aquí cerca y ahora nosotros lo llevamos al doctor.
-Tu mamá no está pendiente -dije-. Deja que se lo lleven.
-¡Haz caso, hijo, deja que se lleven a tu hermano! -decía un señor que estaba a mi lado.
Le hablé a José y le pedí que se fuera con ellos, que todo iba a estar bien. Toqué su pecho del que casi se le salía el corazón. En lo que se concentró en mis ojos, me dijo que sí quería irse con ellos.
Pero el hermano no lo soltaba. Llegó la policía, afirmando que ellos mismos se llevarían al niño al hospital y ordenándole a su hermano que los acompañara.
Cruzaron la calle y apareció el papá de José, impidiendo que se lo llevaran. La policía se fue de inmediato, me acerqué y le pregunté al señor por qué no dejó que trasladaran a su hijo para examinarlo.
-Yo soy su papá, yo me encargaré -me dijo casi huyendo de mi mirada y de la de los demás presentes que le decían que él debió dejar que se fuera con la policía; tomó a José de la mano y se fueron.
Todos allí afirmaron que no irán a ningún hospital. ¡Y cómo! ¡Si serían horas de trabajo perdidas! ¡Y José tiene que trabajar!
Si lo que me dice José es cierto (y realmente le creo), él se la pasa todo el día en la calle, hasta la madrugada, terminando en la entrada de un bingo (me dijo el nombre de éste), pidiendo dinero a los que van entrando y saliendo del mismo, y finalmente lo regresa a su casa un taxista que lo conoce. ¡Hasta la madrugada en la calle! ¡Hasta la madrugada! ¡Y se despierta a las 6 de la mañana para volver a la calle!
¿Para esto quieren tener hijos? ¿Para esto fomentan y fomentan embarazos? ¡Este tipo de "personas" no merecen ser padres!
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¡No me ha extrañado! Ahora, justo un segundo antes de yo publicar estas líneas en la red social, ¡llegó José! Me saludó feliz, cargando una cava muy pesada, repleta de hielo y botellas llenas de agua, vendiéndolas a 10 bolívares.
-¿Fuiste al hospital?
-Sí.
-¡Tan rápido!
-Bueno, la verdad es que no fui -dijo sonriendo y sonrojado.
-¡Tienes que ir al hospital! -¡exclamé muy seria!
-Sí, sí fui, te dije que no echando broma.
-Mientes, José, no fuiste, y ahora te dejaron cargando esto tan pesado.
-Sí, sí fui, de verdad. Bueno, ¡ya me voy! ¡Chao!
¡Y aquí estoy con los brazos cruzados! ¡No cambio nada escribiendo esto! ¡Ya no tengo palabras! ¡Mil veces miserable mundo!

http://elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/18493-vereda-anonima


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