lunes, 8 de agosto de 2022

Khadija

La brisa se detiene. Los pinos esperan. El cielo anuncia la quema de más basura. Los niños huelen. Los adultos se quejan. Los más jóvenes olvidan las consecuencias mientras fuman su arguile.


     A pesar de que el árabe es un idioma escandaloso, a pesar del no descanso de los tractores, a pesar de los disparos por cualquier razón, esta tierra es silencio.

     Los adultos se quejan, sin embargo, al frente de los que mandan, callan. ¿Pena? ¿Miedo? ¿Qué dirán?

     Cáncer, infertilidad, son algunas de las consecuencias de esta quema, afirma el pueblo, al mismo tiempo que con las mascarillas ya no intenta protegerse de los más recientes virus.

     -¡Ven, Khadija! -una madre llama a su hija-. Ayúdame a regar las papas.

     Mi papá se acerca:

     -Te llamas como mi mamá. ¿Desde qué hora empiezan a trabajar?

     -Desde las cuatro de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Para no dejar a la pequeña sola, se viene conmigo.

     -¿Cuánto te pagan?

     -40 mil liras.

     -Khadija, ¿vas a la escuela?

     -Dejé de ir, pero volveré, quiero ser enfermera.

     Largas horas de trabajo por poco más de un dólar no parecen cambiar la sonrisa de la mujer ante la seguridad de su niña, quien se tapa la nariz con sus manos. Mi papá no tiene más palabras. Decido no acercarme. La brisa, los pinos, el cielo... nada cambia. El nudo en mi garganta me permite apenas titubear:

Esta tierra
y la muerte
lenta
de sus hijos.

     Ghaza (Líbano), 8 de agosto de 2022.


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