“Un día de octubre del año 1922, Catherine Mansfield, una narradora nacida en Nueva Zelandia, escribió en su diario: ‘Octubre-Importante. Cuando somos capaces de no tomar en serio nuestros fracasos, significa que ya no les tememos. Es muy importante aprender a reírnos de nosotros mismos’ (…) Catherine Mansfield murió ese mismo año en que le declaró a un diario tal afirmación. Murió de tuberculosis. Una enfermedad larga y penosa que también ha atacado a otros artistas. Y que seguirá atacando a cualquier persona, porque las enfermedades se combaten pero no se vencen” (Hanni Ossott, en Cómo leer la poesía, “Obras completas”, página 937).
Me
mudé a México a los dieciocho años. A los veintiséis, al volver a vivir en Margarita,
en ocasiones –al no recordar una calle, un dato histórico, al desconocer a escritores
contemporáneos– llegué a sentirme extranjera. En breve fui a Caracas, asistí a
jornadas literarias (en la Universidad Simón Bolívar) en las que tuve a grandes
poetas, novelistas, ensayistas frente a mí: los escuché, me identifiqué con
ellos, busqué sus libros, los leí (sigo haciéndolo), me maravillé (sigo así).
Esa
semana me hablaron de Hanni Ossott. En ese mismo viaje, justo la tarde que
conocí la Universidad Central de Venezuela (tengo una fotografía en uno de sus
pasillos, en la que aparecen su techo y sus columnas, todo hoy caído por falta
de mantenimiento), encontré “Obras completas” (bid & co. editor). Detenerme
en esta imagen (exactamente de marzo de 2011) me lleva a revivir algo así como
cuando las olas me han arrastrado y el miedo me ha hecho pensar que me ahogarían,
sin embargo, mi felicidad en ella –sobre todo por lo que hay allí, dentro de la
bolsa de plástico que cargo– me permite ver el lado amable del mar: allí, dentro,
entre otros libros, está éste de Hanni.
“Las enfermedades se combaten pero
no se vencen”. Me fascina todo lo que ella cita de Catherine Mansfield: “fue
una gran escritora y una paciente mujer que describió el vacío y la soledad
desde su diario: ‘31 de marzo – Hermosa mañana, pero como sé que tengo que
salir a cambiar el cheque y a pagar las cuentas, no me siento feliz. No hay que
darle vueltas, la vida es una cosa detestable. Cuando G y J en el parque
estaban hablando del bienestar físico y de la ilusión que aún sienten por las
fiestas, yo casi gruñía. Estoy segura de que J puede disfrutar mucho entre
gente agradable. Yo no puedo. He acabado con todo esto, y ahora, no puedo
vencer la repugnancia que me inspira. Prefiero apoyarme perezosamente en el
puente; mirar los barcos, y la gente libre y desconocida y sentir golpear el
viento. No, yo detesto la sociedad; la idea de la comedia, hoy, me parece una
perfecta tontería’” (página 940). Conservo la esperanza de hallar alguna de sus
obras.
Es casi mediodía. El periódico me
llama; copio y pego: “A escala mundial, la pandemia dejó hasta ayer un millón
26 mil 176 muertes y 34 millones 448 mil 636 casos confirmados, según un
recuento de la Universidad Johns Hopkins. En Europa, donde ya hay más de 234
mil muertos y 5.5 millones infectados, el aumento de los nuevos contagios es
vertiginoso (…) las escuelas estadunidenses han
evitado un repunte de contagios, según datos oficiales, pero expertos médicos
dicen que la prueba real se dará cuando los estudiantes de ciudades densamente
pobladas, como Nueva York y Miami, vuelvan a las aulas. El país tiene 208 mil
669 decesos y 7 millones 3219 mil 996 casos, de los que 624 mil son menores. América
Latina registró hasta ayer 349 mil 179 fallecidos y nueve millones 470 mil 515
contagios”.
Salgo de casa. Camino.
Reposo en un parque que conocí ayer. Cuento: tres personas. Estoy lejos. Continúo
sin mascarilla. Este espacio rinde honor a ocho escritores de Zahle (capital de
este valle, conocida como ciudad de poesía y vino). Otra vez me inmovilizo ante
cada estatua. Releo sus nombres grabados en árabe. No sé nada de ellos. No es
la primera vez que me digo que será que siempre somos extranjeros. Otra vez
tomo mi tiempo ante cada mosaico, cada uno sobre un lugar emblemático de Líbano.
De vuelta a este estudio. Busco en la Red. Ojalá que encuentre información
sobre los ocho. Empiezo. Said Akl:
“Pervive
entre las generaciones más jóvenes a través de la voz de la prestigiosa Fairuz
(…) quien inmortalizó en el escenario sus poemas como el de ‘Zahret el Madain’ (La flor de las ciudades) (…) se
distinguió además por haber creado un alfabeto libanés con caracteres latinos,
compuesto por 37 letras, para hacer más accesible el árabe a los extranjeros
(…) Sus escritos incluyen poesía y prosa, tanto en dialecto libanés
del árabe, como en árabe clásico y francés (…) lo
que un día dijo Said Akl: ‘A veces, descanso en silencio, cuando alguien comete
un error. Soy indulgente con los errores cometidos en el campo literario, pero
en política no puedo permanecer en silencio... por naturaleza no siento odio,
pero odio a los políticos que están desperdiciando oportunidades valiosas para
el Líbano".
Las tareas del hogar me llaman; al terminar, seguiré investigando… Extranjera como soy y –creo– siempre seré, abrazo dos palabras: gracias, Internet.
Zahle (El Valle del
Bekaa, Líbano), 3 de octubre de 2020.
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