A la memoria de Sobhi Uzel-Mardini Ghazaoui (1923-2018), mi tío abuelo materno
“El futuro todo está en el pasado, y la absoluta tristeza en la absoluta felicidad” (Fernando Vallejo, en “Los días azules”, página 104).
En diciembre se cumplirán cuatro años de esta
entrevista, sin embargo, la recuerdo como si el tiempo no hubiera pasado.
Cuando Sobhi Uzel Ghazaoui (mi tío abuelo, hermano de mi abuelita materna) vino
al mundo (en Líbano, específicamente en Ghaza, pueblo natal de mis padres), por
ser su papá (Abdul Aziz Uzel) de Mardini, en un descuido le cambiaron Uzel (su
apellido paterno) por el nombre de esta ciudad turca. Y así se quedó y así
registró a sus hijos y éstos a los suyos.
Lo que más rememoro es su calma al llegar (a sus
noventa y tres años aún manejaba) a la tienda de mi papá, en la avenida
Santiago Mariño (Porlamar), solo alterada al hablar de los incontables
problemas del país. Desde chica, lo que más me decía –después de Dios te
bendiga– era: qué bueno que te gusta estudiar, te felicito, sigue adelante. Me
enorgullecía tener un tío abuelo tan jovial, alentador, de mente abierta, con
quien podía tratar diversos temas. Su cariño y gran lucidez me llevó a pedirle
que me contara su ayer: claro, hija, pregúntame y te respondo.
“Cursé la primaria con el profesor Yúsef, quien
también era zapatero. ¿Pasatiempos? Ninguno. A los diez años empecé a trabajar,
hasta descalzo, en el campo; cuatro horas sin descanso para ganar dos dólares,
imagínate, cuatro meses regando la tierra, sembrando maíz, caraotas, papas,
droga ('hashishe'), por unos doscientos dólares. A los diecisiete años visité
Mardini, donde estuve un par de semanas con Dawú Uzel, mi tío. Toda la familia
anhelaba que me comprometiera con su hija, pero al final no me aceptaron por
ser un humilde joven. Luego supe que, aunque ella no lo quería, la casaron con
un millonario.
Regresé a Líbano. Con mucho esfuerzo reuní para el
pasaje y, en 1954 (a mis treintaiún años), con un compañero de Baaloul, en
barco, llegamos –deteniéndonos unos días en Génova– a La Guaira. En San Martín
(Caracas), una comida en una pensión costaba dos bolívares. Fui marchante (todo
era trabajar: agarrar mi maleta y vender) hasta que abrí (me asocié con un
amigo de Ghaza) un local (el treinta y dos, del bloque siete, de El Silencio,
al frente de la Extranjería y la Plaza Miranda), Casa Hasna, por mi mamá, Hasna
Yúsef Ghazaoui.
En 1959, en Caracas, me casé con tu tía Hana Mourad, a
quien había visto en Ghaza. Al comunicarme con quien sería mi suegro, aceptó
traerla a Venezuela porque –además de que nuestras familias se conocían– yo ya
había ahorrado una cantidad importante para poder darle a su hija tranquilidad
económica. Aquí, en Margarita, pasamos nuestra luna de miel. Nos quedamos en el
Hotel Bella Vista. El alquiler del carro costó cinco bolívares cada día. En
1973 volvimos a Líbano. Vivimos dos años (la guerra no nos permitió más) en
Beirut, es decir, regresamos a Caracas (poco antes, te gustará saber, asistimos
a la boda de tu mamá y tu papá, en Ghaza) en 1975.
Empezábamos a oír que aquí, en la isla, había futuro.
Ese mismo año nos vinimos y pronto le propuse a tu padre abrir juntos Casa
Raquel, por la protagonista de una novela que yo veía en ese entonces. En 1976,
con mi cuñado y con el socio de Casa Hasna, nació Comercial Valencia, en la
calle Igualdad. Vendíamos sábanas, toallas. A los clientes se les dificultaba
pronunciar mi nombre, por lo que decidí presentarme como Juan, y así me llaman
hasta la fecha. Margarita tenía poca gente. Punto Criollo y Martín Pescador
fueron sus primeros restaurantes.
La vida es un sueño; termina pareciendo una película”.
Ahora releo su pensamiento, colofón de nuestra conversación, en voz alta. Veo
su foto, sentado en la oficina de mi papá, con mirada lejana mientras repasa
sus pasos. Atesoro su sonrisa y timidez al hablarme de tía Hana, “mi única
novia” (confesión que, entre risas, de verdad lo puso rojo). No cumplió su gran
deseo de retornar a Mardini, mas volvió a Ghaza para su último adiós.
Se lo expresé: tío, gracias por permitirme escuchar su
historia, que de alguna manera también es la de mi papá y la de tantísimos más,
de todas las nacionalidades, que han tenido la necesidad de emigrar por un
mejor porvenir.
Gracias eternas, querido tío. Descanse en paz.
Zahle, El Valle del Bekaa (Líbano), 23 de octubre de 2020.
http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:234125
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