viernes, 2 de marzo de 2018

El tiempo de nuestras locuras*


Yerto despertar

No sé dónde estoy. Me observan cuatro paredes blancas, desnudas. Pienso en la inquieta humedad sobre mi frente, entre los dedos de mis manos. No logro formular siquiera una pregunta para intentar responder cómo llegué hasta aquí. Apenas alcanzo abrir mis ojos. Escucho el ladrar de un perro, muy a lo lejos, y uno que otro trueno. Los niños estarán sonriéndole al agua, mientras esperan a sus padres que los recogerán de sus escuelas con un paraguas que no impedirá que cada uno se moje un tanto. O quizá ya sea de noche y todos estén dormidos. O tal vez estén de vacaciones, viendo la televisión o jugando en sus casas.
Todo huele a limpio: el colchón, mi cuerpo. Intento recordar cualquier cosa, pero un cosquilleo en la planta del pie derecho nubla toda posible imagen. Me despojo de mi ropa. Acaricio mi vientre, dejando reposar mis manos sobre mi ombligo. Me siento perdida, como un papel viejo, olvidado, entre el viento. Quiero respirar. Cierro los ojos. Creo que duermo, pero sigo despierta. Sueño despierta. De repente ya no hay olvido. Todo tiene explicación. Lloro. Maldigo al viento por haberme arrastrado hasta aquí. Lloro y no quedan más lágrimas.
Sin titubear, abandono el suelo que por tantas horas me acogió, sintiendo un temblor en mis piernas que no me impide caminar. Me pesan los brazos. Me pesa la cabeza. Salgo y abro la ventana que encuentro a tres pasos. El sol se ha encargado de secar cada gota. Miro al cielo: todo es azul. Sonrío y, de pronto, vuelo. También respiro.


Frunciendo el ceño

Me parece que ya la había escuchado. Dónde quedó el azúcar, amor. Dónde quedó la sal. Un camino. Playa, sierra, desierto. Vía impalpable.
Sigo los meandros de tu pensar enigmático. Preparo el discurso hilando sílabas para encabezar mi mensaje. Yo en el pasado, tú en el presente, los dos fuera del tiempo. Pero ámame. Hagamos de estos allás unos aquís. Aloquemos al tiempo, el tiempo de nuestras locuras.
Qué difícil es vivir sin ti. Recuerdo la letra. Ven, amor. Confundamos los espacios. Vámonos. Ajusta el cinturón porque manejo como un cafre.

Hasta pronto
No he venido a cantarte debajo de estas sombras. No he venido a impresionarte con las primeras páginas de mi novela. Tampoco he venido a reprocharme. He venido a grabar en mi alma, a todo volumen, la música de tu voz. He venido a robar la fotografía de tu ser que, por unos instantes, obnubila mi mente.
He venido a pronunciar dos palabras para luego perder el hilo de lo que estoy diciendo y retomar el camino académicamente recto de mi andar, viéndote alejar, toda suave, entre el tumulto. No he venido a cantarte debajo de estas sombras. Si acaso, he venido a llorar.

*Del libro "Fui agua", de Dalal El Laden.


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