Porlamar, 20 de septiembre de 2017.
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“Su
pago fue procesado de manera exitosa. Sin embargo, se presentó un problema al
momento de registrarlo en nuestro Sistema (…) Aprovechamos este medio para
solicitarle nuestras más sinceras disculpas por el inconveniente presentado”.
¡Qué amables! ¡Gracias, correo electrónico, por avisarme! Aunque tengo casi
cuatro meses sin saber lo que es dormir de verdad, ya que a todas horas debo
intentar realizar el pago del pasaporte “express”, ahora, al leer esto, siento
que todo es tan bonito, sí, ¡que la vida es bella!
Muy contenta, de inmediato me dirijo a
las oficinas del SAIME (Servicio Administrativo de Identificación, Migración y
Extranjería). En la entrada, un señor, muy cordial, me pide que me acerque a la
mesa donde se encuentra una señorita que se vería aún más preciosa si sonriera
un poco… Parece que mi felicidad no logra contagiarla; me dice que necesito ir al
Banco, para confirmar si de mi tarjeta se descontó o no el total requerido.
¡Perfecto! ¡Eso estoy haciendo ya!
A las afueras del Banco, me reciben
muchísimos señores de tercera edad, esperando, bajo este sol que caracteriza
nuestra isla, lo correspondiente a su pensión. Camino entre ellos. Realmente
son muchísimos. Permiso, permiso, permiso por aquí, permiso, gracias,
permisito, permiso, gracias, gracias. Puerta cerrada. Sigo sonriendo. Levanto
ambas manos. Saludo a los cajeros. Nadie se aproxima. Con mis dedos de la mano
derecha toco esta puerta, mas su cristal me informa que no se escucha nada. El
vigilante, con sus ojos casi del mismo azul que los de un gran amor (confieso
que acabo de suspirar profundo), casi bajando su mirada al escucharme, termina
dirigiéndola por completo al piso al pronunciar “es que no hay luz”.
Permiso, permiso por aquí, gracias,
permisito, permiso, gracias, gracias. Camino. Ya un poco lejos del Banco, de
todos los abuelitos, quienes, pacientes, esperan su dinero, pienso en un vaso
lleno de agua helada y, de tanto desearlo, casi me mareo. Me imagino regresando
al Banco, llevándoles un vaso gigante a cada uno de ellos, y al vigilante con
los ojos casi del mismo azul que los de un gran amor (confieso que acabo de
volver a suspirar profundo), ahora con la mirada levantada, muy risueño,
moviendo su mano derecha, susurrándome con ella un dulce adiós mientras sujeta
su vaso gigante con la mano izquierda.
Llego al trabajo. Tomo agua. Sigue
conmigo cada cara dejada en el Banco. “¡Cónchale! ¡Al frente se acaba de ir la
luz!” -exclaman mis compañeros-. “¡Y se fue en el local de al lado! ¡Nos
salvamos! ¡Pero en cualquier momento se va aquí también!”.
Aprovecho la electricidad, me siento al
frente de esta computadora y escribo en esta página lo que va de mi día: ¡sí!,
sin duda, ¡la vida es bella! Repica un mensaje en mi teléfono celular: “Estimado ciudadano, su pago ha sido anulado debido a un error interno en el
Sistema”. ¡Gracias por recordármelo! ¡De verdad son muy amables!
Algo no muy común está pasando,
¡sí!, ¡ahora no sueño despierta!: en la radio suena Pedro Infante y su “Te
quiero más que a mis ojos, pero quiero más a mis ojos porque mis ojos te
vieron”. Te amo, México… sabes que estas lágrimas están allá.
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