Ghaza, El Valle del Bekaa, 13 de junio de 2016.
“NO OLVIDARÉ TUS OJOS
-Sí, prima, aquí esto es normal.
-¡Es un camello!
-Sí, aquí lo ven como si fuera una vaca, un chivo, una oveja, un pollo, una paloma, un pájaro…
-¡Pero viste sus ojos!
“NO OLVIDARÉ TUS OJOS
En las puntas los lazos anuncian la despedida de las suelas. Las
flores grabadas en estos zapatos suplican que me concentre entre los
carros. Me concentro y observo. El recién aliento se desvanece ante esos
ojos abiertos, despreciados, olvidados junto a la acera. El aliento no
regresa. Todo ha terminado ante ese cuerpo humillado, sólo respetado por
trinitarias muertas”.
Es lunes. Despierto antes del amanecer.
Acomodo el desorden de mis viejos cuadernos sobre la alfombra. Al igual
que anoche, reviso uno por uno, página por página. Necesito encontrar
ese número de teléfono. Reviso, reviso y, sin querer leer, me detengo en
el texto, repitiendo una y otra vez su título: No olvidaré tus ojos.
Recuerdo el color de la tarde que lo escribí.
Vuelve el desorden
sobre la alfombra. No acomodo nada. Tomo un baño. El olor a hojas de uva
-que alguien estará preparando para la cena- llega desde no sé dónde,
al mismo tiempo que el agua canta conmigo y con Juan Gabriel. Una
llamada detiene a “…Querida, hazlo por quien más quieras tú…”. Es mi
prima. Iremos a Zahle, la capital del Bekaa.
Es Ramadán. En
lugares como Ghaza, donde la mayoría practica el Islam, muchos negocios
abren sus puertas después del mediodía. En este mes de ayuno, noche es
sinónimo de vida. Las luces adornan las calles, las casas, los árboles.
Las familias, los amigos se reúnen -hasta poco antes del amanecer, justo
hasta el momento en que ya no deben llevarse ni una gota de agua a sus
bocas- en hogares, en restaurantes, sonriéndole a cada shawarma, a cada
pizza con zaatar, a cada café, a cada té, a cada dulce, a cada cigarro, a
cada arguile.
Rumbo a Zahle, mi prima y yo pasamos por El-Marj y
una escena -común para ella, quien nació y creció en este país-
espeluznante obnubila hasta mi respiración. Me tocan las palabras que
hace días leí en un libro sobre los pueblos árabes: “El camello puede
estar hasta 17 días sin beber agua, en una temperatura de 57 grados
centígrados y puede recorrer 300 kilómetros en un día con una carga de
cuatro quintales”.
-¡Lo matarán! -Sí, prima, aquí esto es normal.
-¡Es un camello!
-Sí, aquí lo ven como si fuera una vaca, un chivo, una oveja, un pollo, una paloma, un pájaro…
-¡Pero viste sus ojos!
Sin detener el vehículo, pasamos por el mercado que cada lunes toca en
El-Marj, donde dos muchachos fuerzan a caminar a una oveja, jalándole
las orejas. Los ojos del camello aterrizan en los de ella. Estamos por
llegar a Zahle. Sigo con la oveja que no quiere alcanzar el destino del
que ya sabe. Sigo con el camello que está agachado, resistiéndose a
acercarse al hombre, quien insiste en jalarlo hacia él, apoyándose con
la cuerda con la que lo tenía amarrado al poste, al lado de la
carnicería, donde hombres y niños -muchos niños-, parados sin inmutarse,
observan todo detalle, concentrados en el acto como si se tratara de
una presentación del mismo Juan Gabriel.
-Todo es cultural, prima.
-Estoy de acuerdo, aquí comen camellos; en China, perros… ¿Cuál es la
diferencia?- afirmo mientras vuelo a mi tierra, Margarita, y revivo el
color de la tarde que vi los ojos de aquel menospreciado perro junto a
la acera, sólo respetado por trinitarias muertas; ojos bañados del mismo
desconsuelo que vi en los de la oveja y en los del camello.
En
Zahle, bajando del vehículo, nos recibe una señora pidiendo comida,
exclamando “Ramadán karim”. La tela negra -que cubre su cabello y parte
de su cara- no alcanza para ocultar el desconsuelo en sus ojos. La bata
larga y negra -que cubre su delgado cuerpo- no alcanza para ocultar su
embarazo. Mi prima y yo caminamos hacia el primer restaurante, para
comprarle, a la futura mamá, lo que el chef repite que es la
especialidad de su casa: arroz con carne de chivo.
http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:170411
http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/16842-vereda-anonima
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