jueves, 16 de junio de 2016

Bekaa: más de un valle

Ghaza, El Valle del Bekaa, 13 de junio de 2016.

“NO OLVIDARÉ TUS OJOS
En las puntas los lazos anuncian la despedida de las suelas. Las flores grabadas en estos zapatos suplican que me concentre entre los carros. Me concentro y observo. El recién aliento se desvanece ante esos ojos abiertos, despreciados, olvidados junto a la acera. El aliento no regresa. Todo ha terminado ante ese cuerpo humillado, sólo respetado por trinitarias muertas”.
       Es lunes. Despierto antes del amanecer. Acomodo el desorden de mis viejos cuadernos sobre la alfombra. Al igual que anoche, reviso uno por uno, página por página. Necesito encontrar ese número de teléfono. Reviso, reviso y, sin querer leer, me detengo en el texto, repitiendo una y otra vez su título: No olvidaré tus ojos. Recuerdo el color de la tarde que lo escribí.
       Vuelve el desorden sobre la alfombra. No acomodo nada. Tomo un baño. El olor a hojas de uva -que alguien estará preparando para la cena- llega desde no sé dónde, al mismo tiempo que el agua canta conmigo y con Juan Gabriel. Una llamada detiene a “…Querida, hazlo por quien más quieras tú…”. Es mi prima. Iremos a Zahle, la capital del Bekaa.
       Es Ramadán. En lugares como Ghaza, donde la mayoría practica el Islam, muchos negocios abren sus puertas después del mediodía. En este mes de ayuno, noche es sinónimo de vida. Las luces adornan las calles, las casas, los árboles. Las familias, los amigos se reúnen -hasta poco antes del amanecer, justo hasta el momento en que ya no deben llevarse ni una gota de agua a sus bocas- en hogares, en restaurantes, sonriéndole a cada shawarma, a cada pizza con zaatar, a cada café, a cada té, a cada dulce, a cada cigarro, a cada arguile.
       Rumbo a Zahle, mi prima y yo pasamos por El-Marj y una escena -común para ella, quien nació y creció en este país- espeluznante obnubila hasta mi respiración. Me tocan las palabras que hace días leí en un libro sobre los pueblos árabes: “El camello puede estar hasta 17 días sin beber agua, en una temperatura de 57 grados centígrados y puede recorrer 300 kilómetros en un día con una carga de cuatro quintales”.
       -¡Lo matarán!
       -Sí, prima, aquí esto es normal.
       -¡Es un camello!
       -Sí, aquí lo ven como si fuera una vaca, un chivo, una oveja, un pollo, una paloma, un pájaro…
       -¡Pero viste sus ojos!
      Sin detener el vehículo, pasamos por el mercado que cada lunes toca en El-Marj, donde dos muchachos fuerzan a caminar a una oveja, jalándole las orejas. Los ojos del camello aterrizan en los de ella. Estamos por llegar a Zahle. Sigo con la oveja que no quiere alcanzar el destino del que ya sabe. Sigo con el camello que está agachado, resistiéndose a acercarse al hombre, quien insiste en jalarlo hacia él, apoyándose con la cuerda con la que lo tenía amarrado al poste, al lado de la carnicería, donde hombres y niños -muchos niños-, parados sin inmutarse, observan todo detalle, concentrados en el acto como si se tratara de una presentación del mismo Juan Gabriel.
       -Todo es cultural, prima.
       -Estoy de acuerdo, aquí comen camellos; en China, perros… ¿Cuál es la diferencia?- afirmo mientras vuelo a mi tierra, Margarita, y revivo el color de la tarde que vi los ojos de aquel menospreciado perro junto a la acera, sólo respetado por trinitarias muertas; ojos bañados del mismo desconsuelo que vi en los de la oveja y en los del camello.
       En Zahle, bajando del vehículo, nos recibe una señora pidiendo comida, exclamando “Ramadán karim”. La tela negra -que cubre su cabello y parte de su cara- no alcanza para ocultar el desconsuelo en sus ojos. La bata larga y negra -que cubre su delgado cuerpo- no alcanza para ocultar su embarazo. Mi prima y yo caminamos hacia el primer restaurante, para comprarle, a la futura mamá, lo que el chef repite que es la especialidad de su casa: arroz con carne de chivo.

http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:170411

http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/16842-vereda-anonima


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