Ghaza, El Valle
del Bekaa, 14 de mayo de 2016.
Son las cuatro.
El muecín está llamando a la oración. ¡Allahu ákbar! Me saluda mi piel de
gallina. Le agradezco a la brisa el aroma de las rosas frente a esta ventana
que -a pesar de tanta frescura- no he querido cerrar. Pronto amanecerá.
Son las nueve. Veo el reloj: sí,
aquí son siete horas más que allá. Sonrío: me consuela pensar que quizás dormí
cuatro horas o un poco más. Vuelvo al reloj; sus agujas vuelan a mis párpados;
sobre ellos, ellas exprimen mis ojos y, con el sabor -de estos últimos-
aterrizado en mi boca, regreso a mi hogar: Margarita.
No me muevo. Un pajarito llega a
esta ventana aún sin cerrar. Me ve. Canta. Sigo a dos pasos de mi ventana.
Canta. Me ve. Lloro no tener el celular a la mano, para tomarle una foto. Me
parece que el pajarito -libre, siempre libre, alérgico al mencionado aparato-
lee mi mente, ya que desaparece en cuanto me termino de lamentar.
Faltan cinco para las doce. En el
carro, con mis papás, salimos de Ghaza rumbo a Jdita. En menos de dos minutos
de camino, me llega el canto del mismo pajarito, sin embargo, ahora que no lo
veo, en su lugar escucho un canto más largo, esta vez acompañado de una
petición: prepara la cámara en el celular.
-Son sirios -me dice mi baba.
-Todos son sirios -me dice mi mama.
Quiero ver, pero mis ojos vuelven al
reloj: "Hay más de veinte mil sirios en Ghaza y otros veinte mil a su
alrededor". "Si vas al mercado, debes llegar muy temprano, antes de
que lleguen los sirios". "Hay muchos sirios". "La ONU le
manda ayuda a los sirios". "No hay suficientes escuelas para todos
los niños sirios". "No sé cómo los sirios resisten el invierno".
"Los sirios son desordenados". "Los sirios nos quitan nuestros
trabajos".
En cada segundo, la aguja -que ahora
también apuñala- regresa cada frase que he escuchado desde mi llegada a este
valle que -debido a tanto dolor, a las tantas lágrimas de los refugiados
sirios- se ha convertido en dos.
Preparo
la cámara. Detallo el paisaje. De la pelota en sus manos, un niño sirio toma lo
que en ella alguna vez fue azul, intentando sonreírle a mi flash escondido.
-Yo era niña, tenía unos diez años
cuando tu "sittó" me llevaba a Jdita, al mismo local al que
llegaremos en breve -me dice mi mama, nostálgica, al recordar a su mama, es
decir, a mi abuelita, a mi "sittó" (en árabe).
-Mi padre creó esta empresa en 1945
-el dueño, orgulloso y entre serio y risueño, nos responde tras escuchar el
pedido de mi mama: hojas de mlukhiyi, aceitunas verdes y negras, piñones, siete
especias y harina Pan... sí, harina Pan. Al yo ver las bolsas de nuestra
harina, hoy casi inexistente en nuestra querida Venezuela, me es imposible no
tomarme una foto con ella, y para la que no sé de dónde logro sacar una
sonrisa.
Es casi la una. Me detengo en el
nombre del local:
-"Alnajar" significa
carpintero -me enseña mi baba y vuelve el canto del pajarito, ahora mezclado
con el de tres canarios enjaulados en este local.
Son las dos y cuarenta. De regreso a
Ghaza, la bolsa de pastillitas de agua de rosas (que, por su compra, a baba le
regalaron en Alnajar), parece aliviar un poco mi tristeza por la realidad de mi
país que en este segundo resumo en una harina Pan, en Líbano.
Sin cerrar los ojos, seco mi frente
y le digo al verano que entiendo el porqué de su adelanto; necesito aire: ahora
sí junto mis pestañas; me veo volando con el pajarito de esta mañana, liberando
los canarios.
Son
las tres y cuarenta. Entrando a Ghaza, en medio de la calle adornada de carros
amantes de la máxima velocidad, una niña -de no más de dos años- camina, con el
pañal caído, pegado a sus tobillos, asesinando todo canto.
Mi mama baja del vehículo, toma la
mano de la pequeña, y un vecino nos grita que la niña salió de aquella casa.
-¡Estos sirios! -exclama el mismo
hombre mientras vuelvo al reloj y sus agujas retoman su marcha sobre mis
párpados y el sabor de mi hogar regresa a mi boca.
Son casi las cuatro. Al yo ver a mi
mama dejar a la niña en esta casa que alguna vez fue blanca, me parece que
llega un virus de humanidad: llega el pajarito, llegan los otros pajaritos,
todos pronunciando "Somos hermanos, abajo la división, vivamos en
unión"; llega el muecín... ¡Allahu ákbar! Seco mis mejillas, respiro, hay
luz.
http://www.elsoldemargarita.com.ve/posts/post/id:168786
http://www.elmundodesdecolima.mx/index.php/editorial/dalai-el-laden/item/16345-vereda-anonima
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