viernes, 5 de julio de 2019

Liberar la libertad*

Propuesta
Me sofoca el odioso arete enredado en mis chinos, el sudor entre botón y botón sobre mi seno, el pantalón que aprieta mi vientre, el silencioso ardor de mis piernas asfixiándose, el sonido de la tela áspera del cojín bajo mi nuca:
Propongo despojarme de todo. Propongo “liberar la libertad” (lo entrecomillo porque creo que lo leí).
Huapango
La claridad ha entibiado la funda. Doy el paso, quebrantando el ceño con la toalla recién advertida sobre los libros. Doy el paso, con la inquieta palmera detrás del tenue yute bajo el cortinero:
Control gris en mano, botón negro, motores en marcha, portón blanco acompasado frente a una y otra inquieta palmera, piernas inmutadas bajo el rebozo iluminado por el anticipo del trueno.
Veinticuatro horas
Tarde-noche frente a un piano asesinando al silencio. Por favor, un tentempié y una copa para (no pensar demasiado) sólo pensar. Noche-noche sin poder aplastar al tiempo. El tentempié y la copa se han ido, el pensar da latidos, y también late el plato fuerte y otra (la última) copa. Noche-tarde (todo acabado), pero aún con el piano.
En el jardín, a la sombra de la parota
Ve, busca, reencuentra cada nota. Vendrá la angustia resumida en el intermitente “quién sabe”. Pensaré lo que sólo tú sabes que pienso. ¡Pero regresa y rózame con tu letra! No te mueras sin permitirme escuchar lo que sólo tú sabes decir. No te mueras sin permitirme escuchar el coro; lo necesito antes de retomar el infierno.
Mundo insoportable
¿Cuándo descansaré de este mundo insoportable? Mientras aterriza el reposo, seguiré con mi cuaderno abierto y con mi pluma en mano, saludando al aire que llega, se aleja y regresa. Mientras la luz acaricie el último adiós, respiraré al recordar que las páginas de este libro no han muerto; viviré al confirmar que este teclado aún me obedece.
No olvidaré tus ojos
En las puntas los lazos anuncian la despedida de las suelas. Las flores grabadas en estos zapatos suplican que me concentre entre los carros. Me concentro y observo. El recién aliento se desvanece ante esos ojos abiertos, despreciados, olvidados junto a la acera. El aliento no regresa. Todo ha terminado ante ese cuerpo humillado, sólo respetado por trinitarias muertas.
*Del libro Fui agua, de Dalal El Laden.







No hay comentarios:

Publicar un comentario