viernes, 21 de abril de 2017

Tres almas agradecidas

Más que cualquier calle, más que cualquier jardín, algo cambia en ellas cuando pisamos la arena: abren más la boca, sacan más la lengua, abren muchísimo más los ojos, como si con cada gesto cantaran que no les alcanzan los segundos para mirar, para sonreír, para agradecer. Al llegar, no saben con qué empezar: si oler desde los primeros pasos, si detenerse silenciosamente a observar las aves concentradas en el pescado que ya han empezado a desayunar, si perderse con la melodía de las pequeñas y risueñas piedras que van pisando, o si voltear a verme con su todo cada vez más agradecido. Caminamos y, como las olas casi nos alcanzan, entre miedosas y emocionadas, ambas se alejan poco a poco de ellas mientras muestran más y más sus lenguas, como si, a pesar de ese ligero temor, al mismo tiempo desearan beberse la fuerza del agua frente a sus cuerpos enérgicos. Sin alterar el paso sin prisa, caminamos; de nuevo caminamos orillándonos al azul infinito.



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